29/8/11

"VENI SPONSA MEA"



Alma ¿cuál es tu camino?
El camino del amor.
¿Qué medios son los que tomas?
Los que sugiere el amor.
¿Do se dirigen tus ansias?
Donde descansa mi amor.
¿Qué piensas cuando estás sola?
Pienso siempre en el amor.
Mas dime, alma enamorada
¿cómo se llama tu amor?
Es el amor Encarnado
de Cristo Nuestro Señor.
¡Ay alma! Dichosa eres,
pues tu gran Amador,
es la Belleza increada.

12/8/11

SAN JUAN EUDES Y EL SAGRADO CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS


Elevación a Dios para el comienzo de la misa

¡Mi Dios y Señor soberano! Me postro ante tu divina
misericordia; dígnate echar una mirada de bondad sobre esta
criatura tuya que se reconoce la más indigna e ingrata de todas.
Me acuso ante ti, Padre de las misericordias, ante tus ángeles y
santos, de las vanidades de mi vida pasada, de las ofensas
cometidas contra tu divina Majestad, de mi frialdad en tu santo
amor, de mi negligencia en tu servicio y en seguir tus
inspiraciones, y de infinidad de faltas que tú conoces. Y, sobre
todo, Dios mío, al pensar que tu Hijo amadísimo, al que vengo a
adorar, me ha dado aún el primer instante de su vida, me
considero inmensamente culpable por no haberte consagrado el
primer uso de la razón que recibí de tu Majestad.
Tú, Señor Jesús, pasaste todos tus días en la pobreza y en el
sufrimiento y los terminaste en la cruz por mi amor. Dedicaste
tu vida a obras y ejercicios continuos de ardiente y excesiva
caridad hacia mí. Yo, en cambio, creyendo que mis días y mi
tiempo eran plenamente míos. los vivo de ordinario inútilmente,
con despreocupación. y a menudo ofendiendo a tu divina
Majestad. Detesto, Salvador mío, todas mis fallas. la menor de
las cuales te ha hecho nacer en un establo y morir en una cruz
para expiarla ante la justicia del Padre.
La menor de tus acciones humanamente divinas y divinamente
humanas amado Jesús. que has hecho y reiterado tantas veces por
mi bien mientras vivías en la tierra. tiene tanto valor y mérito
que aunque sólo hubiera sido realizada una vez. reclamaría
justamente como reconocimiento y acción de gracias y a manera
de reciprocidad. el empleo y la dedicación de mi vida a cumplir tu
voluntad. Y eso nunca lo hago: al contrario. parece que no he
nacido sino para ofenderte y afrentarle. Me arrepiento de haber
sido tan infiel y tan ingrato y de haber pagado tan mal tu
inmenso amor por mí. Dios mío. arrojo todos mis pecados en tu
preciosa sangre. en el piélago de tus misericordias y en el fuego
de tu divino amor. Bórralos y consúmelos enteramente. Repara
todas mis fallas. oh Jesús. y acepta en satisfacción este santo
sacrificio de tu cuerpo y sangre que ofreciste en la cruz y que
ahora te ofrezco con el mismo fin. El amor desordenado a mí
mismo y al mundo han sido el origen de todas mis ofensas:
renuncio a él para siempre y con todas mis fuerzas. amadísimo
Jesús: destrúyelo en mí y establece el reino de tu divino amor.

