15/6/12

SAN JUAN EUDES Y LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Fuente: CIBERIA

SAN JUAN EUDES

Fundador Año 1680

Solía repetir: "Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias". Era una frase predilecta de San Juan Eudes, que anticipaba la consideración de la Eucaristía como el vértice de la Iglesia, alimento del pueblo de Dios.

VIDA Y ESTUDIOS

Nació en Ri, pueblecito de Francia, en Normandía. Sus padres, como la madre de Samuel, peregrinaron a un santuario de la Virgen para pedir tener un hijo que, después de años de casados no podían tener, y Dios les concedió a Juan, y a otros cinco.

Jugando con sus compañeros uno lo golpeó en una mejilla, y Juan le presentó la otra mejilla. Estudio en El Oratorio, en París, bajo la dirección del cardenal de Berulle, que lo estimaba  mucho.

DOTES DE PREDICADOR

El Cardenal de Berulle descubrió en Juan Eudes una impresionante capacidad para predicar misiones populares, y lo dedicó a predicar por los pueblos y ciudades. Predicó 111 misiones, con tanto fruto, que Monseñor Camus, gran escritor, afirmó: "Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y puedo asegurar que ninguno de ellos conmueve tanto a las multitudes, como Juan Eudes". Toda la energía del predicador se convertía en mansedumbre en el confesionario: Las gentes decían de él: "En la predicación es un león, y en la confesión un cordero".

FORMACION DE LOS SACERDOTES

Juan Eudes se dio cuenta de que para poder enfervorizar al pueblo y llevarlo a la santidad era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran una esmerada preparación. Por eso se propuso fundar seminarios que les prepararan para su sagrado ministerio. En Francia, su patria, fundó cinco seminarios que contribuyeron al resurgimiento religioso de la nación.

FUNDADOR

Con los mejores sacerdotes que lo acompañaban en su apostolado fundó la Congregación de Jesús y María, o padres Eudistas, comunidad religiosa que ha hecho inmenso bien en el mundo y se dedica a dirigir seminarios y a la predicación. En sus misiones lograba la conversión de muchas mujeres, pero las ocasiones las volvían a llevar de nuevo al mal. Una vez una sencilla mujer, Magdalena Lamy, que había dado albergue a varias convertidas, le dijo al santo: "Usted se vuelve ahora a su vida de oración, y estas pobres mujeres volverán a su vida de pecado; es necesario que les consiga casas donde se puedan librar de los que las volverán a hacer caer". Para ello, para encargarse de las jóvenes en peligro, fundó también las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio, que fue germen de las religiosas del Buen Pastor que tienen ahora en el mundo 585 casas con 7,700 religiosas. Propagó por todo su país la devoción a los Corazones de Jesús y de María. Para poder atender tanta actividad, que necesitaba atención constante, dejó el Oratorio, no como un tránsfuga que levantaba la mano del arado para mirar atrás, sino como un obrero celoso y vigilante, que trabajó con todo el ardor de su naturaleza insaciable. Las dos congrega­ciones crecieron, y los Padres eudistas, y las Hermanas del Buen Pastor, siguen viviendo su espíritu en la Iglesia.

ESCRITOR

Permanecen también sus li­bros, doce tomos imponentes. Su estilo es fácil, abundante, inago­table. Las ideas le salen a borbotones, chocando unas con otras, para desaparecer en un gran ruido de palabras. A pesar de un orden aparente, donde abundan las divisiones y las subdivisiones, cuesta leerle. Pero a veces se calma la agita­ción para escribir oraciones, bellas, pero monótonas, demasiado largas. Escribe con la premura de quien acaba de dar una misión y se dispone a dar otra. Al coger la pluma, sigue pre­dicando, improvisando. Anuncia que va a tratar una materia, pero luego se olvida de tratarla; comienza bellos cuadros y los deja sin terminar. Así aquel cuadro precioso, pero incompleto, en que, hablando del Corazón de María, dice "que es la verdadera arpa del verdadero David, Nuestro Señor Jesucristo. Porque es él quien la ha hecho con su propia mano y él solo quien la posee. Jamás fué tocada por otros dedos que los suyos, porque ese corazón virginal nunca tuvo otros sentimientos, otros afectos, otros movimientos que los que en él puso el Espíritu Santo. Y esa arpa levanta hasta los oídos del Padre tan maravillosa armonía, que, hechizado al oírla, olvida todas las cóleras que tenía contra los pecadores.

