28/11/12

VOLVER A NACER

Del segundo nacimiento
Cuando Nicodemo vino a Nuestro Señor aquella noche y le reconoció como maestro enviado por Dios, Él le respondió con algo insólito, algo desconcertante: “En verdad, en verdad te digo: si uno no fuere engendrado de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”

¿De qué me está hablando este maestro?- Pensaría Nicodemo- ¿Qué es esto de nacer de nuevo? ¿Acaso puede el hombre volver al vientre de su madre y volver a nacer? ¿Qué es esta cosa que me dice? Jamás oí cosa semejante en Israel. Ni siquiera de sus más grandes maestros. Tampoco recuerdo haber leído nada semejante en Moisés ni en la ley.

Por eso Nicodemo le respondió: “¿Cómo puede un hombre nacer si ya es viejo? ¿Acaso puede entrar segunda vez en el vientre de su madre y nacer?” Y Jesús le dijo: “En verdad, en verdad te digo: quien no naciere de agua y Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te haya dicho: es necesario que nazcáis de nuevo”……Y Nicodemo, más desconcertado aún, le respondió: “¿Cómo puede ser eso?” Respondió Jesús y le dijo: “¿Tú eres maestro de Israel, y esto no sabes?” (Jn. 3,1-10)

Un maestro de Israel, como creía de sí mismo Nicodemo, no sabe esto, esto que le dice con tanta autoridad Jesús, esto que no entiende. Y no lo entiende en su crudo sentido carnal pues no es éste precisamente el sentido en que le habla el Señor. “El hombre carnal no entiende las cosas del Espíritu” (I Cor. 2, 14), como dirá más tarde San Pablo, inspirado por el mismo Espíritu Santo.

Este segundo nacimiento debe darse en el hombre, debe darse en la vida del hombre. Está el nacimiento del agua, el nacimiento del bautismo, pero es preciso también el nacimiento del espíritu. El nacimiento del bautismo nos limpia del pecado original y nos incorpora a la Iglesia, al cuerpo místico de Cristo, pero es necesario que conjuntamente se produzca también el nacimiento del Espíritu. Si esto, por alguna razón no se da así es preciso que en algún momento de la vida se complete con ese segundo nacimiento según el Espíritu. Podemos ser bautizados de niños y recibir allí las gracias necesarias para una vida santa según el Espíritu, pero también podemos, como comúnmente ocurre, que la vida religiosa que llevamos desde niños se convierta en una rutina, en una costumbre casi exterior- cuando no del todo exterior- en un mero cumplimiento de ritos y preceptos que van perdiendo paulatinamente su vida y sentido, en una repetición rutinaria, mecánica, no viva, en donde la convicción intelectual no está alimentada como debiera, donde el crecimiento físico no es acompañado, a un mismo ritmo, por el crecimiento espiritual.

“Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.” Dice San Lucas, en su Evangelio, (Luc. 2,52) hablando de Jesús niño. Y, hablando de la infancia de San Juan Bautista: “Y el niño crecía y se robustecía en el espíritu”… (Luc. 1, 80)

También San Pablo en una de sus epístolas les dice a los cristianos que es preciso y necesario el crecimiento interior diciéndoles que cuando uno es niño solo puede beber leche y comer comida de niño, pero, a medida que nos aproximamos a la adultez, el alimento debe ser sólido, es decir, adecuado a un adulto. “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Leche os di a beber, no manjar sólido, pues todavía no erais capaces.” (I Cor. 3, 1-2)

El crecimiento exterior del cuerpo debe ir acompañado de un crecimiento interior espiritual. Y puede requerirse para ello, para que esto sea posible, en algunos casos- ¿o en muchos?- una muerte y una resurrección; una muerte y un nuevo nacimiento; una caída en la oscuridad más profunda para acceder a una subida a la luz.

Muchos maestros espirituales hablaron de esto en diversas formas, especialmente San Juan de la Cruz, cuando nos habla de la noche del espíritu, en su “Subida al monte Carmelo” y en “La noche oscura”. Alguien dirá que no es del segundo nacimiento de lo que habla allí San Juan de la Cruz, pero, si se fijan bien, verán que hay una profunda correspondencia. Aunque, en otro sentido, se pueda hablar, también, de grados en la vida espiritual (que es de lo que propiamente está hablando San Juan de la Cruz). Pero, aquí podemos hablar también, en un sentido diverso, de estadios, pues de un estadio de vida espiritual más exterior, se pasa, de un salto, a un estadio más elevado y profundo. Porque se trata de una conversión, de un cambio de dirección en profundidad.