Elevación a Jesús durante la misa

¡Oh Jesús. mi Señor y mi Dios! Tú te haces presente en este
altar para que yo te contemple y adore. te ame y glorifique y
para comunicarme y aplicarme tus méritos. También para
recordarme el gran amor que te hizo padecer y morir por mí en
una cruz. Te adoro. te bendigo y glorifico en todas las formas
posibles. ¡Cuánto deseo ser todo amor por ti y amarte
perfectamente! ¿Quién me concediera verme transformado en
fuego ardiente y en purísima llama de amor a ti? Ángeles. santos
y santas del paraíso. dadme vuestro amor para emplearlo en amar
a mi Jesús. Oh hombres. criaturas todas capaces de amar. dadme
vuestros corazones para sacrificarlos a mi Salvador. Si yo
tuviera, Salvador dulcísimo. todo el amor del cielo y de la tierra
gustoso lo dirigiría hacia ti. ¡Cuán adorado. amado y glorificado
eres sobre este altar. tú el Hijo amadísimo del Padre eterno, por
los millares de ángeles que te rodean! ¡Pero cuánto más deberían
honrarte, alabarte y amarte los hombres, ya que es por ellos y no
por los ángeles que allí te haces presente! Que todos los ángeles
y los hombres. todas las criaturas del cielo y de la tierra se
conviertan en adoración, glorificación y amor a ti. Y que todos
los poderes de tu divinidad y humanidad te magnifiquen y amen
eternamente.
Adoro, Jesús poderosísimo, el poder de tus palabras que cambian
la naturaleza grosera y terrestre del pan y del vino en la sustancia
de tu precioso cuerpo y sangre. Me entrego totalmente a ese
mismo poder para que cambie la pesadez, frialdad y aridez de mi
corazón terrestre y árido por el ardor, la ternura y agilidad de los
afectos y disposiciones de tu Corazón celestial y divino. Que me
transforme de tal manera en ti que ya no tenga sino un corazón,
un espíritu, una voluntad, un alma y una vida contigo.
Tú, mi Redentor, estás presente sobre este altar para recordarnos
y hacer presente tu dolorosa pasión y tu santa muerte.
Concédeme hacer memoria continua y tener un vivo sentimiento
de lo que has hecho y padecido por mí; concédeme sufrir con
humildad, sumisión y amor a ti las contrariedades que me
ocurrirán hoy yen toda mi vida. Tú, buen Jesús, odias tanto el
pecado, que mueres para darle muerte; y tanto aprecias y amas mi
alma, que pierdes tu vida para devolverle la vida. Te pido,
Salvador mío, no temer ni aborrecer ya nada fuera del pecado y no
buscar y estimar cosa distinta de tu gloria.

Elevación a Jesucristo, sumo sacerdote que se
sacrifica a sí mismo en la misa

Te adoro, oh Jesús, como sumo sacerdote. De continuo estás
ejerciendo ese ministerio, así en el cielo como en la tierra,
sacrificándote a ti mismo por la gloria de tu Padre y por amor
nuestro. Bendito seas mil veces por el honor infinito que das a
tu Padre y por el extremado amor que nos testimonias en este
divino sacrificio. No te contentas con sacrificarte tantas veces
por nosotros: quieres, además, asociamos contigo a esta obra
egregia al hacemos a todos partícipes de tu cualidad de sumo
sacerdote y al confiarnos el poder de sacrificarte contigo y con tus
santos sacerdotes a la gloria del Padre y por nuestra salvación.
Úneme, pues, a ti, pues te agrada que yo te ofrezca ahora contigo
este santo sacrificio. Haz que lo ofrezca también con tus
disposiciones santas y divinas. ¡Con qué devoción, pureza y
santidad, con qué caridad hacia nosotros y con cuánta aplicación y
amor hacia tu Padre realizas esta acción! Dígnate imprimir en mí
esas disposiciones, para hacer contigo, y como tú, lo que haces
tan santa y divinamente.
Oh Padre de Jesús: tú nos has dado a tu Hijo y lo has puesto en
nuestras manos mediante este misterio. Te lo ofrezco, pues,
como algo que es verdaderamente mío, en unión con la humildad,
la pureza, la caridad, el amor y demás disposiciones con que él se
ofrece a ti.
Deseo también ofrecértelo por las mismas intenciones con que él
se sacrifica. Te lo ofrezco, pues:
l. En honor de lo que eres, Dios mío, en tu esencia divina, en tus
perfecciones, en tus Personas eternas, y en todo lo que realizas
fuera de ti mismo. Te lo ofrezco en honor de cuanto tu Hijo
Jesús es en sí mismo, en sus estados, misterios, cualidades,
virtudes, acciones y sufrimientos, de cuanto realiza fuera de sí
mismo, por misericordia o por justicia, en el cielo, en la tierra y
en el infierno.
2. Te lo ofrezco en acción de gracias por los bienes temporales y
eternos que has comunicado siempre a la humanidad sagrada de tu
Hijo, a su santa Madre, a los ángeles y a los hombres y
especialmente a mí la más indigna de tus criaturas.
3. Te lo ofrezco en satisfacción por la afrenta que te han causado
y te causarán los pecados pasados, presentes y futuros,
especialmente los míos y los de aquellas personas por quienes
estoy particularmente obligado a orar, tanto vivos como difuntos.
4. Te lo ofrezco para que se cumplan tus designios,
especialmente los que tienes sobre mí y sobre aquellos que me
atañen. No permitas que pongamos el menor obstáculo a ellos.
S. Te suplico, Dios mío, que por el aprecio y la virtud de esta
santa oblación, de este don precioso que te ofrezco y te devuelvo,
nos otorgues las gracias espirituales y corporales que necesitamos
para servirte y amarte perfectamente y para ser entera y
eternamente tuyos.