POETA, TEOLOGO, ESCRITURISTA

De todas las obras de San Juan Eudes, lo que se lee siempre con gusto es su prosa y sus versos latinos y sus oficios litúrgicos. El teólogo, el poeta, el escriturista, se remontan a veces a la liturgia del Santísimo Sacramento. Se ha dicho que el Oficio del Sacerdocio es la más bella glorificación de los sacerdotes, cuyas virtudes canta con entusiasmo; es la exposición más sorprendente de las grandezas y los deberes del sacerdote, y la más ardiente oración pidiendo al Cielo que extienda sobre el mundo el es­píritu sacerdotal. No menos bello es el Oficio del Corazón de Jesús, muy anterior a las primeras revelaciones de Paray-le-Monial. Hay en él entusiasmo poético, pensamiento rico y profundo, piedad suave y sólida, nutrida en las fuentes de la Patrología y de las Sagradas Escrituras. El tema del amor lo domina todo, especialmente en la misa. Pero la idea dominante es la del Corazón, no como fuente de todas las vibraciones amorosas de Cristo, sino como símbolo de todas sus perfecciones.

DEL CORAZON AMOR AL CORAZON PERSONA

Margarita de Alacoque, como discípula de San Fran­cisco de Sales, considerará el Corazón-Amor.  Juan Eudes, como discípulo de Berulle, contempla el Corazón-Persona, doble aspecto que se unirá en la devoción de los tiempos mo­dernos.

PROMOTOR DE LA DEVOCION A LOS DIVINOS CORAZONES Y SU DOCTOR

A San Juan Eudes le cabe la gloria de haber inaugurado esta devoción, promoviendo, antes que nadie, el culto público del Sagrado Corazón de Jesús. Lo propagó ardorosamente en sus correrías apostólicas, le consagró sus dos con­gregaciones, instituyó su fiesta, escribió su ofi­cio, erigió cofradías, construyó en su honor iglesias y capillas, y produjo un movimiento que llegó a extender a la Iglesia entera. Puede ser considerado, además, como el doctor del nuevo culto: expone su fundamento teológico, presenta la fórmula precisa de su innovación, responde a los ad­versarios de su iniciativa, determina el sentido práctico y litúr­gico, consigue la aprobación de la jerarquía y recibe los Breves apostólicos destinados a propagar y perpetuar la nueva devoción.

DOS LIBROS DEDICADOS A LOS SAGRADOS CORAZONES Y OTROS DOS A LOS SACERDOTES

"El Admirable Corazón de la Madre de Dios", explica el amor que María ha tenido a Dios y a sus hijos, los hombres. Compuso un oficio litúrgico en honor del Corazón de María, que sus congregaciones, celebraban cada año. Otro de sus libros es: "La devoción al Corazón de Jesús". Mereció que el Papa San Pío X le llamara: "El apóstol de la devoción a los Sagrados Corazones". Redactó también dos libros que han hecho mucho bien a los sacerdotes: "El buen Confesor", y "El predicador apostólico". En realidad, en la historia de la devoción hay que dar un puesto particular a este "evangelista, apóstol y doctor" de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Juan Eudes ha dejado a la Iglesia dos congregaciones religiosas dedicadas al culto del Corazón de Jesús y al de María; las primeras fiestas litúrgicas con oficio y misa propios; las primeras obras sistemáticas de historia, teología y piedad; las primeras cofradías; las primeras aprobaciones de la iglesia, tanto episcopales como pontificias; la primera gran difusión de la devoción a los sagrados Corazones entre el pueblo cristiano y también ha sufrido las primeras serias oposiciones.

EL CORAZON ES LA FUENTE

El Corazón de María "es la fuente y el principio de todas las grandezas, excelencias y prerrogativas que la adornan, de todas las cualidades eminentes que la elevan por encima de todas las criaturas, hija primogénita del Padre, madre del Hijo, esposa del Espíritu Santo y templo de la santísima Trinidad... Este santísimo corazón es la fuente de todas las gracias que acompañan a estas cualidades... y además que es la fuente de todas las virtudes que practicó... Porque fueron la humildad, la pureza, el amor y la caridad del corazón lo que la hicieron digna de ser la Madre de Dios y consiguientemente poseer todas las dotes y prerrogativas que acompañan a esta excelsa dignidad". Otro texto define muy bien el objeto de esta devoción: "Deseamos honrar en la Virgen Madre de Jesús no solamente un misterio o una acción, como el nacimiento, la presentación, la visitación, la purificación; no sólo algunas de sus prerrogativas, como el ser madre de Dios, hija del Padre, esposa del Espíritu Santo, templo de la santísima Trinidad, reina del cielo y de la tierra; ni tampoco sólo su persona, sino que deseamos honrar en ella la fuente y el origen de la santidad y de la dignidad de todos sus misterios, de todas sus acciones, de todas sus cualidades y de su misma persona, es decir, su amor y su caridad, que son la medida del mérito y el principio de toda la santidad". Hoy, cuando todavía se intenta determinar el objeto de la devoción a los Corazones de Jesús y de María y perduran muchas incertidumbres, es necesario volver a san Juan Eudes para encontrar la verdadera solución.

