23/4/12

SABER SUFRIR


Leído en STAT VERITAS
Sábado 21 de abril de 2012

Las piruetas de los nabos.



Las tres de la tarde de un día lluvioso del mes de diciembre. Es la hora del trabajo, y como es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas, etc... Le llamamos el “laboratorio”[1].
En él hay una mesa larga, y unos bancos, una ventana y encima un crucifijo.

El día está triste. Unas nubes muy feas, un viento “si es no es” fuerte, algunas gotas de agua que caen como de mala gana y que lamen los cristales y, dominándolo todo, un frío digno del país y de la época.
Lo cierto es que, aparte del frío, que lo noto en mis helados pies y refrigeradas manos, todo esto se puede decir que casi me lo imagino, pues apenas he mirado a la ventana. La tarde que hoy padezco es turbia y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos, están empeñados en hacerme rabiar, con una cosa que yo llamo recuerdos... Paciencia y esperar.
En mis manos han puesto una navaja y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan grandes... y tan fríos... ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos.
El tiempo pasa lento y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados.
Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Qué haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos con esa seriedad de magistrado de luto.
Un demonio pequeñito, y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para ence­rrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos.
El día está triste... No miro a la ventana, pero lo adivino. Mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos... ¿Y el alma? Señor, quizá el alma su­friendo un poquillo... Más no importa,... Refugiémonos en el silencio.
Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra en mi alma... Una luz divina, cosa de un momento... Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!... ¡Qué pregunta! Pelar nabos..., ¡Pelar nabos!... ¿Para qué?... Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor..., por amor a Jesucristo.
Ya, nada puedo decir que claramente se puede entender, pero sí diré que allá adentro, muy adentro del alma, una paz muy grande, vino en lugar de la turbación que antes tenía; sólo sé decir que el sólo pensar que en el mundo se pueden hacer de las más pequeñas acciones de la vida, actos de amor de Dios..., que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre nos puede hacer ganar el cielo... Que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios, le puede a El dar tanta gloria y a nosotros tantos méritos, como la conquista de las Indias. El pensar que por sólo su misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por El..., es algo que llena de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado llevar de mis impulsos inte­riores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y sinies­tro, tratando de hacer comunicar a las pobres raíces de la tierra, la alegría del corazón... Hubiera hecho verdaderas filigranas malabares con los nabos, la navaja y el mandil.
Me reía a "moco tendido" (quizá por el frío) de los diablillos rojos, que asustados de mi cambio, se escondían entre los sacos de garbanzos y en un cesto de repollos que allí había.
¿De qué me puedo quejar? ¿Por qué entristecerse de lo que es sólo motivo de alegría? ¿A qué más puede aspirar un alma, que a sufrir un poco por un Dios crucifica­do?
Nada somos y nada valemos; tan pronto nos ahogamos en la tentación como volamos consolados al más pequeño toque del amor divino.
Cuando comenzó el trabajo, nubes de tristeza cubrían el cielo. El alma sufría de verse en la cruz; todo la pesaba: la Regla..., el trabajo, el silencio, la falta de luz de un día tan triste, tan gris y tan frío. El viento, soplando entre los cristales, la lluvia y el barro..., la falta de sol. El mundo tan lejos..., tan lejos..., y yo mientras tanto, pelando mis nabos sin pensar en Dios.
Pero todo pasa, incluso la tentación... Ha pasado el tiempo, ya llegó el descanso, ya se hizo la luz, ya no me importa si el día está frío, si hay nubes, si hay viento, si hay sol. Lo que me interesa es pelar mis nabos, tranquilo, feliz y contento, mirando a la Virgen, bendiciendo a Dios.
Qué importa el pesar de un momento, el sufrir un instante... Lo que sé decir es que no hay dolor que no tenga compensación en ésta o en la otra vida, y que en realidad para ganar el cielo se nos pide muy poco. Aquí en una Trapa, quizá sea más fácil que en el mundo, pero no es por el género de vida éste o aquél, pues en el mundo se tienen los mismos medios de ofrecer algo a Dios. Lo que pasa es que el mundo distrae y se desperdicia mucho. El hombre es el mismo aquí que allí; su capacidad para sufrir y para amar es la misma; adonde quiera que vaya llevará cruz[2].
Sepamos aprovechar el tiempo... Sepamos amar esa bendita cruz que el Señor pone en nuestro camino, sea cual sea, fuere como fuere.
 Aprovechemos esas cosas pequeñas de la vida diaria, de la vida vulgar... No hace falta para ser grandes santos grandes cosas, basta el hacer grandes las cosas pequeñas.
En el mundo se desaprovecha mucho, pero es que el mundo distrae... Tanto vale en el mundo el amar a Dios en el hablar, como en la Trapa en el silencio; la cuestión es hacer algo por El..., acordarse de El... El sitio, el lugar, la ocupación, es indiferente.
Dios me puede hacer tan santo pelando patatas que gobernando un imperio.
Qué pena que el mundo esté tan distraído..., por­que he visto que los hombres no son malos..., y que todos sufren, pero no saben sufrir...
Si por encima de la frivolidad, si por encima de esa capa de falsa alegría con que el mundo oculta sus lágrimas, si por encima de la ignorancia de lo que es Dios, elevaran un poco los ojos a lo alto..., seguramente les ocurriría lo que al fraile de los nabos..., muchas lágrimas se enjugarían, mu­chas penas se endulzarían y muchas cruces se amarían para poder ofrecerlas a Cristo.
Cuando terminó el trabajo, y en la oración me puse a los pies de Jesús muerto..., allí a sus plantas deposi­té un cesto de nabos peladitos y limpios... No tenía otra cosa que ofrecerle, pero a Dios le basta cualquier cosa ofrecida con el corazón entero, sean nabos, sean Imperios.
La próxima vez que vuelva a pelar raíces, sean las que sean, aunque estén frías y heladas, le pido a María no permita se me acerquen diablillos rojos a hacerme rabiar. En cambio, la pido me envíe a los ángeles del cielo, para que yo pelando y ellos, llevando en sus manos el producto de mi trabajo, vayan poniendo a los pies de la Virgen María rojas zanahorias; a los pies de Jesús, blancos nabos, y patatas y cebollas, coles y lechugas...
En fin, si vivo muchos años en la Trapa voy a hacer del cielo una especie de mercado de hortalizas, y cuando el Señor me llame y me diga basta de pelar..., suelta la navaja y el mandil y ven a gozar de lo que has hecho..., cuando me vea en el cielo entre Dios y los Santos,  y tanta legumbre..., Señor Jesús mío, no podré por menos de echarme a reír.

Hno. Rafael Arnaiz Barón, tomado de su “Obras completas”, Mi cuaderno - San Isidro, 12 de diciembre de 1936, Sábado, 25 años.

[1] Laboratorio: “Estará en cuanto sea posible, al lado de la cocina; en él se preparan las legumbres para las comidas. Habrá mucha limpieza y se observará silencio, no hablando más que lo tocante al trabajo. Los hospederos no introducirán seglar alguno, mientras estén los religiosos”. (Libro de USOS, cap. VIII, n.° 304).
[2] “Imitación de Cristo”, Libro II, cap. 12.

8/4/12

DOMINGO DE PASCUA: VICTORIA SOBRE LA MUERTE, EL PECADO Y EL DEMONIO




Fuente: STAT VERITAS

1. La Pascua judía. El nombre de Pascua deriva de la palabra hebrea Phase o Phazahah, y significa "paso" o "tránsito", o más propiamente "salto". El objeto principal de la Pascua judía fue conmemorar el "pasó" del Ángel exterminador por las casas de los egipcios, matando a sus primogénitos; pasando por alto, o "saltando", y perdonando a los de los hebreos.
Refiriéndose a este "paso" del Ángel exterminador, dice el texto bíblico: Llamó Moisés a todos los ancianos de Israel, y díjoles: Id y tomad el animal por vuestras familias, e inmolad la Pascua, etc. (1)
Al propio tiempo que conmemora el paso del Ángel exterminador por las casas de los egipcios, la Pascua judía les recordaba a los hebreos la comida del Cordero, y el insigne beneficio de haber sido ellos librados de la esclavitud, "pasando" a pie enjuto el mar Rojo.
Este Cordero es el animal que en el versículo 21 del Éxodo, antes citado, les mandaba Moisés tomar a los hebreos, por familias, e inmolarlo para celebrar la Pascua, o "paso" del Ángel. De él habla minuciosamente' el Éxodo en el capítulo XII, vers. 5, 6, 8, 9, 10, 11, 26 y 2.7.
Tales eran, en resumen, las ceremonias de la Pascua judía, y tales los sucesos que con ella conmemoraban. Todo en ella era figura de la Pascua cristiana. El Cordero pascual, especialmente, era una imagen tan viva y tan perfecta de Jesucristo, que los mismos Apóstoles la hicieron resaltar en sus escritos.