Elevación a Jesús como a hostia que se sacrifica a
Dios en la misa

Te contemplo y adoro, oh Jesús, en este misterio, como hostia
santa que toma sobre sí y borra los pecados del mundo y que tú
mismo aquí sacrificas para gloria de Dios y la salvación de los
hombres. Tu apóstol me ha dado a conocer tus deseos de que
seamos hostias vivas y santas y dignas de ser sacrificadas contigo
a la gloria de tu Padre•
En honor y unión de la oblación y sacrificio que de ti mismo
haces a tu Padre, me ofrezco a ti para ser por siempre víctima
inmolada a tu gloria y a la gloria de tu Padre. Úneme a ti en esta
condición, inclúyeme dentro de tu sacrificio, para que me
sacrifiques contigo.
y pues es preciso que la hostia que se sacrifica sea muerta y
consumida por el fuego, hazme morir a mí mismo, a mis vicios
y pasiones y a cuanto te desagrada. Consúmeme enteramente en
el sagrado fuego de tu divino amor y haz que, en adelante, toda
mi vida sea un sacrificio continuo de alabanza y de amor a tu
Padre y a ti.

Elevación a Jesús para la comunión espiritual

Oh Jesús, no soy digno de pensar en ti ni de que pienses en mí y
mucho menos de comparecer ante ti y de que te hagas presente a
mí. Sin embargo, no solamente piensas en mí y te presentas a
mí sino quieres darte a mí con el deseo infinito de hacer tu
morada en mi corazón.
¡Cuán admirables son tus misericordias, Señor! ¡Cuán excesivas
tus bondades! ¿Qué hay en mí que pueda atraerte? Ciertamente a
ello sólo te lleva el exceso de tu caridad. ¡ Ven, ven, pues, mi
amadísimo Jesús, porque te amo y te deseo infinitas veces!
¡Ojala me viera convertido en deseo y en amor por ti! Ven, mi
dulce luz, ven, mi queridísimo amor, apresúrate a venir a mi
corazón que renuncia a todo lo demás y nada quiere ya sino a ti.
¡Rey de mi corazón, vida de mi alma, mi precioso tesoro, mi
única alegría!
Tú que eres mi todo, ven dentro de mi espíritu, de mi corazón y
de mi alma para destruir mi orgullo, mi amor propio, mi propia
voluntad y mis demás vicios e imperfecciones. Ven a establecer
en mí tu humildad, tu caridad, dulzura, paciencia obediencia, tu
celo y demás virtudes. Ven a mí para amarte y glorificarle
dignamente y para unir perfectamente mi espíritu con tu divino
Espíritu, mi corazón con su sagrado Corazón, mi alma con tu
alma santa, y para que este corazón, este cuerpo y esta alma que
están a menudo tan cercanos y unidos con tu corazón, tu cuerpo
y tu alma por la santa Eucaristía, no tengan jamás otros
sentimientos, afectos, deseos y pasiones que los de tu santo
Corazón, de tu sagrado cuerpo y de tu alma divina. Finalmente,
ven, oh mi Jesús, ven a mí para vivir y reinar en mí en forma
absoluta y para siempre. Ven, Señor Jesús.

Elevación a Jesús para el final de la misa

Te alabo, amabilísimo Jesús, y sin cesar te doy gracias y ruego a
los ángeles, a los santos y a todas las criaturas que te bendigan y
glorifiquen conmigo por las gracias que me has concedido en este
divino sacrificio.
Te pido que conserves y aumentes en mí los deseos,
pensamientos, afectos y sentimientos que has suscitado en mí
durante esta misa y que me des la gracia de producir los efectos
que esperas de mí.
Tú te has rebajado y te has hecho presenta a mí por este santo
misterio. Concédeme que durante el día de hoy no deje pasar una
hora sin elevarme y hacerme presente a ti por los afectos de mi
corazón. Tú has venido a este altar para tomar posesión de
nuestros corazones y para recibir de nosotros el homenaje que te
debemos como a nuestro Señor soberano. Toma, pues, posesión
de mi corazón: te lo entrego y consagro para siempre. Te
reconozco y adoro como a mi rey y soberano. Te hago el
homenaje de mi ser, de mi vida y de todas mis acciones,
especialmente de las que realizaré en el día de hoy. Dispón de
todo ello según tu beneplácito. Dame la gracia de morir antes
que ofenderte: que sea yo una hostia muerta y viva al mismo
tiempo: muerta a lo que no eres tú, viva en ti y para ti. Que toda
mi vida sea un perpetuo sacrificio de alabanza y de amor a ti.
Que, finalmente, me inmole y consuma por tu pura gloria y por
tu santo amor. Dame para ello, te lo ruego, oh buen Jesús, tu
santa bendición.