LAS APARICIONES DE FÁTIMA. REFUERZAN SU INTUICION y ANTICIPACION

En la historia de la devoción al Corazón de María no se puede prescindir hoy del mensaje aportado posteriormente por las apariciones de Fátima. Es verdad que San Juan Eudes recibió la influencia de las revelaciones de María des Vallées, pero no las utilizó nunca en apoyo de sus afirmaciones ni aludió a ellas en sus obras. Quiso hacer una obra rigurosamente teológica, cuyos únicos fundamentos fueran la Escritura, la tradición y el magisterio. Los escritores que gravitaban en torno al ambiente de Paray-le-Monial se atuvieron un tanto unilateralmente por las revelaciones de santa Margarita María de Alacoque, olvidando en parte los argumentos teológicos. Hoy la devoción al Corazón de María se ha visto reforzada por las apariciones de Fátima. El ángel de Fátima afirma a los Niños: que "Los sagrados Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros proyectos de misericordia". Y une la reparación al Corazón de Jesús con la reparación al Corazón de María. La Virgen declara a Lucía apóstol de la devoción a su corazón con estas palabras: "Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Prometo la salvación a quien la practique; esas almas serán amadas por Dios como flores puestas por mí para adornar su trono. En la aparición de julio de 1917 el mensaje sobre el Corazón de María se enriquece con una serie de elementos importantes: la visión del infierno, el futuro de Rusia, los sufrimientos del mundo, de la iglesia y del papa, el triunfo final del Corazón de María. En aquella aparición la Virgen prometió venir de nuevo para pedir la comunión reparadora de los primeros sábados y la consagración de Rusia. Las apariciones de Fátima constituyen el núcleo de todo el mensaje cordimariano, las apariciones de Pontevedra y de Tuy son una especie de Pentecostés y de Apocalipsis de las apariciones de Cova da Iria. Son un complemento necesario sin el cual Fátima no habría superado un radio de influencia puramente regional y limitado. De esta manera el mensaje cordimariano no sólo asumió una dimensión mundial y eclesial, sino que se vio profundizado e interiorizado. Cuando en los años 1942 y siguientes se difunden las dos primeras partes del secreto de Fátima, Fátima se convierte en un fenómeno carismático eclesial de primer orden; desde aquel momento comienza como una nueva era en la historia de la devoción al Corazón de María.

EL CORAZON A LA LUZ DE LA ESCRITURA

A la luz de la Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad… El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres, sus hermanos. Como han recordado los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura. Jesús, que es uno con el Padre (Jn 10, 30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). La devoción al Corazón de Cristo es la traducción de la mirada que, según las palabras proféticas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido traspasado, (Jn 19,37; Zc 12, 10), de cuya herida brotó sangre y agua (Jn 19,34), símbolo del "sacramento admirable de la Iglesia". El texto de San Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (Jn 20, 20), y la invitación de Cristo a Tomás, para que metiera su mano en su costado (Jn 20, 27), han tenido también influjo en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al Sagrado Corazón. Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascua!, vivo, aunque inmolado (Ap 5, 6), fueron objeto de meditación de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas doctrinales e invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de Cristo por la puerta abierta de su costado.

A LA LUZ DE LOS SANTOS PADRES Y DE LOS SANTOS

San Agustín dice: "La entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención". Recuérdese el himno con que San Ignacio comienza sus Ejercicios: “Alma de Cristo, santifícame, Agua del costado de Cristo, lávame”.

EL CULTO AL CORAZON DE JESUS EN LA EDAD MEDIA

La devoción al Corazón de Jesús se desarrolló en la Edad Media. Personas insignes por su doctrina y santidad, como San Bernardo, San Buenaventura, y místicos, como Santa Lutgarda, Santa Matilde de Magdeburgo, las santas Matilde y Gertrudis del monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia, Santa Catalina de Siena, profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el "refugio" donde acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del encuentro con Él, la fuente del amor infinito del Señor, de la cual brota el agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida y el verdadero paraíso.