Si no hemos vivido este segundo nacimiento debemos pedírselo al Padre, como nos enseñó Nuestro Señor:”Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad a golpes y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama a golpes se le abre. Y ¿a quién de vosotros que sea padre, le pedirá su hijo un pan… ¿por ventura le dará una piedra? O también un pescado… ¿por ventura en vez de pescado le dará una serpiente? O si le pide un huevo, ¿por ventura le dará un escorpión? Si, pues, vosotros, malos como sois, sabéis dar buenos regalos a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará desde el cielo el Espíritu Santo a los que se lo pidieren?”(Luc. 11,9-13).

Otra consideración que debemos hacer es aquella de hacer notar que hay tantas y tan distintas formas de alcanzar este nuevo, o segundo nacimiento, como personas existen, con sus distintos temperamentos y aptitudes. Tal vez un hecho externo, una experiencia determinada, un dolor, una lectura, el conocimiento de una persona, etc. puedan ser ocasión (¡Ojo! “ocasión”, no “causa”) de hacer posible este nuevo nacimiento. Puede ocurrir en edad temprana, en la juventud, en la madurez; puede ocurrir inesperadamente; pueden tardarse años. Creo que fue el poeta Paul Claudel quien tuvo una iluminación de esta naturaleza al entrar a la catedral de Notre Dame mientras se celebraba una Misa. El escritor Giovanni Pappini se convirtió, ateo y líder socialista como era, mientras le tomaba lecciones de catecismo a su sobrinita. Dicen de Gilbert Keith Chesterton que fue ocasión de su conversión la muerte de su hermano en la primera gran guerra. Y, así, podríamos enumerar muchísimos casos de los más diversos, como también aquellos otros menos espectaculares, por decir así, que llevaron años de penosa preñez. Pero este segundo nacimiento debe darse porque sin él “no podremos ver el reino de Dios.”

El reino de Dios reside en lo profundo de nosotros mismos, no en actos meramente exteriores, como tantas veces recalcó Jesús a los jefes religiosos de su tiempo. “No penséis que vine a destruir la Ley o los Profetas: no vine a destruir sino a dar cumplimiento” (Mat. 5, 17) es decir, real y verdadero cumplimiento, “en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 23) como le dijo a la samaritana. Cristo nos trajo la interiorización de la ley. “Mirad que el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc.17, 21) no precisamente fuera. El segundo nacimiento es un nacimiento hacia el interior. La religión puramente externa es el fariseísmo, es la muerte de la religión, es la falsificación de la religión, es el pecado contra el Espíritu Santo.

El que encuentra es porque ha estado buscando, tal vez sin estar claramente consciente de ello, a veces sin saber realmente la meta final de su búsqueda, pero la revelación de este enigma se resuelve luminosamente como un descubrimiento, como un hallazgo, como un maravilloso encuentro con aquello que más anhelaba en lo más íntimo de su ser y con todo su ser, y, como dijo Nuestro Señor, como un tesoro hallado en un campo mientras se cavaba sin saber; como una perla preciosa por la cual uno vende todo cuanto tiene para conseguirla. (Mt. 13,44-45) Vender todo lo que uno tiene es abandonar como inservible e inútil todo lo que se valorizó como un tesoro hasta entonces. Es dejar un falso y equivocado amor, por uno verdadero. Muchos de los ejemplos mencionados antes tienen su iluminación en esto. La ocasión de que hablábamos antes no es más que el reconocimiento de aquello que con toda el alma andábamos buscando. Un hecho cualquiera que nos toca en el momento preciso toma la forma adecuada de nuestra búsqueda; se transforma en el símbolo que trasciende todas las palabras. Lo indecible, lo inefable, se nos revela como la clave de todas las cosas. Allí se produce el “clic”, el encastre justo en donde todo toma sentido, un sentido nuevo de todas las cosas. Allí muere todo lo que poseíamos hasta entonces, y muere como un vestido viejo. “…Si uno está en Cristo, es una nueva creación. Lo viejo pasó: mirad se ha hecho nuevo.”(II Cor. 5, 17) La luz ha venido al mundo.

