Al final del mes
de junio, que es en orden el tercero después de la Anunciación,
la mujer llena de
gracia a quien Dios mismo se ha unido, escuchó el golpe primero, percibió el
primer latido,
de un corazón palpitante, bajo el propio corazón.
En el seno de la
Virgen concebida sin pecado, nueva era ha comenzado. El Niño que es anterior
al tiempo, tiempo
ha tomado, en su Madre Soberana.
La respiración humana
invade al Primer Motor.
María, sintiendo
el peso del divino desposorio, apartada de los hombres, se retira al oratorio
subterráneo, al igual
de la paloma del Cántico que anida en el roquedal.
Ella no habla ni
se mueve: Ella adora, ella venera.
Siendo ella interior al mundo, Dios de su ser no está fuera. Dios es su obra,
su hijito,
su pequeño y de su vientre el dulce fruto bendito.
El mundo entero
reposa. Augusto el templo de Jano
cerró; el cetro de David lo empuña extranjera mano;
los profetas no hablan más ... He aquí, cuando más obscura está la noche,
una Aurora que no anuncia a Satanás.
Satán reina; el
universo le ofrece perfumes y oro.
En este Edén de la muerte, como un ladrón del tesoro, Dios penetra. Una mujer
fué engañada al pie del árbol: Otra engaña a Lucifer.
¡Oh Dios oculto
en María! ¡Oh ligadura ligada! Jerusalén no lo sabe; José no sospecha nada.
La Madre se queda sola con el Hijo de su vida aun no nacido, y recibe su
inefable sacudida.
(En el libro: "La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, de R. Garrigou Lagrange OP, Ed. Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1954, que se puede leer en www.traditio-op.org)
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