Fuente: CIBERIA
SAN JUAN
EUDES
Fundador
Año 1680
Solía
repetir: "Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres
eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar
gracias". Era una frase predilecta de San Juan Eudes, que anticipaba la
consideración de la Eucaristía como el vértice de la Iglesia, alimento del
pueblo de Dios.
VIDA Y
ESTUDIOS
Nació en
Ri, pueblecito de Francia, en Normandía. Sus padres, como la madre de Samuel,
peregrinaron a un santuario de la Virgen para pedir tener un hijo que, después
de años de casados no podían tener, y Dios les concedió a Juan, y a otros
cinco.
Jugando con
sus compañeros uno lo golpeó en una mejilla, y Juan le presentó la otra
mejilla. Estudio en El Oratorio, en París, bajo la dirección del cardenal de
Berulle, que lo estimaba mucho.
DOTES DE
PREDICADOR
El Cardenal
de Berulle descubrió en Juan Eudes una impresionante capacidad para predicar
misiones populares, y lo dedicó a predicar por los pueblos y ciudades. Predicó
111 misiones, con tanto fruto, que Monseñor Camus, gran escritor, afirmó:
"Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y puedo
asegurar que ninguno de ellos conmueve tanto a las multitudes, como Juan
Eudes". Toda la energía del predicador se convertía en mansedumbre en el
confesionario: Las gentes decían de él: "En la predicación es un león, y
en la confesión un cordero".
FORMACION
DE LOS SACERDOTES
Juan Eudes
se dio cuenta de que para poder enfervorizar al pueblo y llevarlo a la santidad
era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos
se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran una esmerada
preparación. Por eso se propuso fundar seminarios que les prepararan para su
sagrado ministerio. En Francia, su patria, fundó cinco seminarios que
contribuyeron al resurgimiento religioso de la nación.
FUNDADOR
Con los
mejores sacerdotes que lo acompañaban en su apostolado fundó la Congregación de
Jesús y María, o padres Eudistas, comunidad religiosa que ha hecho inmenso bien
en el mundo y se dedica a dirigir seminarios y a la predicación. En
sus misiones lograba la conversión de muchas mujeres, pero las ocasiones las
volvían a llevar de nuevo al mal. Una vez una sencilla mujer, Magdalena Lamy,
que había dado albergue a varias convertidas, le dijo al santo: "Usted se vuelve
ahora a su vida de oración, y estas pobres mujeres volverán a su vida de
pecado; es necesario que les consiga casas donde se puedan librar de los que
las volverán a hacer caer". Para ello, para encargarse de las jóvenes en
peligro, fundó también las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio, que fue
germen de las religiosas del Buen Pastor que tienen ahora en el mundo 585 casas
con 7,700 religiosas. Propagó por todo su país la devoción a los Corazones de
Jesús y de María. Para poder atender tanta actividad, que necesitaba atención
constante, dejó el Oratorio, no como un tránsfuga que levantaba la mano del
arado para mirar atrás, sino como un obrero celoso y vigilante, que trabajó con
todo el ardor de su naturaleza insaciable. Las dos congregaciones crecieron, y
los Padres eudistas, y las Hermanas del Buen Pastor, siguen viviendo su
espíritu en la Iglesia.
ESCRITOR
Permanecen
también sus libros, doce tomos imponentes. Su estilo es fácil, abundante,
inagotable. Las ideas le salen a borbotones, chocando unas con otras, para
desaparecer en un gran ruido de palabras. A pesar de un orden aparente, donde
abundan las divisiones y las subdivisiones, cuesta leerle. Pero a veces se
calma la agitación para escribir oraciones, bellas, pero monótonas, demasiado
largas. Escribe con la premura de quien acaba de dar una misión y se dispone a
dar otra. Al coger la pluma, sigue predicando, improvisando. Anuncia que va a
tratar una materia, pero luego se olvida de tratarla; comienza bellos cuadros y
los deja sin terminar. Así aquel cuadro precioso, pero incompleto, en que,
hablando del Corazón de María, dice "que es la verdadera arpa del
verdadero David, Nuestro Señor Jesucristo. Porque es él quien la ha hecho con
su propia mano y él solo quien la posee. Jamás fué tocada por otros dedos que los
suyos, porque ese corazón virginal nunca tuvo otros sentimientos, otros
afectos, otros movimientos que los que en él puso el Espíritu Santo. Y esa arpa
levanta hasta los oídos del Padre tan maravillosa armonía, que, hechizado al
oírla, olvida todas las cóleras que tenía contra los pecadores.