2. La Pascua cristiana. La Pascua cristiana, de la que la judía, como hemos ya dicho, era una mera figura, fué establecida, en los tiempos apostólicos, para conmemorar, según unos, la Pasión de Nuestro Señor, y según otros, su Resurrección. De todos los modos, hoy tiene por objeto celebrar el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo, que fué un "tránsito" glorioso de la muerte a la vida, después de haber pasado por el mar Rojo de la sangrienta Pasión.
La Pascua judía celebrábase el 14 del primer mes judío (el 14 de Nisán), día y mes que Jesucristo fué inmolado en la Cruz. Está demostrado que la muerte del Señor acaeció en viernes: el Viernes Santo, que nosotros festejamos. Desde el principio se suscitó entre los cristianos, a este respecto, una controversia, la "controversia pascual", que tuvo su resonancia en todas las Iglesias. Disputábase entre ellas acerca del día en que debía celebrarse la Pascua. Las Iglesias de Asia fijaban la data de la Pascua, a' la usanza judía, el 14 de Nisán, fuese cual fuese aquél el día de la semana; mientras Roma, y con ella casi todo el Occidente, la retardaba al domingo siguiente, precisamente para no coincidir con los judíos. De esta suerte, la Pascua era, para los unos, el aniversario de la Muerte del Señor, y para los otros, de su Resurrección. La cristiandad estaba, pues, frente a un grave conflicto litúrgico. Unos y otros invocaban en su favor la autoridad y la tradición apostólica: los asiáticos, la de San' Felipe y San Juan, que vivieron y murieron entre ellos; los romanos, la de San Pedro. ¿Cuál de ellos triunfará?
Entre el Papa Aniceto (157-168) y San Policarpo, obispo de Esmirna, se plantea abiertamente la cuestión; pero nada se resuelve. El Papa Víctor I (190-198), la vuelve a encarar con ánimo de zanjarla, y, al efecto, invita a todas las Iglesias de Oriente y de Occidente a reunirse en sínodos para deliberar. Los occidentales abogaban, casi por unanimidad, por el uso romano; en cambio los asiáticos se aferraban a su tradición. El Papa, dispuesto a poner término al conflicto, separa a los hermanos de Asia de la comunión católica, y después de intervenciones conciliatorias por ambas partes, el Oriente y el Occidente convienen celebrar la Pascua en domingo, práctica que definitivamente quedó consagrada en el concilio de Nicea (2).
Pero si todas las Iglesias de la cristiandad estaban ya de acuerdo en celebrar la Pascua, no ya el 14 de Nisán, como los judíos, sino en un domingo; faltaba todavía fijar para siempre el tal domingo, ya que de eso dependía todo el ciclo litúrgico anual. Después de muchos y difíciles estudios y de tantear, durante largos años, los diversos sistemas astronómicos en uso, para concordar en lo posible los años solares y lunares; por fin, la Iglesia romana fijó definitivamente la celebración de la Pascual el domingo siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera, o del 21 de marzo, pudiendo por lo tanto, oscilar la fiesta entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
La data de la Pascua es, en el calendario actual de la Iglesia, la más importante de todo el año, pues regula todas las fiestas movibles, influyendo en los períodos litúrgicos que la preceden y la siguen. Es ella la fiesta movible por excelencia, y lo es porque se rige por la edad de la luna, mientras las fiestas fijas siguen el cómputo solar. La edad siempre cambiante de la luna y en retardo siempre con respecto al sol, origina entre el año solar y lunar un conflicto difícil de conciliar. La solución dada por los peritos para el calendario -eclesiástico es, a no dudarlo, la más racional; pero no ha podido evitar el constante desacuerdo entre el año litúrgico y el civil, ni que, de tiempo en tiempo, se suscite entre los astrónomos y economistas polémicas tendientes a la estabilidad de la Pascua y, por lo mismo, a la creación de un calendario único universal. En las últimas discusiones háse propuesto como fecha invariable de la Pascua, o bien un domingo, y éste sería el ségundo de abril; o bien el 1º de abril, sea el día que fuere de la semana. Nada ha dicho todavía al respecto la Iglesia, y si algo determina algún día no será, ciertamente, para desplazar del domingo la Pascua, al que está ligada por tantas y tan poderosas razones.
De elegirse un domingo fijo, el que sigue al 25 de marzo tendría la ventaja de hacer honor a una fecha considerada en la antigüedad como la de la concepción y muerte del Señor, que sirvió probablemente para fijar la data de Navidad el 25 de diciembre (3).

3. La solemnidad pascual. Los oficios pascuales propiamente dichos, preludian el Sábado Santo, con la Bendición del fuego y todo lo demás, que, originariamente, correspondía a la noche de ese día y a la madrugada del domingo; pero la Pascua verdadera comienza con la Resurrección de Jesucristo, en la aurora del domingo. He aquí cómo la anuncia al mundo católico el Martirologio Romano:

En este día que hizo el Señor, celebramos la Solemnidad de las solemnidades, y nuestra PASCUA, es decir: La Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo, según la carne.

En el Breviario romano, los Maitines de Pascua son los más cortos del, año, debido a que los eclesiásticos habían pasado en vela, toda la noche del sábado con los oficios bautismales, y a que era de rigor colocar los Laudes al rayar el alba, para con ellos saludar la Resurrección.
En la Edad Media, estuvo muy en boga la costumbre de representar dramáticamente en los templos la escena de la Resurrección, inmediatamente después de los Maitines y antes de Laudes. Con variantes locales, el drama litúrgico reducíase a lo siguiente:

El clero y los fieles iban en procesión, con cirios encendidos en las manos, y, a veces, con incienso y aromas, a un cierto lugar del templo en que se había instalado un Sepulcro imaginario. Allí esperaban varios clérigos vestidos de albas, representando a las tres Marías y a los. Apóstoles San Pedro y San Juan, a los que asociaban los niños del coro, personificando a los Ángeles mensajeros de la Resurrección. Al acercarse al sepulcro, los Ángeles preguntaban, cantando, a las Marías

Quem quaéritis in Sepulchro? - ¿A quién buscáis en el Sepulcro?

Y respondían ellas

Jesum Nazarenum. - A Jesús Nazareno. Contestándoles los Ángeles

Surrexit; non est hic. - Ha resucitado; no está aquí. Y levantando el velo o sudario que cubría el, Sepulcro imaginario, los Ángeles se lo mostraban vacío a las Marías y a toda la concurrencia. Inmediatamente, se entablaba entre ellos el gracioso diálogo de la Secuencia Victimae Paschali laudes, de la Misa de Pascua, terminando el acto con el T e Deum (4).
En algunas iglesias, en la Capilla llamada del Santo Sepulcro, y cubierto con el Sudario, se ocultaba desde el jueves Santo el Santísimo. Sacramento; y hecha toda esa triunfante representación escénica, se le descubría, y se le llevaba en procesión por el interior del templo, para festejar así la victoria de la Resurrección.

En otras iglesias se celebraba el desentierro del aleluya, como un complemento de la ceremonia del entierro realizada la víspera de Septuagésima; cuya aparición se saludaba con cánticos de regocijo.
Seguramente es un vestigio de estos antiguos usos populares la típica procesión que en algunos países se celebra actualmente todavía en la mañana de Pascua para representar el encuentro de Jesús con la Virgen su Madre, y los mutuos saludos de parabienes que se dirigen por boca de algunos de los concurrentes.

1. La Misa. La liturgia de la Misa de Pascua como toda la de este día, tanto en su parte textual como melódica, es un desbordamiento de gozo por el triunfo insuperable de la Resurrección. La pieza típica, en la Misa, es la prosa Victimae pascháli, que le sirve de Secuencia y que dramatiza el hecho de la Resurrección.
En Roma, la estación y la Misa papal celebrábanse en la basílica de Santa María la Mayor, Era lógico que la primera visita y los primeros honores pascuales se le reservaran a la Madre de Dios, a quien también su Hijo visitaría antes que a nadie, para hacerla participante del triunfo de la Resurrección.