Extracto de sus OBRAS ESCOGIDAS

10/8/11

LA PERFECCIÓN CRISTIANA

133 (2006) 417-446
Manuel Ángel Martínez Juan, O.P.
Facultad de Teología San Esteban-Salamanca




Introducción

Orador dotado de cualidades excepcionales, el dominico Antonio Royo Marín, una vez acabada su formación, fue enviado, muy a su pesar, a la Facultad Pontifica de San Esteban de Salamanca para regentar allí la cátedra de Teología Moral, que se encontraba vacante a causa de la enfermedad de su predecesor en dicha cátedra. Después de la decepción inicial, por creer que su vocación más arraigada se vería frustrada, pudo reconocer más tarde con gratitud que de no haber sido por esas circunstancias jamás habría escrito un solo libro.

Hoy podemos congratularnos de sus numerosas obras, así como de las diversas ediciones y traducciones que se han hecho de muchas de ellas y del gran número de ejemplares difundidos. A través de sus escritos su predicación ha llegado a más gente de lo que lo hubiera hecho con su sola presencia y su voz. En todos ellos late la preocupación por informar y formar en la fe cristiana, y desde ahí influir positivamente en el comportamiento.

No se trata, pues, de la teoría por la teoría, o de la información por la información, sino de hacer que el conocimiento desemboque en la práctica de una vida cristiana acorde con el evangelio. Para ello, a veces desciende minuciosamente hasta los gestos elementales de la vida cotidiana, tratando de iluminarlos a la luz del evangelio y de la mejor tradición espiritual cristiana.

                                                 TEXTO COMPLETO
 
La perfección cristiana en el pensamiento
de Antonio Royo Marín

Ciencia Tomista

8/8/11

22 DE AGOSTO: FIESTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA




El Corazón más próximo al Sagrado Corazón de Jesús


NOVENA AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Por la señal...

Oración Preparatoria:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y Redentor mío, que por amor a los hombres tomasteis la naturaleza humana, escogiendo por Madre a la Purísima, Inmaculada y siempre Virgen María, y disponiendo su Corazón con todo género de perfecciones, para que de su sangre preciosa se formase esa Humanidad santísima en que padecisteis la más afrentosa de las muertes para hacernos vivir de vuestra gracia y así librarnos de la servidumbre del demonio y del pecado: os amo, Dios mío, con todas mis fuerzas, sobre todas las cosas, por esta bondad que para con nosotros habéis mostrado y me pesa de haberos ofendido. Espero que, por los méritos de vuestra preciosísima sangre y los del Corazón sacratísimo de vuestra Madre, me concederéis la gracia que necesito para hacer bien esta novena, a fin de amaros y seros fiel hasta el fin. Amén.

(1) Día Primero: La Grandeza del Corazón de María

¡Oh Corazón de María, cuya grandeza admira el universo! Hacednos igualmente grandes de corazón y alcanzadnos valor, Madre querida, para olvidar toda Suerte de injurias, y ser todo para todos, a fin de ganarlos para Jesucristo.

(2) Día segundo: Amabilidad del Corazón de María

¡Oh María! ¡Oh Madre nuestra! Vos tenéis un Corazón digno de amor, porque dominasteis con toda perfección las pasiones: alcanzadnos fortaleza para sobreponernos a ellas y para recordar y guardar siempre la ley de la caridad, con la cual seremos también imagen de vuestra dulzura.

(3) Día tercero: Compasión del Corazón de María

¡Madre llena de compasión hacednos compasivos! Vuestro Corazón no puede ver sin conmoverse el dolor y la miseria; encended el nuestro en la más ardiente caridad, que nos mueva a remediar las necesidades espirituales y temporales, propias y de nuestro prójimo.

(4) Día cuarto: Fervor del Corazón de María

¡Amabilísima Madre! Vos obrasteis siempre con el mayor fervor; y Vos conocéis mi flojedad, pereza y apatía, con las cuales no puedo agradar a Dios a quien produce náuseas la tibieza. Yo acudo, Madre mía, a Vos, para que me saquéis de tan miserable estado. Así como comunicasteis vuestro fervor a Isabel y a Juan, dispensadme la misma gracia.