Cristo no usó de palabras o de conceptos abstractos para describirnos el reino de los cielos, la inhabitación del Espíritu en nosotros, sino que usó de símbolos y de figuras, de parábolas y, aún, de los ejemplos luminosos de sus milagros: resucitando muertos, dando vista a los ciegos y haciendo andar a los paralíticos.

El segundo nacimiento es una resurrección. “En verdad, en verdad os digo que se llega la hora, y es ésta, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán.”(Jn. 5,25). Cristo nos trae la novedad de la gracia, la buena noticia de la gracia. La gracia hace posible el cumplimiento de la ley, que era muerte para los judíos. Pero, además, Cristo nos trae una nueva ley: la ley del amor, que supera, perfecciona y trasciende a la ley de Moisés. Cristo nos trae la interiorización de la ley transfigurada por la ley del amor. Cristo nos revela que Dios es Padre. Cristo nos revela que “Dios es Amor.”(I Jn. 4, 8). 

El nuevo nacimiento por la fe y el abandono a la gracia se produce en el instante del abandono de nuestro yo, en la renuncia a nuestra propia vida, a nuestra propia e ilusoria voluntad. Y éste es el primer acto de verdadero amor, que es renuncia y olvido del propio yo. Y éste olvido del propio yo produce la paradoja de hallar a aquel Yo que es más yo que yo mismo, produce la unión con Dios.

“Pero vivo…no ya yo, sino Cristo vive en mí.” (Gal. 2, 20) Llegó a decir San Pablo.

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; mas si muere, lleva mucho fruto.” (Jn. 12, 24)

“Quien quisiere poner a salvo su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por causa de mí, la hallará. Pues ¿qué provecho sacará un hombre si ganare el mundo entero, pero perdiere su alma?” (Mt. 16, 24-26)
“¡Lázaro, ven afuera!” (Jn. 11,43) 