La Secuencia Victimae paschali háse atribuído a Wipo (t 1050), capellán en la corte de Conrado II y de Enrique III. En el texto del Misal se ha suprimido, no sabemos por qué, toda la quinta estrofa, que corresponde a los cantores y que dice:

Credéndum est magis sol¡
Mariae veráci
Quam judeórum
Turbae falláci.

Hay que creer más al solo
testimonio veraz de María,
que al falaz de todo el
Turbae falláci.
pueblo judío.

En muchas iglesias benedictinas (y, en algunos países, en otras que no lo son), al Ofertorio de la Misa se bendicen los huevos pascuales, cómo en el Sábado Santo se bendijo el Cordero pascual.
Ambos ritos atestiguan la fe y exquisita piedad de los antiguos cristianos, quienes, así como se habían abstenido por obedecer a la Iglesia, durante toda la Cuaresma, de carnes, huevos y otros manjares regalados, se, resistían a volver a usarlos sin antes presentarlos a la bendición de la misma Iglesia, su Madre amantísima. Para expresar que con la bendición pierden los huevos su ser y hasta su aspecto vulgar, se acostumbra a pintarlos de colores y a decorarlos con aleluyas y emblemas alusivos a la Resurrección (5).

2. Las Vísperas. Las Vísperas de Pascua no ofrecen hoy notabilidad alguna, pero en los ocho primeros siglos de la Iglesia, constituían para el pueblo cristiano un verdadero acontecimiento litúrgico. Por la mañana, había ocupado la atención de todos el hecho primordial de la Resurrección; en cambio, por la tarde, eran los neófitos los héroes de la fiesta. Vestidos ellos de blanco y rodeados de toda la asamblea de los fieles, asistían a las Vísperas, que, en Roma, celebraba el Papa con toda la pompa pontifical.

Terminado el tercer salmo, organizábase una brillante procesión para conducir a los neófitos al baptisterio en que, la noche anterior, habían sido solemnemente bautizados. Encabezaba la procesión el Cirio pascual, tras del cual iba un diácono con el vaso del Santo Crisma, y, en pos de él, la Cruz mayor acompañada de siete acólitos con siete candeleros de oro, que representaban los del Apocalipsis. Seguían el clero y el Pontífice, y, por fin, los neófitos de dos en dos, y todos los demás asistentes. Colocados los neófitos en derredor de la piscina, el prelado incensaba las aguas bautismales, mientras la asamblea continuaba cantando los demás salmos y antífonas de Vísperas. De regreso a, la basílica, los neófitos se estacionaban debajo del Crucifijo que se elevaba en el arco triunfal, para rendir homenaje al divino Libertador.

4. Usos y costumbres antiguos. Además de las representaciones escénicas y ritos litúrgicos, como la bendición de los huevos, a que hemos aludido, los ceremoniales y tratados de liturgia medioevales reseñan algunos usos y costumbres pascuales, que nos place desenterrar para solaz de los cristianos ilustrados.

1. Habiendo sido el tiempo de Cuaresma días de austeridades y privaciones, así para los templos materiales como para los espirituales, que somos nosotros; parecía lógico que, al llegar la Pascua, uno y otros se aliñasen y adornasen como para semejante fiesta.
Al efecto, acostumbrábase con ese motivo a tomar baños, a arreglarse las barbas, las tonsuras y el peinado, y a vestirse con trajes de color, preferentemente blancas, para así estimularse mutuamente a la limpieza interior, y a la vez contribuir al mayor esplendor de la Solemnidad. El templo material, por su parte, hacía gala en esta fiesta de sus mejores ropas y adornos, ora en los paños murales, cubriéndolos con cortinas y tapices de seda; ora en las sillerías del coro, aforrando con ricos tapetes de colores los respaldos y reclinatorios; ora en los altares, aderezándolos con candeleros y relicarios de oro o de plata, con estuches para textos del Evangelio, etc.

2. El día de Pascua era el día clásico para la Comunión pascual, y, para acercarse libres de rencores a la mesa eucarística, estaba en uso darse antes los cristianos el ósculo de paz, el cual servía te las nuevas Pascuas.

La ceremonia se verificaba, ora después de Maitines, ora en el momento de las representaciones dramáticas, ora al principio de la Misa. El que daba el ósculo decía entre tanto: Resurrexit Dóminus, "el Señor ha resucitado"; ' y el que lo recibía le contestaba: Deo gracias, "a Dios gracias". La liturgia griega ponía en labios de los fieles, augurios como éstos: Esta es la Pascua felicísima, la Pascua del Señor, la Pascua santísima. Abracémonos mutuamente con alegría, ya que ella ha venido a remediar nuestra tristeza... Es hoy el día de la Resurrección; resplandezcamos de gozo, abracémonos, llamemos hermanos aun 'a los que nos odian, depongamos toda clase de resentimientos en atención a la Resurrección del Señor...

3. En algunos países, los buenos cristianos no sólo no se animaban a reanudar el día de Pascua la comida de carnes y huevos sin el beneplácito de la Iglesia, pero ni siquiera a probar ningún otro manjar sin la bendición del sacerdote.
A ese fin, llevaba cada familia al atrio o vestíbulo del templo los comestibles necesarios, que el sacerdote bendecía solemnemente, revestido de ornamentos y con Cruz alzada. Cumplida la bendición, era usanza, practicada ya en el Antiguo Testamento, que el sacerdote se reservara el alimento necesario para aquel día.
En este mismo orden de cosas, era también costumbre tener en las iglesias cierta provisión de pan y vino, para dar a los hombres que comulgaban aquel día -que eran los más-, un "bocado de pan y un cortadillo de vino", según la expresión de la Regla de San Benito, de donde tomó origen la costumbre. El objeto era precaver los desvanecimientos de los comulgantes débiles y los consiguientes peligros de profanar las sagradas especies.

4. Siendo la Pascua de Resurrección la verdadera fiesta de la libertad cristiana, ya que en ella nos rescató Jesucristo del ominoso yugo de Satanás y del pecado, otra de las costumbres pascuales era abrir, durante la semana, las puertas de las cárceles y presidios de toda especie, para que los cautivos participaran libremente del común gozo de la sociedad. Otro tanto practicaban los amos con sus siervos y esclavos y con los criados en general.
Es interesante oír cómo aquellos amos razonaban al otorgarles esta libertad pasajera: "Dámosles -decían- a nuestros siervos y criados y a los pastores de nuestros rebaños y a toda nuestra servidumbre, unos días de asueto y de libertad, para que puedan desahogada y tranquilamente asistir a los divinos Oficios, y comulgar".
Asimismo hacíaseles inhumano a los acreedores exigir el pago de las deudas, ya que en días de Pascua todas las cosas decíanse ser a todos comunes.

5. A éstas se unía otro género de libertades, por cierto hoy algo chocantes entre prelados y súbditos, entre amos y criados, y entre esposos las cuales, a la vez que de la ingenuidad de costumbres, nos ilustran acerca del influjo que ejercían en aquellos tiempos las fiestas litúrgicas.
Parece ser que, en algunos sitios, los prelados y su clero, se trababan en juegos inocentes, como el de la pelota, y que los amos y los criados alternaban en fiestas y bailoteos. A estas expansiones las llamaban "libertades de diciembre", en recuerdo de las que en dicho mes solían permitirse los patronos con sus peones, y viceversa, para celebrar divertidamente el éxito feliz de la cosecha. Más extraño se nos hace todavía saber, que el lunes de Pascua podían las mujeres azotar a sus maridos, y el martes ellos a ellas; y los criados acusar impunemente a sus amos. Hacíanlo para indicar que debían corregirse mutuamente, y que, en esos días tan santos, estaban unos y otros desobligados del deber conyugal (6).