(5) Día quinto: Pureza del Corazón de María

¡Santísima Madre mía! Vos, incomparablemente más que ninguna otra criatura, fuisteis limpia de corazón; Vos resplandecéis más en pureza que todos los justos y Ángeles; Vos por la hermosura de vuestro Corazón enamorasteis al Altísimo y lo atrajisteis a vuestro seno. Alcanzadnos, Señora esa pureza de corazón; rogad por nosotros para que sepamos vencer nuestras malas inclinaciones y vivir en el candor con que Vos fuisteis adornada, a fin de que podamos ver a Dios y morar con El eternamente.

(6) Día sexto: Mansedumbre del Corazón de María

¡Virgen soberana, Reina y Madre llena de mansedumbre! Vuestro corazón mansísimo reprende al nuestro tan inmortificado: queremos imitaros; desde hoy nos proponemos reprimir los movimientos de la ira y practicar la mansedumbre: alcanzadnos, Señora, la gracia que para ello necesitamos.

(7) Día séptimo: Humildad del Corazón de María

¡Oh Virgen humildísima! Vos sois Señora, y os llamáis esclava; Vos sois elegida para el lugar más distinguido, y pretendéis el último; Vos conocéis el mérito de la humildad, y por eso la arraigáis constantemente: alcanzadme esos sentimientos de humildad de que Vos estáis animada; haced que os imite en esta humildad de corazón de que me dais tan brillante ejemplo.

(8) Día octavo: Fortaleza del Corazón de María

Madre mía! Vos conocéis mi cobardía y debilidad, que por desgracia me han acompañado casi siempre: por el admirable valor que tanto os distinguió, os ruego que infundáis en mi corazón la fortaleza necesaria para confesar la fe, para guardar la santa Ley de Dios y para prescindir de todo respeto humano en la práctica de la virtudes.

(9) Día noveno: Paciencia del Corazón de María

¡Madre siempre paciente! Por la multitud y vehemencia de vuestros dolores, os suplicamos nos alcancéis la paciencia y la resignación que necesitamos para sufrir con mérito las amarguras y penalidades que nos afligen. Señora la paciencia nos es necesaria. Vos nos disteis el ejemplo más admirable de ella: interceded por nosotros para que sepamos imitaros.

--------- Oración final ---------

¡Oh Corazón dulcísimo de María de quien he recibido continuamente tantas gracias, tantos beneficios y favores! yo os venero y os doy gracias, y con ternura de hijo os estrecho contra mi pobre corazón. ¡Ah!, permitidme, Madre mía, que con toda confianza os lo entregue; santificadlo con vuestra bendición y trocadlo en bello jardín donde pueda recrearse vuestro Santísimo Hijo. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN INDIVIDUAL (San Juan Eudes)

Amabilísima y admirabilísima Virgen María, Madre del Salvador y Madre mí, postrado a vuestros pies, y uniéndome a todos los actos de humildad, de amor y de devoción de todos los corazones que os aman en el cielo y en la tierra, os saludo, os venero y os elijo por mi Soberana y Reina de mi Corazón, mi queridísima Madre, la guía de mi vida, mi Protectora, mi Abogada, y mi refugio en todas mis necesidades, espirituales y corporales.

Yo os ofrezco y consagro mi cuerpo, mi alma, y todo lo que pertenece a mis ser. Deseo también que todos mis pensamientos, palabras y acciones y todo lo que hay en mí, en el presente y en el futuro, sean otros tantos actos de alabanza a la Santísima Trinidad por todas las gracias que os ha otorgado.

¡Oh, Virgen Amabilísima!, Yo deposito en vuestras manos todos mis designios, proyectos e intereses, y no quiero jamás tener otros que nos sean los de Vuestro Hijo, y los Vuestros.

Recibidme, os lo ruego, mi queridísima Madre, en el número de los servidores e hijos de Vuestro Corazón Inmaculado. Miradme, y tratadme como una cosa absolutamente vuestra, disponed de mi, y conducidme en todo lugar, no según mis inclinaciones, sino según vuestro beneplácito.

De mi parte, Virgen Santa, yo tomo hoy la firme resolución de honraros, serviros, consolaros, y amaros y, de atraer a todos los que pueda a hacer lo mismo.

Especialmente, quiero honrar con una devoción muy particular Vuestro Admirable Corazón (como lo habéis pedido en Fátima). Por eso, con Vuestra asistencia, trataré de imitar tanto como pueda las principales virtudes que lo adornan.

