12/10/11

JESÚS, MISTERIO DE LOS SIGLOS


                                                                   

Misterium quod absconditum fuit a saeculis
et generationibus (Colosenses 1, 26)


1. Sólo Jesús tiene las llaves de la ciencia y las llaves del abismo. Él sólo puede romper los siete sellos que cierran el libro del porvenir para leer y descubrir sus secretos.

La naturaleza creada, el espíritu y el corazón del hombre, la sociedad, la historia, la Iglesia de Cristo, todo esto es un libro lleno de enigmas. dios ha abandonado todo esto a la investigación y a la discusión de los hombres, pero sin Jesús nada se esclarece y nada se explica.

2. ¿Qué significa en la naturaleza esta muerte aparente que dura los prolongados meses de invierno, qué la germinación, descomposición del grano en la tierra para producir la planta, como si la vida debiera salir de la muerte?

¿Qué significan esta multitud de seres infinitamente pequeños, esta profusión de poder y esta riqueza para crear lo que no debe vivir más que un instante, esta serie interminable de seres lanzados como en confusión y al azar al mundo visible, cual si del desorden pudiera nacer la armonía?

¿Qué significan estas anomalías, estas contradicciones y lagunas aparentes en el gobierno del mundo material, y esta admirable finalidad jamás frustrada, esta Provindencia que nunca falla?

3.- ¿Cómo explicar, después de aquella necesidad de amistad que atormenta el corazón del hombre y el egoísmo que doquiera le persigue; la aspiración universal hacia la soledad, hacia la unión, hacia el amor, y las guerras, las revoluciones con las oposiciones, las luchas y los odios que son consecuencia suya?

¿Qué significa esta necesidad invencible de justicia y de equidad, estas permanentes desigualdades, estas flagrantes injusticias, esta opresión de los débiles y esta explotación del indigente?

Se alaba la hermosura de la virtud, querríase poseerla, y sin embargo se la calumnia y se la persigue.

Se reconoce la necesidad del bien, y sin embargo se asiste impotente a la victoria del mal.

4.- La historia, a su vez, está llena de enigmas. Los hombres deciden libremente de los sucesos; forman y transforman los imperios, crean los pueblos, gobiernan libremente, disponen de todo según su capricho y su ambición.
Y, con todo, la historia del mundo obedece a leyes invariables. Una mano invisible tiene los hilos de esta trama tan libremente urdida. El ser a quien no se ve, a quien no se quiere ver, a quien se quisiera rechazar, se halla doquiera dirigiendo a su merced los sucesos, y disponiendo para sus fines de las pasiones humanas.

Cuanto más libre e independiente se cree el espíritu humano, tanto más esclavo es de sus prejuicios y de sus caprichos, y tanta mayor necesidad siente de dependencia y aprendizaje.

Cuanto más extraviada se halla la humanidad por los caminos del error, con tanta mayor presteza puede ser conducida, por el exceso mismo de sus desvaríos, a la vida y la virtud.

5.- Y todas estas aparentes contradicciones no son más que los aspectos particulares del problema universal con que a cada paso se choca en el mundo visible, en el arte, en la ciencia y en la vida individual, familiar y social, en la vida espiritual de cada alma y en la vida de la Iglesia.

Dos elementos hay en pugna que es preciso conciliar: dos términos opuestos que hay que unir: lo mudable, lo caprichoso y la ley invariable; la actividad y la inercia, la materia y la forma, el poder y el obrar, la libertad y la autoridad.

Doquiera que el hombre lleva sus investigaciones, en el orden de la naturaleza o en el de las ideas, en el mundo moral, político, económico o en el de la gracia, doquiera encuentra estos dos principios.

Si suprime uno, produce en el orden filosófico un error, en el terreno teológico o moral una herejía, en la política o en la economía una perturbación, y en el mundo de la naturaleza un malestar o un cataclismo.

La libre concurrencia ilimitada, bajo el punto de vista material, produce el liberalismo económico; la intervención exagerada del Estado, el socialismo.

La libertad sin freno, en política, engendra la anarquía; la autoridad sin endulzamiento produce la tiranía.

La libertad sin límites en moral, es el laxismo; la autoridad no limitada por la libertad es el rigorismo.

A través de los siglos, los teólogos, los filósofos, los políticos, los economistas, los dueños de todas las ciencias naturales, se han dividido en escuelas opuestas para resolver este problema y para conciliar estos dos elementos siempre incompatibles bajo algún punto de vista.

6.- Este mismo problema se halla planteado en la vida espiritual de todo hombre.

¿Cómo conciliar la extrema debilidad del alma, sus perpetuas caídas, con su progreso incesante; su impotencia para todo bien con el continuo heroísmo de su vida; sus infidelidades, renovadas a cada paso, con la invencible ternura que Dios le manifiesta; el precepto que tiene de obrar como si todo dependiera de ella con la convicción de que por sí misma nada puede; esta absoluta desconfianza de sí misma y la persistente confianza de llegar a la santidad; la insignificancia de sus obras, la imperfección de su vida, los desfallecimientos en la lucha y la persuasión de tan alta recompensa; los sufrimientos físicos y morales que destruyen su ser y la certidumbre que de esta muerte surgirá la vida para otras almas;  las vicisitudes interiores, el continuo caminar por el desierto de la vida espiritual y la confianza de arribar a la tierra prometida?