5. La infraoctava de Pascua. La fiesta de Pascua tiene hoy una octava privilegiada, de primera clase, con oficios y misas propios compuestos de textos alusivos a la gloria de la Resurrección y al Bautismo de los nuevos neófitos. En realidad la octava entera no es más que la continuación y prolongación del mismo día de Pascua, como muy bien lo indican el Prefacio, el Gradual y el Versículo "Haec Dies" tantas veces repetidos durante la semana.
Antiguamente toda la octava era fiesta de precepto para todos. Ni los comercios, ni las boticas, ni almacenes permitían abrirse si no era para surtirse de lo indispensable para la vida. Andando el tiempo, se les concedió á los hombres ir al' campo los tres días últimos, para las labores más urgentes. Hasta hace muy poco, en algunos países; se observaban como feriados el lunes y el martes; luego, solamente el lunes; hasta que, al fin, el precepto se ha limitado al domingo.
Los neófitos asistían diariamente a la Misa cantada y a las Vísperas, vestidos de los trajes blancos que recibieron el día de su bautismo, y con la vela bautismal. Toda la liturgia de la semana tendía a confirmarlos más y más en la fe y a incitarlos a una vida del todo nueva y fervorosa; de modo que los divinos oficios venían a resultar para ellos y para los que los acompañaban como un catecismo de perseverancia.
Todas las tardes, después del tercer salmo de Vísperas, se dirigían, en la misma forma que lo hicieran el día de Pascua, al baptisterio presididos por el clero y por el Cirio pascual, para hacer los honores a la Pila bautismal. Las calles y las plazas de Roma ofrecían todos los días el encantador y emocionante espectáculo de una nutrida procesión de fieles y de neófitos que se dirigía, por la mañana, a la basílica "estacional" para la Misa solemne, y, por la tarde, a otra basílica para las Vísperas, y luego al baptisterio de Letrán.

6. El Sábado "in albis". El día más interesante de la semana era el sábado, llamado in albis deponendis, porque en él debían despojarse los neófitos de los trajes blancos del bautismo, para mezclarse ya con los demás fieles. La Iglesia habíase prendado de su inocencia, y al despedirlos, hacíalo con regaladas expresiones de ternura, de las que todavía se percibe el eco en la misa y oficio del día.
La Misa se celebraba en San Juan de Letrán. Por la tarde acudían allí mismo todos los neófitos con sus padrinos y madrinas, para la solemne deposición de sus traes bautismales. Antes de darles orden de despojarse de sus vestiduras blancas, el Pontífice dirigíales una conmovedora exhortación de despedida, encareciéndoles sobremanera la guarda de la inocencia bautismal, gracia que pedía a Dios para ellos con una bellísima oración.

7. Los "Agnus Dei". El acto final de esta ceremonia y de la octava pascual, era la entrega a los neófitos del Agnus Dei, reliquia que ya en la Misa había sido distribuída por el Papa a los cardenales y dignatarios eclesiásticos, y después de ella, al clero y a los fieles asistentes.
Eran los Agnus Dei unos medallones hechos con la cera sobrante del Cirio pascual del año anterior, bendecidos y ungidos con el santo Crisma por el Papa, y marcados con la efigie del Cordero, símbolo el más expresivo de Jesucristo, Redentor y Salvador del mundo. Los rituales del siglo XIV describían así la ceremonia de la distribución: Durante el canto del Agnus Dei, el Papa distribuye los Agnus Dei de cera a los .cardenales y a los prelados, colocándoselos en sus mitras. Una vez terminado el Santo Sacrificio, van todos al triclinio y se sientan a comer, y, en tre tanto, preséntase un acólito con una bandeja de plata llena de Agnus Dei, y le dice: "Señor, éstos son los tiernos corderillos que nos han anunciado el Aleluya; acaban de salir de las fuentes, y están radiantes de claridad, aleluya". El clérigo avanza entonces al medio de la sala, y repite el mismo anuncio; luego se acerca más al Pontífice, y, en tono más agudo, repítele por tercera vez y con mayor encarecimiento su mensaje, depositando, por fin, la bandeja sobre la mesa papal. El Papa entonces distribuye los Agnus Dei a sus familiares, a los sacerdotes, a los capellanes, a los acólitos, y envía algunos como regalo a .los soberanos católicos." (7) En realidad, esos "tiernos corderillos" recién salidos de la fuente bautismal y anunciando los regocijos pascuales, eran los neófitos, objeto aquella semana, y especialmente aquel día, de las complacencias del augusto Pastor y de todo el pueblo cristiano.

El origen de los Agnus Dei no es ni pagano ni supersticioso, como quieren demostrar algunos arqueólogos, sino cristiano, y probablemente romano. No se remonta más allá del siglo IX. Actualmente, siguiendo un ceremonial del siglo XVI, lo bendice el Papa solemnemente, al principio de su pontificado, y luego cada cinco años; pero existe otra fórmula privada con la cual acostumbra a bendecirlos cuando se han agotado, o en cualquiera otra circunstancia que lo estime conveniente. Su tamaño oscila entre 3 y 23 centímetros, y asimismo el tamaño de la imagen. Ésta representa al Cordero acostado sobre el libro cerrado con siete sellos, nimbado con la cruz, y ostentando la bandera de la Resurrección. A su alrededor va escrita la leyenda: Ecce Agnus Dei, etc. En el reverso suele representarse uno o varios Santos, y allí mismo, o en el anverso, se graba el nombre del Papa reinante. Por la bendición y unciones que se les aplican, los Agnus Dei son considerados como reliquias sagradas, las que en algunas iglesias, como en las benedictinas, se exponen en el altar mayor, el Sábado "in albis" (8).

NOTAS:

(1) Exodo, c. XII, v. 21, 22, 23, 28 y 29.
(2) Sobre esta "controversia" hablan todas las Historias eclesiásticas. Recomendamos., además: La Iglesia primitiva y el Catolicismo, pág. 159 y sgts.
(3) Cf. Dom Carol: Revue du clergé français, 1 marzo 1912; y también: La Vie et les Arts Lit., mayo 1921.
(4) Cf. Rationale Div. Of f., por Beleth (siglo XII). Patr. Lat., MI, col. 119; Dom. Schuster: Li b. Sacram., vol. IV, p. 18.
(5) Dom Guéranger: Année Lit. (Temes. Pascal)
(6) Sobre todos estos usos habla Beleth en el ya citado Rationale, col. 119-126.
(7) Dom Schuster: Lib. Sacram., vol. V, p. 96.
(8) Para más noticias, consúltense: el Dic. d'Arch. et de Lit. (Agnus Dei); el Dic. de Théol. Cath., t. 1, col. 605; Molien: ob. cit., p. 466.

7/4/12

SÁBADO SANTO: LA ESPERA

El Sábado Santo y el descenso a los infiernos de Cristo
Dr. Enrique Cases
Sacerdote
www.teologiaparavivir.net

1 El Sábado Santo y el descenso a los infiernos de Cristo

Al anochecer del Viernes Santo comienza el descanso sabático. El Sábado Santo es como un sábado más, pero es un sábado único. Llegan al Cenáculo los que han estado en la sepultura. María está allí. Están las mujeres, que en su amor encendido, quieren volver al sepulcro cuando acabe el sábado para embalsamar bien al difunto, con todo el amor y la piedad de que son capaces. Están allí los apóstoles que callan y no saben qué decir porque no supieron defender a Jesús, y, menos aún, acompañarle en su gran lucha. Están otros discípulos muy allegados.

María se retira. Jesús está enterrado en el Sepulcro.

“El misterio del Sábado Santo es el misterio de Cristo muerto por nosotros, que como muerto yace en el sepulcro. Es el día del gran silencio. En las iglesias aparece una gran cortina como para simbolizar que, tras de ella, Dios se esconde. Pero, tras las cortinas, la luz espera. El silencio del Sábado Santo es un silencio lleno de esperanza”.

“Es el día de la ocultación de Dios. El Viernes podíamos mirar aún a Jesús, pendiente del madero, traspasado su Corazón tras su muerte en la cruz. El Sábado Santo todo ha concluido: una pesada piedra cierra la entrada del sepulcro nuevo excavado en la roca donde yace el difunto. Ningún Dios ha salvado a aquel que se decía Hijo suyo. La fe parece haber sido destruida y la doctrina del Nazareno puede aparecer como una de tantas locuras creadas por un loco o por un fanático”.

“Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado. Jesús muere, después de decir las siete frases, lo cual suponía un gran esfuerzo al estar crucificado. Muere después de entregar su espíritu a Dios. Muere cuando Él quiere”.

“Una vez muerto, Jesús es enterrado en muy poco tiempo ya que se echa encima la Pascua, tiempo en el que no se permite a los judíos hacer ningún tipo de actividad.
Muere el viernes a las tres de la tarde y le entierran antes de la puesta de sol. Está sepultado pocas horas del viernes, el sábado, y resucita el domingo. Cristo durante
ese tiempo está encerrado en la tierra, sepultado, en forma de semilla. Durante su muerte, la Redención sigue. Jesús muerto sigue unido a la Divinidad con su unión
hipostática. Quiso estar tres días en el sepulcro. Es como una gran prueba de fe, de muerte y de resurrección. Jesús esta sepultado, santificando al mundo desde dentro del mundo, desde dentro de la tierra. Es como si el mundo hubiera sido santificado por Cristo desde dentro físicamente, no solo simbólicamente”1.