EN LA ÉPOCA MODERNA

El culto del Corazón del Salvador tuvo un nuevo desarrollo en la Edad moderna. Cuando el jansenismo propagaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco de Sales, que adoptó como norma de vida y apostolado la actitud fundamental del Corazón de Cristo, la humildad, la mansedumbre, el amor tierno y misericordioso; Santa Margarita María de Alacoque, a quien el Señor mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes, promotor del culto litúrgico al Sagrado Corazón; San Claudio de la Colombiere, San Juan Bosco  y otros santos, han sido insignes apóstoles de la devoción al Sagrado Corazón. Juan Pablo II ha confirmado definitivamente el misterio de la Divina Misericordia, canonizando a  Faustina Kodowazska, contemporánea y amiga suya, escribiendo la Enciclica DIVES IN MISERICORDIA e instituyendo la fiesta litúrgica al mismo misterio. Sublima con ello el culto al Divino Corazón, Sede de la Misericordia, iniciado por Juan Eudes.

EN LA  EDAD DE HOY, BENEDICTO XVI

Las palabras del profeta Isaías, «sacaréis agua con gozo de los hontanares de salvación» (Isaías 12, 3), con que inicia Pío XII la encíclica con la que recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su significado hoy, cincuenta años después. Al promover el culto al Corazón de Jesús, la encíclica «Haurietis aquas» exhortaba a los creyentes a abrirse al misterio de Dios y de su amor, dejándose transformar por él. Cincuenta años después, sigue en pie la tarea siempre actual de los cristianos de continuar profundizando en su relación con el Corazón de Jesús para reavivar la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo mejor en su propia vida.

El costado traspasado del Redentor es el manantial al que nos invita a acudir la encíclica «Haurietis aquas»: debemos recurrir a este manantial para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. De este modo, podremos comprender mejor qué significa «conocer» en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo, manteniendo fija la mirada en Él, hasta vivir de la experiencia de su amor, para poder testimoniarlo a los demás. De hecho, retomando una expresión de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, «junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el auténtico y único sentido de la vida y de su propio destino, el valor de una vida auténticamente cristiana, a permanecer alejado de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo. De este modo – y ésta es la verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador – sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo».

CONOCER EL AMOR DE DIOS EN JESUCRISTO

 En la encíclica «Deus caritas est» he citado la afirmación de la primera carta de san Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» para subrayar que en el origen de la vida cristiana está el encuentro con una Persona. Ya que Dios se ha manifestado de la manera más profunda a través de la encarnación de su Hijo haciéndose «visible» en Él, en la relación con Cristo podemos reconocer quién es verdaderamente Dios («Haurietis aquas», encíclica «Deus caritas est»,). Es más, puesto que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la Cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

CONTENIDO DE TODA VERDADERA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

Este misterio del amor de Dios por nosotros no constituye sólo el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Es importante subrayar que el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el mismo cristianismo. De hecho sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro Redentor, «a quien traspasaron» (Jn 19, 37; Zc 12, 10). La encíclica «Haurietis aquas» recuerda que la herida del costado y las de los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado incisivamente su vida. Reconocer el amor de Dios en el Crucificado ha sido para ellas una experiencia interior que les ha llevado a confesar, con Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28), permitiéndoles alcanzar una fe más profunda en la acogida sin reservas del amor de Dios («Haurietis aquas»).

EXPERIMENTAR EL AMOR DE DIOS MIRANDO AL CORAZÓN DE JESUCRISTO

El significado más profundo del culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se considera más atentamente su contribución no sólo al conocimiento sino también y sobre todo a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su servicio («Haurietis aquas»). Obviamente, experiencia y conocimiento no pueden separarse. Además, es necesario subrayar que un auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible en el contexto de una actitud de oración humilde y de generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta en el costado traspasado de la lanza se transforma en silenciosa adoración. La mirada en el costado traspasado del Señor, del que salen «sangre y agua», nos ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de ahí proceden («Haurietis aquas») y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.

LA MUERTE DE JUAN EUDES

La semilla que con tanto ardor y fatiga sembró Juan Eudes, caída en tierra buena, ha dado fruto centuplicado. Pudo morir pronunciando el “Comsumatum est” gozoso y así ocurrió el 19 de agosto de 1680. El gran deseo de su alma era que de su vida y de su comportamiento se pudiera repetir siempre lo que decía Jesús: "Mi Padre celestial me ama, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada".