7.-  Y, sobre todo esto,  se cierne un misterio aún mayor, el hecho único en la historia: la Iglesia Católica.

La Iglesia siempre combatida en su doctrina, en su moral, en su gobierno... y siempre en pie.

La Iglesia siempre inmutable en sus dogmas, siempre adaptada a las necesidades de los tiempos, siempre intransigente y siempre flexible, sufridora y triunfante, enferma y hallando siempre en su enfermedad fuerza y vigor.

La Iglesia perpetuamente odiada y siempre temida, despreciada o ignorada a sabiendas, y sin embargo siempre en el primer plan de las preocupaciones del mundo.

La Iglesia siempre tras un fin espiritual y procurando a los hombres la felicidad y el bienestar material.


La iglesia proclamada la enemiga de toda cultura y llevando consigo la civilización.

La Iglesia proponiendo dogmas increíbles y cautivando bajo su yugo a las más privilegiadas inteligencias, imponiendo a sus discípulos la abnegación y la cruz, y siempre escuchada y siempre obedecida.

La Iglesia estableciéndose a fuerza de persecuciones, renovándose en el tiempo de los combates y el sufrimiento, y regenerándose en la sangre de sus propios hijos.

La Iglesia, en apariencia más débil que los imperios que la rodean, y a todos los cuales sobrevive.

La Iglesia reducida a impotencia, despojada de todo auxilio humano, encadenada, sin dominio sobre los cuerpos, pero fuerte, libre y dueña de los corazones.

8. Por fin llegamos a Jesús, en quien hallamos acumulados todos los problemas desparramados por la naturaleza, en el corazón y el espíritu del hombre, en la sociedad, en la historia y en la Iglesia universal.

Jesús es el problema por excelencia y quien lo comprenda habrá hallado la solución de todos los demás. Es el misterio que Dios ha ocultado desde el principio de los siglos y cuyas huellas ha dejado esparcidas por toda la creación. Y ¿cuál es ese misterio?

Es la unión que se obra en Jesús de lo finito con lo infinito, de la Humanidad con la Divinidad, de la debilidad con la fuerza, de la muerte con la vida, de la pobreza con la riqueza, de la obediencia con la libertad, del sufrimiento ilimitado con la infinita felicidad.

Jesús, Hombre-Dios, lo une todo en una síntesis magnífica, la ciencia y la fe, el principio inmutable y su fecunda aplicación, la inmovilidad y el progreso, las leyes eternas y los hechos particulares.

él armoniza entre Sí lo finito con lo infinito, la unidad en la distinción, la entera libertad del hombre y el soberano dominio de Dios, la responsabilidad de la criatura y la moción todopoderosa de la Causa Primera, el mérito y la predestinación, el interés del hombre y la gloria de Dios, los derechos de la justicia y las condescendencias de la misericordia.

Sólo Jesús concilia en Sí mismo el homenaje finito que la criatura tributa a su Autor y la exigencia de una gloria infinita; la necesidad de amor sensible con el deber de amar soberanamente a la espiritual Beldad, la sed de felicidad infinita que atormenta a todo hombre y la capacidad limitada del corazón humano, la aspiración a la inmutabilidad, al descanso, a la vida sin fin, con el problema del dolor y la muerte.

Jesús es perfecto y lo esclarece todo. Está en el centro del mundo creado e increado, y responde a todas las necesidades del alma. Vive en toda la naturaleza que prefigura y simboliza su vida, su muerte y su resurrección.

Es el alma de la sociedad, la llave de la historia, el jefe de la Iglesia que continúa acá abajo su vida humillada y triunfante a la vez. Vive en cada alma y en cada alma continúa su pasión y la obra de la Redención.

9.- Y, lo que es más de admirar, es que al paso que ilumina todos los misterios, ninguno de ellos lo explica a fondo a nuestros ojos mortales.

Hace que adivinemos su profundidad, y cómo en Él se halla la solución fecunda, pero no descubre ninguno, sino que nos deja bajo las sombras de la fe. Levanta el velo, pero sin rasgarlo. Nos da la certeza, pero sin la visión; nos da el goce, pero sin disminuir el mérito; los transporta al mundo divino, pero sin quitarnos de la tierra.

Y el problema supremo que es la clave de todo, la unión de lo finito con lo infinito en una sola Persona Divina, continúa siendo el problema más oscuro, y el más incomprensible aquí abajo.

10.- ¡Oh Jesús, misterio de los siglos, yo os adoro, os amo e inclino con respeto mi frente ante vuestra grandeza y me oculto confiado en vuestro Sagrado Corazón.

Esta majestad soberana aliada a una ternura infinita, esta santidad sin tacha unida a una incansable compasión para con mi debilidad humana, es el misterio que aún encuentro doquiera, que hace que me enamore de Vos en la tierra, y que será mi admiración eterna en el Cielo.
                                                                              
(Fragmento de "El Amigo Divino", de Jos. Schrijvers)



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