El Sábado Santo es el día de la Soledad de María. Para Ella continúa la pasión en su alma. Sufre y no hay dolor como su dolor. Cada uno de los gestos de su Hijo se le
hace presente, sus quejidos, sus palabras. El gran grito de triunfo y dolor llena su interior. Sabe que ha vencido. Pero ella está sola. Él no está con Ella. Piensa en sus
palabras: “Al tercer día resucitaré”, y se aferra a ellas. Es difícil creer. Ha visto el cuerpo muerto, agujereado por los clavos. Ha puesto su mano en el costado abierto llegando al mismo corazón. Hace falta mucha fe para creer que va a resucitar, y se
hace la oscuridad en el alma de María. Experimenta el abandono como lo experimentó Jesús en su cuarta palabra. El Padre calla y la Madre se convierte en la única creyente.

Su fe es la de una nueva Eva que cree contra todas las evidencias de los sentidos y de la experiencia. Las horas del sábado trascurren lentas, con una oración similar a la de Jesús en Getsemaní. Pasa la noche del Sábado minuto a minuto, y la oración no cesa para la que nunca cesó de creer.

"La espera vivida el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de la
fe de la Madre del Señor en la oscuridad que envuelve el universo. Ella se entrega
plenamente al Dios de la vida y, recordando las palabras del Hijo, espera la
realización plena de las promesas divinas"2.

“El Viernes Santo se puede contemplar al Crucificado, antes de pasar a verle resucitado, la Iglesia invita a pasar el Sábado Santo meditando la “muerte de Dios”. Es el día que Dios pasa bajo tierra. Es el día de la ausencia de Dios, experiencia tan significativa del hombre actual”3.

La Iglesia completa esta realidad con el final del Credo “Descendió a los infiernos” siguiendo lo enseñado por Pedro: “porque también Cristo padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevaros a Dios. Fue muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu; en él se fue a predicar también a los espíritus cautivos”4.

Hay una bella homilía antigua sobre el Sábado Santo escrita por S. Epifanio y recogida en la Liturgia de las Horas para ese día. “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está  sobrecogida, porque Dios se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios hecho hombre ha muerto y ha conmovido la región de los muertos.

En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a oveja perdida. Quiere visitar a «los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (Is 9,1;Mt 4,16). El, Dios e Hijo de Dios, va a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

El Señor se acerca a ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor esté con todos vosotros». Y Cristo responde a Adán: « Y con tu espíritu». Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14). Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho hijo tuyo. Y ahora te digo que tengo poder de anunciar a todos los que están encadenados: «Salid», y a los que están en tinieblas: «Sed iluminados», y a los que duermen: «Levantaos». Y a ti te mando: «¡Despierta, tú que duermes!», pues no te creé para que permanezcas cautivo del abismo. ¡Levántate de entre los muertos!, pues yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza (Gén ,26-27; 5,1). Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo. Por ti, yo, tu Dios, me revestí de tu condición de siervo (Filp 2,7); por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aún bajo tierra. Por ti, hombre, me hice hombre, semejante a un inválido que tiene su lecho entre los muertos (Sal 88,4); por ti, que fuiste expulsado del huerto del paraíso (Gén 3,23-24), fui entregado a los judíos en el huerto y sepultado en un huerto (Jn 18,1-12; 19,41).

Mira los salivazos de mi cara, que recibí por ti, para restituirte tu primer aliento de vida que inspiré en tu rostro (Gén 2,7). Contempla los golpes de mis mejillas, que soporté para reformar, según mi imagen, tu imagen deformada (Rom 8,29; Col 3,10). Mira los azotes de mi espalda, que acepté para aliviarte del peso de tus pecados, cargados sobre tus espaldas; contempla los clavos que me sujetaron fuertemente al madero de la cruz, pues los acepté por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos al árbol prohibido (Gén 3,6). Me dormí en la cruz y la lanza penetró en mi costado (Jn 19,34), por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado salió Eva (Gén 2,21-22). Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño de la muerte. Mi lanza ha eliminado la espada de fuego que se alzaba contra ti (Gén 3,24).

¡Levántate, salgamos de aquí! El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí que comieras «del árbol de la vida» (Gén 3,22), símbolo del árbol verdadero: «¡Yo soy el verdadero árbol de la vida!» (Jn 11,25; 14,6) y estoy unido a ti. Coloqué un querubín, que fielmente te vigilara, ahora te concedo que los ángeles, reconociendo tu dignidad, te sirvan.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y desde toda la eternidad preparado el Reino de los cielos”.

“Cristo, perfecto hombre, no es un hombre sin más, un mero hombre. Su cuerpo y su alma son cuerpo y alma de Dios. Esta realidad ha de tenerse en cuenta también en los acontecimientos de la muerte y de la sepultura de Jesús: quien muere y es sepultado es el dueño de la vida y de la muerte. La gravedad metafísica que comporta la muerte —por la muerte Cristo deja de ser hombre en el sentido de que sólo se le puede llamar hombre muerto—, y la pasividad esencial a la muerte, se encuentran acompañadas por un completo señorío de Cristo sobre la propia vida corporal”.

“Después que Cristo expiró en la Cruz, el cuerpo quedó separado del ánima aunque hemos de tener siempre presente que ambos se encuentran unidos a la divinidad. Hay una escisión del cuerpo y del alma de Cristo como resultado de la muerte. El cuerpo y el alma son dos principios constituyentes de nuestra existencia: el cuerpo como principio que da forma y concreción a la realidad que somos, mientras que el alma es el principio dinámico, que pone vida y movimiento a eso mismo que somos. Los efectos de la muerte son los de desgarrar, separando aquello que está llamado a estar unido. Se cumplen, pues, en la muerte de Jesús las características esenciales a toda muerte humana. Entre estas características, se encuentra el que se da separación entre el alma y el cuerpo; es decir, el cuerpo queda sin vida y pierde las operaciones vitales. Decir que Jesús murió verdaderamente equivale a afirmar que su cuerpo quedó inerte, sin operaciones vitales. Equivale también a afirmar que durante los días en que estuvo muerto, en cierto sentido dejó de ser hombre, pues no se llama hombre ni sólo al cuerpo, ni sólo al alma, sino a la unión de alma y cuerpo”.

“Jesús está tres días, no completos, muerto. Resucita al tercer día. Le entierran en muy poco tiempo. Muere el viernes a las tres de la tarde y le entierran antes de la puesta de sol. Está sepultado pocas horas del viernes, el sábado, y resucita el domingo. Cristo durante ese tiempo está encerrado en la tierra, sepultado, en forma de semilla. Durante su muerte, la Redención sigue”.

“Jesús muerto sigue unido a la Divinidad con su unión hipostática. Jesús quiso estar tres días en el sepulcro. Es como una gran prueba de fe y de esperanza para nosotros. Jesús está sepultado, santificando al mundo desde dentro del mundo, desde dentro de la tierra. Es como si el mundo hubiera sido santificado desde dentro, físicamente, no solo simbólicamente, por Cristo. Es un tiempo de misterio, día del silencio de Dios”.

“La muerte de Cristo significa que en El, al igual que en los demás difuntos, estuvo interrumpida la relación vital alma-cuerpo; sin embargo el alma y el cuerpo de Cristo permanecieron unidos al Verbo incluso durante el triduo sacro”5.

¿Qué ocurre el Sábado Santo en el Santo Sepulcro donde descansa el Cuerpo de Jesús, el Cuerpo de Dios con el alma de Jesús, alma human de Dios? ”También su alma debía permanecer solidariamente con las almas de los muertos, en el Hades, tanto tiempo como su cuerpo permanecía en la tumba”.

“Al pecado del hombre le corresponde el castigo en el alma y en el cuerpo. El cuerpo quedaba inanimado y el alma, privada de la visión de Dios. En Cristo, solidario con todos los hombres en la muerte como pena de pecado, no solo su cuerpo queda inanimado y sepultado, sino que su alma pasa a ese “Inferus”, en un descenso, en un misterio imposible de penetrar por la razón humana. Porque ahí, en ese Cuerpo inanimado, se encuentra unido el Verbo y lo mismo ocurre con su alma. El Hijo de Dios se somete plenamente a la ley del morir humano. Los dolores de muerte de Jesús solo desaparecen cuando el Padre lo resucita”.