JESUS MARTI BALLESTER

7/6/12

EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HORNO ARDENTISIMO DE AMOR A SU SANTÍSIMA, MADRE


 San Juan Eudes



Verdad evidente ésta. Las maravillosas e inconcebibles e, que nuestro Salvador colmó a su Bienaventurada Madre, ponen de manifiesto su amor sin límites ni medida. Ella constituye el primeroy más digno objeto, después de su divino Padre, de su amor, puesto que la ama infinitamente más que a todos sus Ángeles, Santos y criaturas juntas. Los extraordinarios favores con que la honró y los maravillosos privilegios con que la distinguió de todas las criaturas, son pruebas de esta verdad.

Veamos estos privilegios. El primero es la elección que de ella hizo el Hijo de Dios, desde toda la eternidad, para elevarla sobre toda criatura, para establecerla en el más alto trono de gloria y de grandeza y para darle la más admirable de todas las dignidades cual es la de ser Madre de Dios.

Vengamos de la eternidad a la plenitud de los tiempos y veremos que esta Sagrada Virgen es la única entre las hijas de Adán, preservada, por un privilegio especialísimo de Dios, del pecado original. En testimonio delo cual la Iglesia celebra cada año la fiesta de su Inmaculada Concepción.

El amor del Hijo de Dios a su dignísima Madre, no sólo la preservó del pecado original, sino que la colmó desde su Concepción, de ~¡a tan eminente, que según muchos teólogos, sobrepasó a la gracia del primero de los Serafines y a la del mayor de los, Santos. Entre todos los hijos de Adán, sólo ella disfruta de este privilegio. También es ella la única privilegiada desde el primer momento de su vida, con la luz de 'la razón y de la fe, por la cual comenzó a conocer desde entonces a Dios, a adorarle y a entregarse a El.

Por otro privilegio, comenzó desde el primer momento de su vida a amar a D¡os y más
ardientemente que los misma Serafines.

Sólo ella lo amó sin interrupción alguna durante todo el tiempo de su vida. Razón por la cual dícese que no hizo sino un sólo acto de amor desde el primero hasta el último momento de su vida. Acto que jamás fue interrumpido.

Sólo ella cumplió siempre perfectamente el primero de los mandamientos divinos: « Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».

De aquí que muchos Doctores de la Iglesia aseguren que su amor aumentaba cada hora; cada momento según algunos, pues cuando un alma, dicen, hace un acto de amor con todo su corazón y con toda la gracia que en si tiene, su amor e rece. De suerte que como esta sagrada Virgen amaba a Dios continuamente con todo su corazón y con todas sus fuerzas, si tuvo diez grados de amor en el primer instante de su vida, en el segundo tendría veinte, cuarenta en el tercero y así iba creciendo su amor, duplicándose cada momento o por la menos cada hora durante toda su vida. Juzgad por esto, qué incendio de amor divino abrasaría a este corazón virginal los últimos días de su vida en la tierra!

Pero sigamos considerando los privilegios singulares con que el Unigénito enriqueció a su divina Madre. Solamente ella pudo merecer con sus oraciones y lágrimas, según algunos doctores, el anticipar la Encarnación de su Hijo.

Nada más que ella hizo nacer de su propia substancia, al Nacido desde toda la eternidad en el seno de Dios. En efecto, dio parte de su substancia virginal y de su purísima sangre para formar la Humanidad santa del Hijo de Dios. Y no sólo esto, sino que cooperé con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a la unión que se hizo de su substancia con la persona del Hijo de Dios; cooperando así a la realización del misterio de la Encarnación, el mayor milagro que Dios hizo, hará y pueda hacer.

He aquí otro privilegio maravilloso de esta divina Virgen: su sangre purísima y su carne
virginal, quedaron unidas para siempre, por la unión hipostática, a la Persona del Verbo Encarnado. Razón por la cual la carne y sangre virginales de María son adorables en la humanidad del Hijo de Dios, con la misma adoración debida a esta humanidad y serán objeto de las adoraciones de todos los Ángeles y Santos! Oh privilegio incomparable! ¡Oh inefable amor de Jesús a su Santísima Madre!

Aún más. Esta Madre admirable dio también la carne y sangre de que fue formado el corazón admirable del Niño Jesús; y este corazón recibió alimento y crecimiento de esa sangre durante los nueve meses que vivió en las purísimas entrañas de la bienaventurada Virgen y después, durante unos tres años, de su leche virginal.

