Enviado por Moderador el Vie, 04/10/2009 - 14:09.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Queridos hermanos,
“Donde está tu tesoro, está tu corazón”. El tesoro de María es su Hijo; y su Hijo fue desfigurado, destrozado, clavado en una Cruz, muerto. El dolor de su Corazón está a la medida de su Amor a Jesús. Es algo inexpresable: “Los querubines y los serafines pueden aprender, considerando al Corazón de María, cómo se debe amar a Dios”. “Dios, dice San Francisco de Sales, no dio un precepto que nadie habría podido cumplir perfectamente; el precepto de la caridad, del amor a Dios, fue cumplido perfectamente por una persona: la Santísima Virgen María”. Ninguna criatura puede, pudo, ni podrá amar a Jesús como María lo amó. “Tanto más vehementemente se dolió cuanto más incomparablemente amó; de donde, afirma Ricardo de San-Víctor, como no hubo amor como su amor, así tampoco hubo dolor semejante al suyo”
El amor, y por lo tanto, el sufrimiento, la soledad de la Corredentora, no tienen comparaciones, sino con la del Redentor en Getsemaní. Los mayores dolores de esta vida son como una gota de agua cuando se comparan con el océano de dolor de nuestra Madre cuando le entregaron el cuerpo de su Hijo en el calvario. Jeremías lo profetizó: “Mi dolor es grande como el mar: O, vos omnes, oh vosotros que pasáis por este camino, ved si hay un dolor semejante al mío”.
Queridos hermanos, cuando estuve en Portugal, he visto el dolor inmenso de una madre cuyo hijo de 14 años se había dado la muerte sin querer. Nunca había visto alguien sufrir tanto. Un drama terrible. Se llamaba Sergio, formaba parte de los niños del catecismo. Era epiléptico. Lo enterré, en presencia de su familia, de su madre, después de una noche de vigilia cerca del ataúd de Sergio. El dolor de su madre, una buena cristiana, feligresa de nuestra capilla, era casi insufrible: toda pálida, muy silenciosa (no podía pronunciar una palabra), el rostro cubierto de lágrimas, inspiraba una inmensa compasión. En su mano corría lentamente su rosario. Cuando llegó el momento de abrir en el cementerio, por última vez, el ataúd de su hijo, dio un grito de dolor, besando el rostro de Sergio con todo el amor de su corazón. Todos lloraban en este cementerio. Puedo decir que la Santísima Virgen fue su único consuelo.
Hermanos, en la soledad del calvario, ¡María no tenía una Santísima Virgen para consolarLa! La espada que traspasa su corazón la hace más que mártir: Reina de los mártires. No, queridos fieles, ¡no empleo una figura retórica! Los mártires, en el medio de sus sufrimientos, recibían una poderosa ayuda de Jesús vivo, conocían una felicidad que no era de este mundo. San Esteban veía a Jesús vivo en el cielo durante su martirio. Marco y Marcelino contestaron a su verdugo: “¿De que penas habláis?”. San Agustín dice que en San Vicente parecía que uno era el que sufría y otro el que hablaba. San Lorenzo incluso se burlaba del tirano. Pero el instrumento del martirio de María fue Jesús, muchísimo más aún que la indiferencia y los comentarios despectivos de algunos transeúntes. Jesús, muerto en sus brazos, su proprio Hijo, inánime, era precisamente la causa de su dolor. Se representa a los mártires con el instrumento de su martirio (San Pablo con una espada, San Lorenzo con una parrilla, San Andrés con una cruz, etc.), se representa a María con su Hijo, es la imagen de la Pietá. Por eso, San Bernardino de Sena no duda en afirmar que “la intensidad del dolor de María fue tan grande que, dividida entre todos los hombres, sería suficiente para haceros morir todos, repentinamente”.
En el Gólgota hay dos altares: la Cruz del Redentor y el Corazón de la Corredentora. La Pasión y la Compasión. La Pasión de Jesús, superabundante en méritos, ya terminó. La Compasión de María, no. Todos los golpes, las espinas, los clavos se hallaban en su Corazón; ahora es la hora de la soledad, que la hace sufrir más que si hubiese sufrido personalmente los tormentos de su Hijo. “Su pena de ver a su Hijo muerto fue incalculable”, dice San Alberto Magno. Nuestra Madre no pronuncia ninguna palabra, sino, quizás, aquella: “Fiat”, “Así sea”. “Fiat” a la Voluntad divina, “fiat” a la muerte de mi Hijo, “fiat” para que Dios sea glorificado, “fiat” para que las almas de mis otros hijos se salven, “fiat”, queridos hermanos, para cada uno de nosotros, para ti.
“Homo et homo natus est in Ea”, dice el salmista, “un Hombre y un hombre nacieron de Ella”. María es la Madre de Jesús en el orden de la naturaleza, y también NUESTRA MADRE en el orden de la gracia. No dejemos casi inútil, o sin resoluciones reales, coherentes, perseverantes, constantes, el terrible parto espiritual con que nos engendró en el Calvario. No ofrezcamos a nuestra Buena Madre solamente piadosas e ineficaces veleidades: un rosario de vez en cuando, primeros sábados del mes transcurridos sin ni siquiera un solo pensamiento sobre el Corazón de María, la incapacidad de defender su honor públicamente cuando es necesario o de organizar un rosario cuando hay una oportunidad de hacerlo, un escapulario sacado porque molesta... Que nuestras lágrimas, hoy, no se evaporen sino que nos muevan. Basta de católicos supuestamente devotos de Nuestra Señora de Fátima pero que no rezan su rosario todos los días, que aman a la Santísima Virgen sólo cuando tienen ganas o porque necesitan tal favor. El amor verdadero ama siempre, tenga o no tenga ganas. El digno hijo de la Virgen le es siempre fiel, cueste lo que cueste. La ama PORQUE ES MARIA. No La dejemos sola, no la abandonemos, ni un solo día, nunca.
Entonces, amadísimos hermanos, pidamos a Jesús y María, en este Viernes Santo, dos gracias:
- la gracia de la estabilidad en la devoción mariana. En medio de los más atroces dolores, “STABAT MATER” (*). El hombre moderno sufre de inestabilidad: la verdad, la ley moral, los principios del pensamiento, la religión, todo cambia, está en permanente evolución, al ritmo de las modas y de las locuras y caprichos humanos. ¡NO! StatVeritas, stat Bonum, stat Evangelium, stat sacrificium Jesu Christi , stat Maria (permanecen). Seamos firmes en nuestras convicciones y constantes en nuestro amor a María.
- Y procuremos profundizar nuestro conocimiento sobre la Santísima Virgen. Ella es un gran Misterio, la Madre de Dios. “¿Quae est Ista?”, “¿quien es María?”, pregunta varias veces la Sagrada Escritura. Más responderemos a esta pregunta, más la amaremos y la serviremos.
Y al fin del mundo, en el juicio final, escucharemos a Nuestro Señor decirnos: “Siervo bueno y fiel a mi Madre, que nunca La abandonó, que no dejó vana su soledad, entra en mi Paraíso donde podrás contemplar su Belleza y cantar sus alabanzas por los siglos de los siglos. Amén.
Ave María Purísima
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Buenos Aires, Viernes Santo 2009 - Sermón de la Soledad
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