“En esa solidaridad del descenso a los Infiernos no hay actividad alguna. Se trata de una auténtica solidaridad, es decir se encuentra como todo muerto antes de que estuviera abierto el camino hacia el cielo, sin que existiera una comunicación viva, en una auténtica soledad, en un abandono extremo: misterio totalmente incomprensible a nuestra mente. El que ha asumido voluntariamente todo pecado, todo padecimiento, todo sufrimiento, llega al extremo de asumir voluntariamente toda la impotencia, toda la soledad del muerto que tiene cerrado el camino del cielo. Cristo desciende al Hades para rescatarnos del descenso al Hades. En este caso, solidaridad con los muertos significa “estar solo con”, ya que, entre los muertos, no hay comunicación viva”.

“Tratar de penetrar en la conciencia de Cristo, capaz de sentir el dolor en su Pasión y muerte como ningún hombre es capaz de sentir el dolor. Capaz de sentir la soledad como ningún muerto es capaz de sentir su soledad. Capaz de sentir la soledad del infierno: sentir la soledad, que no la desesperación, sino todo lo contrario: saber que ese sentimiento de soledad es por amor al Padre y no importar por ello ni el tiempo ni la intensidad, porque lo que importa es el amor, la unión de su voluntad a la Voluntad del Padre. Si se le ama más al Padre con ese sentimiento de soledad eterna ¡Sea bendita la soledad!”6

Desde este punto de vista se puede entender mejor el Sábado Santo de la Virgen María. No es entendible solamente desde la experiencia de la madre que pierde el hijo inocente estando presente en el suplicio injusto y lo tiene muerto entre sus brazos. Ella está realmente unida a su Hijo y experimenta la muerte, no sólo su muerte, sino una soledad mortal estando viva. Su fe es de noche más noche que la “noche oscura del alma” cantada por San Juan de la Cruz. Es la noche de la muerte, creyendo contra toda esperanza humana. “En esa condición de hombre verdadero sufrió enteramente la suerte del hombre, hasta la muerte, a la que habitualmente sigue la sepultura, al menos en el mundo cultural y religioso en el que se insertó y vivió. La sepultura de Cristo es, pues, objeto de nuestra fe en cuanto nos propone de nuevo su misterio de Hijo de Dios que se hizo hombre y llegó hasta el extremo del acontecer humano”7.

El cuerpo muerto de Cristo no sufrió corrupción en el sepulcro. La sepultura de Cristo es consecuencia y complemento de su muerte y, por lo tanto, tiene también carácter salvífico. “El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros y por nuestra salvación”8.

“El inciso "descendió a los infiernos" no se introduce en el Símbolo hasta finales del siglo IV. En el siglo XIII dos concilios ecuménicos mencionan solemnemente el "descendimiento a los infiernos" y en el concilio IV de Letrán se puntualiza que "bajó en el alma y resucitó en la carne. Jesús desciende al infierno y va solo el alma de Cristo, separada del cuerpo, porque estaba muerto”9.

“El Señor baja a las profundidades del abismo y esta ida al sheol es un acontecimiento salvífico. Sería un error grave interpretar este hecho diciendo que Cristo, al bajar al Hades ha vaciado el infierno y ha salvado ya a todos los hombres de todos los tiempos. El Señor se muestra a todos los muertos y desde allí es glorificado y hecho Señor de cielo e infierno. Antes de la resurrección no puede haber infierno ni purgatorio ni se encuentra abierto el camino del cielo. Solo existe el sheol, el Hades. El alma de Jesús se encuentra entonces en el sheol junto a las almas de todos los hombres muertos antes de esa hora. Desde allí Él, vencedor de la muerte en su resurrección, va a abrir el camino que ya podrán seguir todos aquellos que en su vida terrena se dejaron guiar por Dios, todas las almas de aquellos que habían muerto deseando ver su venida”10.

“Cuando, en el tiempo de la paciencia, Dios había dejado pasar los pecados, su tolerancia no consistía en dejar impunes esos pecados, sino en no realizar todavía la redención. Su fin era manifestar totalmente esa justicia en Jesús. En ese tiempo de paciencia Dios ha dejado pasar los pecados, no ya absteniéndose de castigarlos y reservando un castigo ulterior, sino absteniéndose de borrarlos con miras a un perdón que no tendría lugar sino en Cristo. El amor salvífico retardaba su despliegue pero habiendo predeterminado ya todo en Cristo”11.

San Pedro en el discurso recogido en los Hechos cita parte del Salmo 15, como referido a Cristo: “Tenía siempre al Señor ante mis ojos…porque no dejarás a mi alma permanecer en el infierno, ni dejaras que tu Santo vea la corrupción” (Act 2, 27-31). San Pablo escribe:” pero la justicia que viene de la fe dice ‘No digas en tu corazón ¿Quién subirá al cielo?’ –esto es, para bajar a Cristo-; o ‘¿quién bajará al abismo?’ –esto es para subir a Cristo desde los muertos” ( Rom 10, 6-7). En su primera epístola, ya citada, podemos leer “Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios, en los tiempos en que Noé construía el Arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas fueron salvadas a través del agua; a ésta corresponde ahora el bautismo que os salva... (1 Pe 3,1.18ss) Por eso, “hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios” (1 Pe 4, 61 ).

“En la Iglesia de Oriente hay toda una teología sobre este descendimiento de Cristo a los Infiernos que se halla particularmente reflejada en los Iconos, bajo el tema de la anástasis: la visita de Jesús a los Infiernos es lo que posibilita el rescate de Adán y Eva. Este descendimiento subraya que nada queda al margen de la redención, sino que Cristo alcanza hasta la raíz del pecado y de la muerte”12.

“Para el Oriente, la imagen de la Redención es la bajada de Jesús a los infiernos: la apertura violenta de la puerta eternamente cerrada, la mano del Redentor tendida hacia el primer Adán. Los grandes iconos orientales muestran a Cristo bajando a los infiernos. Se rompen las rocas para abrir el camino de los abismos. El soplo del Espíritu alza la vestidura de Cristo y le rodea un nimbo de gloria. Las puertas del infierno, bien aseguradas, se vienen abajo. El diablo huye. Y aparece la muchedumbre innumerable de los muertos, de los santos y de los pecadores, de los profetas y los patriarcas, que tienden sus manos hacia Cristo, descubriendo todos en Él al Salvador. Su luz atraviesa las tinieblas y transfigura ya sus rostros. Y al final del abismo, Adán, el primer hombre, el primer padre, el primer pecador, que tiende los brazos hacia su Salvador”.

“También Occidente conoce una tradición iconográfica no menos elocuente. Los Cristos de marfil del siglo XVII ó XVIII tienen a sus pies un cráneo y dos tibias entrecruzadas. Su significado hunde sus raíces en tradiciones de la Edad Media. Según una tradición, Jesús habría muerto en el mismo lugar en que Adán había sido enterrado, de tal forma que su sangre había corrido sobre los huesos de nuestro primer padre Adán. Los restos de esqueleto al pie de la cruz simbolizan aquel encuentro de Jesús con Adán en su bajada a los infiernos”13. En el Santo Sepulcro de Jerusalén se ve desde una ventanilla una grieta en la roca evocando esa tradición.

“El descenso al sheol o a los infiernos tiene un primer y obvio significado: Jesús comparte la muerte con los que han muerto, cumple "las leyes" de la muerte, de tal forma que se pueda decir con verdad que resucita de entre los muertos”.
“El descenso a los infiernos forma parte de cuanto se contiene en la afirmación de que Cristo "fue sepultado". En efecto, así como la sepultura manifiesta la condición del cuerpo sin vida, el descenso a los infiernos manifiesta que el alma de Cristo ha penetrado verdaderamente en ese misterio que se designa con la expresión "reino de los muertos". Jesús está muerto verdaderamente durante tres días: la muerte le ha afectado en toda su humanidad, en el cuerpo y en el alma, en la forma en que afecta a todo hombre que muere. La Iglesia confiesa que el alma humana es inmortal, es decir, que el espíritu humano pervive después de la muerte. Ello no quiere decir, sin embargo, que la muerte no “afecte” también gravemente al alma.