Esta incomparable Virgen es la única que ocupa el jugar de padre y Madre respecto a Dios y por consiguiente la única que tiene sobre El autoridad de tales, la que es obedecida por el Monarca del Universo, teniendo por ello derecho a los honores de todas las cosas que Dios pudiera Crear.

Únicamente ella es a la vez Madre y Virgen, y según algunos doctores, hizo voto de virginidad desde el momento de su Inmaculada Concepción. Sólo ella llevó en sus benditas entrañas durante nueve m~ al que el Padre eterno lleva en su seno durante toda la eternidad.

Sólo ella alimentó y dio vida al que es la Vida eterna y da vida a todo viviente.

Solamente ella, en compañía de San José, vivió de continuo por espacio de treinta y cuatro años con el adorable Salvador, Cosa admirable! El divino Redentor vino a la tierra para salvar a los hombres y sin embargo, no les concedió sino tres años y tres meses de su vida para instruirles y predicarles y en cambio empleó más de treinta años con su santa Madre, para santificarla más y más.

Oh! qué torrentes de gracias y bendiciones derramaría incesantemente, durante aquel tiempo, en el alma de su bienaventurada Madre, que tan bien dispuesta estaba a recibirlas. Con qué incendios y celestiales llamaradas el divino Corazón de Jesús, horno de amor ardentísimo, abrasaría el corazón virginal de su dignísima Madre! Recordemos la unión estrechísima de uno y otro cuando lo llevó en sus entrañas y cuando le alimentaba con su sagrada leche; cuando lo llevaba en sus brazos y cuando lo estrechaba contra su pecho; cuando vivió en íntima familiaridad con El, bebiendo, comiendo y orando a Dios con El y cuando escuchaba sus divinas palabras que como carbones encendidos, inflamaban más y más su santísimo corazón en el fuego sagrado del amor divino.

Quién, pues, sería capaz de explicar el amor a Dios en que estaría abrasado el corazón de la Madre del Salvador? En verdad, suficiente motivo hay para creer que si su Hijo no la hubiera conservado milagrosamente hasta el momento en que fue trasladada al cielo, hubiera muerto de amor mil y mil veces. Su amor era casi infinitamente más ardiente que el de santa Teresa y ya desde su infancia tenla lo bastante para morir de la muerte mediante la cual su Hijo la llevó a vivir con El la más dichosa y feliz vida que pueda haber después de la suya.

Digamos también de esta maravillosa Virgen, que sólo ella, fuera de su Hijo, fue subida en cuerpo y alma al cielo, conforme a la Tradición y al sentir de la Iglesia que celebra esta festividad por todo el mundo.

Sólo ella ha sido elevada por encima de todos los coros de Ángeles y Santos, colocada a la diestra de su Hijo, coronada como Reina de cielos y tierra.

Sólo ella tiene todo poder en la Iglesia triumfante, militante y purgante: In Jerusalem potestas mea (Eccli. 24,15). Tiene ella más poder ante su Hijo Jesús, que todos los moradores del cielo juntos. Dice de ella el Cardenal Pedro Damiano: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra (Mat. 28,18).

San Anselmo señala otro privilegio particular, cuando dice: Oh! Señora mía, si Vos no pedis, nadie lo hará, pero cuando pedís, todos los Santos oran con Vos.

No resulta de lo dicho que es inmenso el número de privilegios con que nuestro Salvador honró a su Santísima Madre? Quién lo obligó a ello? El amor ardentísimo que abrasaba su corazón filial .

Por. que tanto amor?
1e. Porque es su Madre, de quien recibió nuevo ser y nueva vida en la tierra.
2e. Porque ella le ama más que todas las criaturas juntas.
3e. Porque cooperó con El en la Redención del mundo, su gran obra.

En efecto, dióle un cuerpo mortal y pasible para que soportara todos los sufrimientos de su Pasión; le proveyó de la sangre preciosa que derramó por nosotros; dióle la vida que inmoló por nuestra salvación y ofreció ella misma su sangre y su vida.

Siendo esto así, no estaremos nosotros obligados a amarla, servirla y honrarla de todas las maneras posibles? Amémosla, pues, juntamente con su Hijo Jesús; y si les amamos, odiemos lo que odian y amemos lo que aman. Tengamos con ellos un sólo corazón que deteste lo que ellos detestan, esto, es, el pecado, en particular contra la caridad, la humildad y la pureza; que ame lo que ellos aman, en especial a los pobres, las cruces y las virtudes cristianas. ¡Oh Madre de bondad, obtenedme de vuestro Hijo estas gracias!