Ariel Marthe 

Publicado en STAT VERITAS 

13/11/12

SAN JOSÉ, CUSTODIO DE LOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA


Leído en corazones

San José Custodio de los Dos Corazones

Por Hna. María José Socías, sctjm


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Cuando hablamos de San José, hay un silencio que envuelve a su persona; silencio que vivió toda su vida. Su misión fue, después de la Santísima Virgen María, la mas importante que Dios le haya encomendado a criatura alguna, y al mismo tiempo la mas escondida: salvaguardar "los tesoros de Dios" --Jesús y María--y proteger con su silencio, presencia y santidad el misterio de la Encarnación y el misterio de la Santísima Virgen María.
En la primera venida del Hijo de Dios al mundo, las vidas de María y José fueron radicalmente escondidas; ahora --en estos momentos tan difíciles de la historia-- han salido a relucir para dar a los hombres testimonio del amor de Dios por la humanidad, y de lo que hace en los corazones de aquellos que son fieles a Su voluntad. Y así vemos como se ha despertado en estos tiempos, un nuevo interés en la persona de San José, en su santidad, en su misión y en su intercesión.
Los papas y San José: el Papa León XIII escribe "Quamquam Pluries" reafirmando su patrocinio sobre toda la Iglesia. El Papa Pío XII instaura la fiesta de San José, Obrero, el día 1 de mayo. Papa Juan Pablo II escribe"Redemptoris Custos"; habla de la misión de San José especialmente en estos tiempos donde la Iglesia enfrenta grandes peligros. De manera particular, Dios quiere hacer relucir la persona y misión de San José en su relación con los Sagrados Corazones de Jesús y María. La primera indicación de ello fue dada en las apariciones de la Virgen de Fátima, en Portugal. En la última aparición de la Virgen, el 13 de octubre, San José aparece junto con el Niño Jesús y bendice al mundo. Sor Lucía, la principal vidente, relata lo sucedido:
"Mi intención [en gritar a la gente que miraran hacía arriba,]no era llamarles la atención hacia el sol, porque yo no estaba consciente de su presencia. Fui movida a hacerlo bajo la dirección de un impulso interior. Después que Nuestra Señora había desaparecido en la inmensidad del firmamento, contemplamos a San José con el Niño Jesús y a nuestra Señora envuelta en un manto azul, al lado del sol. San José y el Niño Jesús aparecieron para bendecir al mundo, porque ellos trazaron la Señal de la Cruz con sus manos. Cuando un poco mas tarde, esta aparición desapareció, vi a nuestro Señor y a la Virgen; me parecía que era Nuestra Señora de los Dolores. Nuestro Señor apareció para bendecir al mundo en la misma manera que lo hizo San José. Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra Señora una vez mas, esta vez como Nuestra Señora del Carmen."
Ese día en Fátima se hicieron presente los Dos Corazones y San José. Dios nos revela los Corazones de Jesús y María pues ellos son la esperanza de la humanidad. Es el amor y la misericordia de estos Dos Corazones la que salvara al mundo del pecado y de la muerte. Pero el misterio de la presencia de San José revela que, unido al amor de los Dos Corazones, Dios espera y busca el amor y la respuesta del hombre para con su hermano. El hombre, con su amor, intercesión y reparación, sumergidos en el amor de Jesús y María, también debe alcanzar gracias de conversión para la humanidad. Dios salvará la humanidad por medio del amor: el amor de Jesús y María y de todos aquellos que, como San José, se unan y vivan dentro de este amor.
I. La Unión del Corazón de San José con los Dos Corazones
Así, como por designio de Dios, el Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen está unido "indisolublemente al Corazón de Cristo", de manera que estos Dos Corazones permanecieran unidos para siempre y por ellos nos llegara la salvación, así mismo, por designio de Dios, el corazón que mas de cerca vive en alianza con éstos Dos Corazones es el corazón de San José.
Cuando contemplamos el corazón de San José, contemplamos un corazón puro, que dirige todos sus afectos y acciones hacia aquellos que le fueron encomendados, cuya grandeza él supo leer y entender. Todos los movimientos del corazón de San José tenían un solo objetivo: el amor de los Dos Corazones. Por ellos trabajó; por ellos obedeció; por ellos sufrió; a ellos los defendió y protegió sin interrupción. Su vida era para amar, consolar, proteger y cuidar a los Dos Corazones. Hay que recordar que San José no era Dios hecho hombre, ni tampoco fue concebido inmaculado; el nació con el pecado original igual que todos nosotros. Pero su corazón se hizo uno con el Corazón de María y a través de ella, con el Sagrado Corazón de Jesús. Veamos como se da en San José esta misteriosa unidad.
El Corazón de San José unido al Corazón de María, su Esposa
El corazón de San José vivió en plena comunión con el Inmaculado Corazón de María. Ella fue para el, igual que lo es para todos nosotros, el camino que lo condujo al misterio del Dios hecho Hombre. En el sueño del ángel, oyó éstas palabras: "No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo nacido de ella es del Espíritu Santo." (Mt 1: 20) Con esto, es introducido no solamente en el misterio de la Encarnación, sino también en el misterio del corazón excepcional de la Virgen Santísima, escogida para ser Madre de Dios. San José se dio cuenta que el Mesías y Salvador, tan esperado por su pueblo, había de llegar al mundo a través del seno maternal de María, la mujer a quien Dios le había dado por esposa.