Incluso hablando en lenguaje clásico es necesario decir que, separada del cuerpo, del cual ella es esencialmente su forma, el alma tras la muerte queda en estado “contra naturam”. Jesús, durante esos tres días, se encuentra entre los muertos". “Refiriéndose a la resurrección del Señor, el Nuevo Testamento utilizará con frecuencia la fórmula "resucitar de entre los muertos". Observó las leyes de la muerte para llegar a ser “primogénito de los muertos". Mirando a fondo la tradición bíblica y teológica, el
descenso a los infiernos es también expresión de la regia soberanía de Cristo sobre la muerte y sobre los muertos. De ahí que generalmente la teología haya considerado que, en este descenso, Jesús aporta la redención a los justos que ya habían muerto, es decir, que les aplica la redención con su bajada a los infiernos. De este modo Cristo es el «primogénito de entre los muertos», pues estuvo «muerto pero ahora está vivo por los siglos» tras haber resucitado, teniendo «las llaves de la muerte y del hades» (Col 1,18; Ap 1,18). Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los muertos y de los vivos. Es Señor de toda realidad de muerte, vencedor y libertador del demonio y del pecado”.
“Ha sido habitual en la exégesis la interpretación de que en su "descenso a los infiernos" tuvo por fin el liberar las almas de los justos que esperaban el santo advenimiento, siguiendo el difícil texto de 1Pet 3,18-19. Los Santos Padres destacan el carácter voluntario de este descenso: bajó libremente, sin que la muerte lo retuviera. Santo Tomás apunta entre otras razones que era conveniente que Jesús descendiese a los infiernos, para que, "vencido el Maligno por la Pasión, arrebatase los presos que había detenidos en el infierno", y para que "así como demostró en la tierra su poder viviendo y muriendo, así también lo mostrase en el infierno, visitándolo e iluminándolo (...). Y así al nombre de Jesús “se doblase toda rodilla, no sólo en el cielo, sino también en el infierno” (cfr Fil., 2, 10)"14.

“El alma de Cristo, en el triduo de la muerte, realizó una acción salvífica que, fundamentalmente, consistió en anunciar la consumación de la Redención a los justos y en la liberación de sus almas”15.

Cristo, dice Ratzinger, “pasó por la puerta de nuestra última soledad. En su pasión entró en el abismo de nuestro abandono. Allí donde no podemos oír ninguna voz está El. El infierno queda, de este modo, superado, es decir, ya no existe la muerte que antes era un infierno. El infierno y la muerte ya no son lo mismo que antes, porque la vida está en medio de la muerte, porque el amor mora en medio de ella.

Sólo existe para quien experimenta la «segunda muerte» (Ap 20,14), es decir, para quien con el pecado se encierra voluntariamente en sí mismo. Para quien confiesa que Cristo descendió a los infiernos la muerte ya no conduce a la soledad; las puertas del Sheol están abiertas”.

“Al pecado del hombre le corresponde el castigo en el alma y en el cuerpo: el cuerpo quedaba inanimado y el alma, privada de la visión de Dios. En Cristo, solidario con todos los hombres en la muerte como pena de pecado, no solo su cuerpo queda inanimado y sepultado, sino que su alma pasa a ese “Inferus”, en un descenso, en un misterio imposible de penetrar por la razón humana. Porque ahí, en ese Cuerpo inanimado, se encuentra unido el Verbo y lo mismo ocurre con su alma. El Hijo de Dios se somete plenamente a la ley del morir humano. Los dolores de muerte de Jesús solo desaparecen cuando el Padre lo resucita.”

“En esa solidaridad del descenso a los Infiernos no hay actividad alguna. Se trata de una auténtica solidaridad, es decir se encuentra como todo muerto antes de que estuviera abierto el camino hacia el cielo, sin que existiera una comunicación viva, en una auténtica soledad, en un abandono extremo: misterio totalmente incomprensible a nuestra mente. El que ha asumido voluntariamente todo pecado, todo padecimiento, todo sufrimiento, llega al extremo de asumir voluntariamente toda la impotencia, toda la soledad del muerto que tiene cerrado el camino del cielo. Cristo desciende al Hades para rescatarnos del descenso al Hades. En este caso, solidaridad con los muertos significa “estar solo con”, ya que, entre los muertos, no hay comunicación viva. Jesús revela el abismo de la soledad del hombre pecador”16.
2 Varón y mujer ante la soledad del Sábado Santo

Varón y mujer no presentan grandes diferencias en la imitación cristiana del Sábado Santo de Jesús y María. No sirve de modelo positivo la actividad de las mujeres para preparar los ungüentos para embalsamar el cadáver de Jesús. Su actividad está bien intencionada, pero poco iluminada. Tampoco la vuelta al Cenáculo de los discípulos, cada uno con su experiencia del Viernes Santo. Todos deben superar los esquemas humanos que aprisionan la verdadera fe en Jesús. Es verdadera fe, pero insuficiente para poder vivir el Sábado Santo del descanso de Cristo. Carecen de la experiencia de la Resurrección y caminan con los recuerdos y los avisos que Jesús pacientemente les ha dado. María Santísima calla, no les reprende, espera desde su noche lo que vendrá.
El Sábado Santo es una lección para los cristianos de todas las épocas. Sólo en la venida de Cristo en los últimos tiempos, o en el tiempo final, entenderán lo que ocurre en el Viernes Santo de la Historia de su tiempo. Unos se llenarán de actividad bienintencionada, otros esperarán confundidos. Otros esperarán como María. Otros, los menos, serán otros Cristos siguiéndole en su vida y en su muerte real. No es cosa de todos la fe, decía Pablo. No quiere decir que Dios no conceda el don de creer a algunos como si tuviesen una especial malicia. Más bien parece ser que vivir de fe hasta la última consecuencia no es de todos.

Vivir de fe. Esperar contra toda esperanza. Amar hasta la última consecuencia, muestra el Sábado Santo. En María Santísima se ve del modo más patente. La fe, la esperanza y la caridad son casi lo mismo en Ella: confiar en la Palabra del Hijo Amado. La fe debe admitir una extraña sabiduría que quiere mostrar la gravedad del pecado como muerte real, muerte segunda, alejamiento de Dios. Puede y quiere experimentarlo como lo vio en su Hijo al gemir la palabra de abandono que siguió al encargo de ser Madre de todos los hijos. Puede experimentar la soledad del infierno de la Nueva Alianza. Al que rechace lúcidamente la gracia de Cristo nada ni nadie puede salvarle ya. Durará en la soledad lejos del amor.

Su esperanza es similar a la de Abraham que espera el hijo que la carne no le puede dar. Ella reza por los hijos que vendrán. Su soledad no es desesperada. El desamor lejos de Dios es amargo. La soledad esperanzada no tiene el fruto, pero tampoco amargura. La esperanza verdadera es espera, activa en la oración, confiando en la salvación que solo puede venir de lo Alto. Sabe que su Hijo tiene que experimentar la muerte tres días. No se olvida de nada, como suele ocurrirles a los que no les conviene una verdad que les contraría y la interpretan con sus esquemas mentales interesados. Ella está dispuesta a todo y se une al cuerpo enterrado, cadáver de su Hijo. Lo abraza, lo besa, lo lava. Sabe que aquella alma que ha visto crecer está viva, sabe el sentido del salmo 15. Sabe que todas las almas están vivas porque son inmortales. Sabe lo que dicen del sheol los sabios y entendidos. Pero sabe más. Sabe que Jesús es signo de contradicción, piedra de
Escándal o, para salvación o condenación, como le dijo Simeón. Sabe que cada uno tendrá que decidir de, algún modo, si acepta libremente la salvación de Cristo, no hay otra, o se revela como los ángeles caídos. Sabe que el infierno será distinto al sheol. Y reza por la decisión libre de cada uno de sus hijos. Pide la ayuda misericordiosa del Padre en el juicio particular. Sabe que el Juez será su Hijo que ha vivido toda la misericordia hasta la última gota de su sangre. Pero sabe también que nadie, ni el mismo Dios, suplantará o suprimirá la libertad de nadie. Este el drama humano, lo demás son cositas.

La caridad es amor divino que eleva el amor humano. El mismo corazón que ama humanamente es transformado por el amor divino. Ese amor divino-humano en María no tiene resistencias pecaminosas. No por eso es fácil. En ese momento el Amor divino quiere libremente descender al fondo de la muerte. Ella lo sabe y muere sin morir. No es el muero porque no muero del que desea la paz eterna del amor perfecto. Es el morir de la que vive en Dios, que en ese momento ama experimentando la muerte del hombre. Nadie podrá acusar a Dios de que haya ha sufrido más que Dios que le juzga desde el lejano paraíso poco conocido. Dios baja unido al alma humana de Jesús hasta el fondo de la muerte. María ama bajando en vida. Su soledad es no rechazar ese sorprendente acto amoroso que le destroza el corazón. Sabe que es Madre de los nuevos hijos que engendra su Hijo, también los que nacieron antes que Ella.