¡Oh, Reina de mi Corazón!, imprimid Vos misma en mi corazón, una imagen perfecta de las virtudes del Vuestro, a fin de que el corazón de tu hijo, sea un retrato viviente del Corazón de su Madre.

Unid de tal manera mi corazón al de mi Jesús – que es Vuestro Corazón – que ya no tenga en mi otros sentimientos y voluntades que los Vuestros, y que no haga nunca sino lo que sea más agradable al Santísimo Corazón de Jesús y de María. Amen.

1/8/11

SANTO CURA DE ARS: SERMÓN SOBRE LA COMUNIÓN

LA ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

“No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos” (Sto. Cura de Ars)

Educación de los fieles en la comunión

            Para hacer una buena comunión es preciso tener una viva fe en lo que concierne a este gran misterio; siendo este sacramento un misterio de fe,  hemos de creer con firmeza que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y que está allí vivo y glorioso como en el Cielo.
            Antiguamente, el sacerdote, antes de dar la Sagrada Comunión, sosteniendo en sus dedos la santa Hostia, decía en alta voz: “¿Creéis que el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo están verdaderamente en este sacramento?” Y entonces respondían a coro los fieles: “Sí, lo creemos”.
            Digo también que debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser descuidados y estropeados; a menos que no tengáis otro vestido, habéis de presentaros limpios y aseados. Algunos no tienen con qué cambiarse; otros no se cambian por negligencia. Los primeros, en nada faltan, ya que no es suya la culpa; pero los otros obran mal, ya que ello es una falta de respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su corazón. Habéis de venir bien peinados, con el rostro y las manos limpias.
            Es necesario que todo nuestro porte exterior dé, a los que nos ven, la sensación de que nos preparamos para algo grande.
            Habréis de convenir conmigo en que, si para comulgar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mucho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernos merecedores de las gracias que Jesucristo nos trae al venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en buenas disposiciones, es preciso que nuestra conciencia no nos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecados graves se refiere.
            Después de haber rezado las oraciones indicadas, ofreced la Comunión por vosotros y por los demás, según vuestras particulares intenciones; para acercaros a la Sagrada Mesa, os levantaréis con gran modestia, indicando así que vais a hacer algo grande; os arrodillaréis y, en presencia de Jesús sacramentado, pondréis todo vuestro esfuerzo en avivar la fe, a fin de que por ella sintáis la grandeza y plenitud de vuestra dicha. Vuestra mente y vuestro corazón deben estar sumidos en el Señor. Cuidad de no volver la cabeza a uno y otro lado […]. Si aún debieseis aguardar algunos instantes, excitad en vuestro corazón un ferviente amor a Jesucristo, suplicándole con humildad que se digne venir a vuestro corazón miserable.
            Después que hayáis tenido la inmensa dicha de comulgar, os levantaréis con modestia, volveréis a vuestro sitio y os pondréis de rodillas…; ante todo, deberéis conversar unos momentos con Jesucristo, al que tenéis la dicha de albergar en vuestro corazón, donde, durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal.
            Habiendo ya rezado las oraciones para después de la Comunión, llamaréis en vuestra ayuda a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos, para dar juntos gracias a Dios por el favor que acaba de dispensaros.
            No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos[…].
            ¿Estáis allí con las mismas disposiciones que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio?
¿A quién recibimos?
           
            Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamás por lugar alguno sin derramar sus bendiciones en abundancia, de lo cual deduciremos cuán grandes y preciosos deben ser los dones de que participan quienes tienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión; o mejor dicho, que toda nuestra felicidad en este mundo consiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión.
            Todos los Santos Padres están conformes en reconocer que, al recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, recibimos todo género de bendiciones para el tiempo y para la eternidad. En efecto, si pregunto a un niño: ¿Debemos tener ardientes deseos de comulgar? –Sí, Padre, me responderá. –Y por qué? –Por los excelentes efectos que la comunión causa en nosotros. –Mas, ¿cuáles son estos efectos? –Y el me dirá: La Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús, debilita nuestra inclinación al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia, y es para los que la reciben un comienzo y una prenda eterna.
            Recibiendo a Jesucristo, nuestro espíritu se fortalece, en nuestras luchas somos más firmes, nuestros actos están inspirados por la más pura intención,  y nuestro amor va inflamándose cada vez más y más.
            La Sagrada Comunión es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo; estas son las arras que nos envía el Cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el Suyo en la Comunión.
(Boletín San Pío V N° 26, Córdoba, 2011))