¿Cuál fue la respuesta de San José? "Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomo consigo a su mujer" (Mt 1:24). En otras palabras, San José se consagrá a María, a su persona, a su corazón, y a su misión. Accedió a la voluntad de Dios quien designó que el, y todo el genero humano, había de recibir al Redentor por manos de María. Mucho mas que todas las generaciones que llamarán bendita a la Virgen por las maravillas que Dios ha hecho en ella (cf. Lc 1:48-49), San José las supo ver, ponderar, y amar, levantandose así en su corazón, un profundo deseo de protegerla.
San José vivó en perfección la consagración al Inmaculado Corazón de María. Es él, el perfecto devoto de la Virgen, y nosotros debemos aprender de él. El es el primer ejemplo del mensaje que San Juan Eudes escuchó del Corazón Eucarístico de Jesús: "Te he dado este admirable Corazón de Mi Madre, que es Uno con el Mío, para ser Tu verdadero Corazón también...para que puedas adorar, servir y amar a Dios con un corazón digno de su Infinita Grandeza".
Debemos pedirle que nos enseñe como amar con todo nuestro corazón a la Santísima Virgen, a quien amó con todas las fuerzas de su corazón y de quien recibió, con profundo agradecimiento, el Sagrado Corazón de Jesús, el Salvador.
El Corazón de San José unido al Corazón de Jesús
Después del de la Virgen, el corazón de San José es el que mas cerca estuvo del Corazón del Redentor. San José amaba con verdadero amor paternal a Cristo. Su corazón estaba unido de tal forma al de Jesús, que mucho antes que San Juan se recostara sobre el pecho del Señor, ya San José conocía plenamente los latidos del Corazón de Cristo y aún mas, Cristo conocía perfectamente los latidos del corazón de su padre virginal, puesto que toda su niñez la pasó recostado del pecho de su padre, San José.
En esta comunión de "corazón a Corazón", ¿qué secretos insondables habrá descubierto San José en el Corazón de su Hijo? El Ángel le había revelado en sueño que el Hijo de María era quien "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1:21). Entendió que el Corazón del Emmanuel era un corazón humilde, misericordioso y redentor. Era el Corazón de Dios, formado por el Espíritu Santo, que vino a salvar a su pueblo. No para una salvación meramente temporal, sino mucho mas profunda; era la salvación del mal que había entrado en el corazón humano: el egoísmo, el desamor, la división, la injusticia.... el pecado.
Estos secretos insondables fueron conocidos plenamente por San José, por la intimidad de contemplación de los corazones de Jesús y María. Lo encontramos al lado de la Santísima Virgen en los misterios gozosos del Santo Rosario. Al convivir y contemplar lo que se desarrollaba en la vida de Jesús y en la vida de su esposa, su corazón crecía en admiración y amor a Dios y en ardientes deseos de participar plenamente en su obra.
II. San José y el Triunfo de los Dos Corazones
La presencia de San José en dos de las apariciones de la Santísima Virgen aprobadas por la Iglesia --Knock y Fátima-- muestran el deseo de Dios de que se reconozca a San José. En la aparición de Fátima vemos como Dios no dejó duda alguna de la importancia de San José en su plan para la conversión del mundo a través del Inmaculado Corazón de María. Fue la misma Virgen María la que anunció, en su aparición del día 13 de septiembre, de que en octubre no solo haría un milagro para que todo el mundo creyera, sino que San José vendría con el Niño Jesús a bendecir al mundo. La Virgen le dijo:
"Continúen rezando el rosario para obtener el fin de la guerra. En octubre, Nuestro Señor vendrá, así como nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora del Carmen. San José aparecerá con el Niño Jesús y bendecirá al mundo."
¿Por qué Dios hizo de la presencia de San José en Fátima, un elemento visible en el misterio del triunfo que se avecina? Porque San José es el modelo para toda la humanidad de unión con los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Y ademas, lo que fue su misión en la tierra, continúa siendolo en el cielo: él fue y es el protector de los Dos Corazones. Él protegió el Corazón Inmaculado de María y el Sagrado Corazón de Jesús, que latía en el seno de la Virgen. Los protegió celosamente y por eso ellos triunfaron en su corazón. ¿Cómo no va a ser ahora quien los proteja, asegurando su triunfo en los corazones de todos los hombres?
San José, dado como protector de los Dos Corazones en el principio, es ahora encomendado por Dios como protector de toda la familia humana. De forma particular, San José es protector de todos aquellos que aman a los Dos Corazones, que se han unido a ellos y que promueven su pronto Reinado en la humanidad.
Es San José el que enseña de forma mas plena a los apóstoles de los Dos Corazones, a tener plena unidad interior con el corazón de Jesús y el de María, porque fue precisamente él, el tercer corazón, que se unió a ellos en amor, en servicio y en fidelidad.
Son los apóstoles de los Dos Corazones los que de una manera nueva deben acogerse a la protección de San José y pedirle a él que les enseñe a amar, a servir, a sacrificarse y a permanecer unidos a éstos Dos Corazones como él lo hizo toda su vida.
¡San José, Custodio de los Dos Corazones.... Ruega por nosotros!