1 Anónimo actual
2 Juan Pablo II, Audiencia General, 21 mayo 1997
3 ibid
4 1 Pe 3:18-19
5 Ibid
6 Ibid.
7 Juan Pablo II, Audiencia General , Vaticano, 11.01.1989
8 Juan Pablo II, Via Crucis 14, Coliseo – Roma, 21.04.2000.
9 Anónimo actual
10 Ibid.
11 Jean Galot. Jesús, liberador, Centro de Estudios de teología espiritual, Madrid. 1982, p. 183.
12 Ibid.
13 Ibid.
14 Sto. Tomás de Aquino, STh III, q. 52, a. 1.
15 Ibid.
16 Cfr p.e., J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, cit., 263; H.U. v. Balthasar, El misterio pascual , en VV. AA. Mysterium Salutis, III/II, cit., 237-265.

6/4/12

VIERNES SANTO: LA SOLEDAD DE NUESTRA SEÑORA

Fuente: PANORAMA CATÓLICO


Sermón de Soledad


En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Queridos hermanos,
Donde está tu tesoro, está tu corazón”. El tesoro de María es su Hijo; y su Hijo fue desfigurado, destrozado, clavado en una Cruz, muerto. El dolor de su Corazón está a la medida de su Amor a Jesús. Es algo inexpresable: “Los querubines y los serafines pueden aprender, considerando al Corazón de María, cómo se debe amar a Dios”. “Dios, dice San Francisco de Sales, no dio un precepto que nadie habría podido cumplir perfectamente; el precepto de la caridad, del amor a Dios, fue cumplido perfectamente por una persona: la Santísima Virgen María”. Ninguna criatura puede, pudo, ni podrá amar a Jesús como María lo amó. “Tanto más vehementemente se dolió cuanto más incomparablemente amó; de donde, afirma Ricardo de San-Víctor, como no hubo amor como su amor, así tampoco hubo dolor semejante al suyo

El amor, y por lo tanto, el sufrimiento, la soledad de la Corredentora, no tienen comparaciones, sino con la del Redentor en Getsemaní. Los mayores dolores de esta vida son como una gota de agua cuando se comparan con el océano de dolor de nuestra Madre cuando le entregaron el cuerpo de su Hijo en el calvario. Jeremías lo profetizó: “Mi dolor es grande como el mar: O, vos omnes, oh vosotros que pasáis por este camino, ved si hay un dolor semejante al mío”.

Queridos hermanos, cuando estuve en Portugal, he visto el dolor inmenso de una madre cuyo hijo de 14 años se había dado la muerte sin querer. Nunca había visto alguien sufrir tanto. Un drama terrible. Se llamaba Sergio, formaba parte de los niños del catecismo. Era epiléptico. Lo enterré, en presencia de su familia, de su madre, después de una noche de vigilia cerca del ataúd de Sergio. El dolor de su madre, una buena cristiana, feligresa de nuestra capilla, era casi insufrible: toda pálida, muy silenciosa (no podía pronunciar una palabra), el rostro cubierto de lágrimas, inspiraba una inmensa compasión. En su mano corría lentamente su rosario. Cuando llegó el momento de abrir en el cementerio, por última vez, el ataúd de su hijo, dio un grito de dolor, besando el rostro de Sergio con todo el amor de su corazón. Todos lloraban en este cementerio. Puedo decir que la Santísima Virgen fue su único consuelo.

Hermanos, en la soledad del calvario, ¡María no tenía una Santísima Virgen para consolarLa! La espada que traspasa su corazón la hace más que mártir: Reina de los mártires. No, queridos fieles, ¡no empleo una figura retórica! Los mártires, en el medio de sus sufrimientos, recibían una poderosa ayuda de Jesús vivo, conocían una felicidad que no era de este mundo. San Esteban veía a Jesús vivo en el cielo durante su martirio. Marco y Marcelino contestaron a su verdugo: “¿De que penas habláis?”. San Agustín dice que en San Vicente parecía que uno era el que sufría y otro el que hablaba. San Lorenzo incluso se burlaba del tirano. Pero el instrumento del martirio de María fue Jesús, muchísimo más aún que la indiferencia y los comentarios despectivos de algunos transeúntes. Jesús, muerto en sus brazos, su proprio Hijo, inánime, era precisamente la causa de su dolor. Se representa a los mártires con el instrumento de su martirio (San Pablo con una espada, San Lorenzo con una parrilla, San Andrés con una cruz, etc.), se representa a María con su Hijo, es la imagen de la Pietá. Por eso, San Bernardino de Sena no duda en afirmar que “la intensidad del dolor de María fue tan grande que, dividida entre todos los hombres, sería suficiente para haceros morir todos, repentinamente”.
En el Gólgota hay dos altares: la Cruz del Redentor y el Corazón de la Corredentora. La Pasión y la Compasión. La Pasión de Jesús, superabundante en méritos, ya terminó. La Compasión de María, no. Todos los golpes, las espinas, los clavos se hallaban en su Corazón; ahora es la hora de la soledad, que la hace sufrir más que si hubiese sufrido personalmente los tormentos de su Hijo. “Su pena de ver a su Hijo muerto fue incalculable”, dice San Alberto Magno. Nuestra Madre no pronuncia ninguna palabra, sino, quizás, aquella: “Fiat”, “Así sea”. “Fiat” a la Voluntad divina, “fiat” a la muerte de mi Hijo, “fiat” para que Dios sea glorificado, “fiat” para que las almas de mis otros hijos se salven, “fiat”, queridos hermanos, para cada uno de nosotros, para ti.
Homo et homo natus est in Ea”, dice el salmista, “un Hombre y un hombre nacieron de Ella”. María es la Madre de Jesús en el orden de la naturaleza, y también NUESTRA MADRE en el orden de la gracia. No dejemos casi inútil, o sin resoluciones reales, coherentes, perseverantes, constantes, el terrible parto espiritual con que nos engendró en el Calvario. No ofrezcamos a nuestra Buena Madre solamente piadosas e ineficaces veleidades: un rosario de vez en cuando, primeros sábados del mes transcurridos sin ni siquiera un solo pensamiento sobre el Corazón de María, la incapacidad de defender su honor públicamente cuando es necesario o de organizar un rosario cuando hay una oportunidad de hacerlo, un escapulario sacado porque molesta... Que nuestras lágrimas, hoy, no se evaporen sino que nos muevan. Basta de católicos supuestamente devotos de Nuestra Señora de Fátima pero que no rezan su rosario todos los días, que aman a la Santísima Virgen sólo cuando tienen ganas o porque necesitan tal favor. El amor verdadero ama siempre, tenga o no tenga ganas. El digno hijo de la Virgen le es siempre fiel, cueste lo que cueste. La ama PORQUE ES MARIA. No La dejemos sola, no la abandonemos, ni un solo día, nunca.
Entonces, amadísimos hermanos, pidamos a Jesús y María, en este Viernes Santo, dos gracias:
  • la gracia de la estabilidad en la devoción mariana. En medio de los más atroces dolores, “STABAT MATER” (*). El hombre moderno sufre de inestabilidad: la verdad, la ley moral, los principios del pensamiento, la religión, todo cambia, está en permanente evolución, al ritmo de las modas y de las locuras y caprichos humanos. ¡NO! StatVeritas, stat Bonum, stat Evangelium, stat sacrificium Jesu Christi , stat Maria (permanecen). Seamos firmes en nuestras convicciones y constantes en nuestro amor a María.
  • Y procuremos profundizar nuestro conocimiento sobre la Santísima Virgen. Ella es un gran Misterio, la Madre de Dios. “¿Quae est Ista?”, “¿quien es María?”, pregunta varias veces la Sagrada Escritura. Más responderemos a esta pregunta, más la amaremos y la serviremos.
Y al fin del mundo, en el juicio final, escucharemos a Nuestro Señor decirnos: “Siervo bueno y fiel a mi Madre, que nunca La abandonó, que no dejó vana su soledad, entra en mi Paraíso donde podrás contemplar su Belleza y cantar sus alabanzas por los siglos de los siglos. Amén.

Ave María Purísima
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Buenos Aires, Viernes Santo 2009 - Sermón de la Soledad