POETA,
TEOLOGO, ESCRITURISTA
De todas
las obras de San Juan Eudes, lo que se lee siempre con gusto es su prosa y sus
versos latinos y sus oficios litúrgicos. El teólogo, el poeta, el escriturista,
se remontan a veces a la liturgia del Santísimo Sacramento. Se ha dicho que el
Oficio del Sacerdocio es la más bella glorificación de los sacerdotes, cuyas
virtudes canta con entusiasmo; es la exposición más sorprendente de las
grandezas y los deberes del sacerdote, y la más ardiente oración pidiendo al
Cielo que extienda sobre el mundo el espíritu sacerdotal. No menos bello es el
Oficio del Corazón de Jesús, muy anterior a las primeras revelaciones de
Paray-le-Monial. Hay en él entusiasmo poético, pensamiento rico y profundo,
piedad suave y sólida, nutrida en las fuentes de la Patrología y de las
Sagradas Escrituras. El tema del amor lo domina todo, especialmente en la misa. Pero la idea
dominante es la del
Corazón , no como fuente de todas las vibraciones amorosas de
Cristo, sino como símbolo de todas sus perfecciones.
DEL CORAZON
AMOR AL CORAZON PERSONA
Margarita
de Alacoque, como discípula de San Francisco de Sales, considerará el
Corazón-Amor. Juan Eudes, como discípulo
de Berulle, contempla el Corazón-Persona, doble aspecto que se unirá en la
devoción de los tiempos modernos.
PROMOTOR DE
LA DEVOCION A LOS
DIVINOS CORAZONES Y SU DOCTOR
A San Juan
Eudes le cabe la gloria de haber inaugurado esta devoción, promoviendo, antes
que nadie, el culto público del Sagrado Corazón de Jesús. Lo propagó
ardorosamente en sus correrías apostólicas, le consagró sus dos congregaciones,
instituyó su fiesta, escribió su oficio, erigió cofradías, construyó en su
honor iglesias y capillas, y produjo un movimiento que llegó a extender a la
Iglesia entera. Puede ser considerado, además, como el doctor del nuevo culto:
expone su fundamento teológico, presenta la fórmula precisa de su innovación,
responde a los adversarios de su iniciativa, determina el sentido práctico y
litúrgico, consigue la aprobación de la jerarquía y recibe los Breves
apostólicos destinados a propagar y perpetuar la nueva devoción.
DOS LIBROS
DEDICADOS A LOS SAGRADOS CORAZONES Y OTROS DOS A LOS SACERDOTES
"El
Admirable Corazón de la Madre de Dios", explica el amor que María ha
tenido a Dios y a sus hijos, los hombres. Compuso un oficio litúrgico en honor
del Corazón de María, que sus congregaciones, celebraban cada año. Otro de sus
libros es: "La devoción al Corazón de Jesús". Mereció que el Papa San
Pío X le llamara: "El apóstol de la devoción a los Sagrados
Corazones". Redactó también dos libros que han hecho mucho bien a los
sacerdotes: "El buen Confesor", y "El predicador
apostólico". En realidad, en la historia de la devoción hay que dar un
puesto particular a este "evangelista, apóstol y doctor" de la
devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Juan Eudes ha dejado a
la Iglesia dos congregaciones religiosas dedicadas al culto del Corazón de
Jesús y al de María; las primeras fiestas litúrgicas con oficio y misa propios;
las primeras obras sistemáticas de historia, teología y piedad; las primeras
cofradías; las primeras aprobaciones de la iglesia, tanto episcopales como
pontificias; la primera gran difusión de la devoción a los sagrados Corazones
entre el pueblo cristiano y también ha sufrido las primeras serias oposiciones.
EL CORAZON
ES LA FUENTE
El Corazón
de María "es la fuente y el principio de todas las grandezas, excelencias
y prerrogativas que la adornan, de todas las cualidades eminentes que la elevan
por encima de todas las criaturas, hija primogénita del Padre, madre del Hijo,
esposa del Espíritu Santo y templo de la santísima Trinidad...
Este santísimo corazón es la fuente de todas las gracias que
acompañan a estas cualidades... y además que es la fuente de todas las virtudes
que practicó... Porque fueron la humildad, la pureza, el amor y la caridad del
corazón lo que la hicieron digna de ser la Madre de Dios y consiguientemente
poseer todas las dotes y prerrogativas que acompañan a esta excelsa
dignidad". Otro texto define muy bien el objeto de esta devoción:
"Deseamos honrar en la
Virgen Madre de Jesús no solamente un misterio o una acción,
como el nacimiento, la presentación, la visitación, la purificación; no sólo
algunas de sus prerrogativas, como el ser madre de Dios, hija del Padre, esposa
del Espíritu Santo, templo de la santísima Trinidad , reina del cielo y de la
tierra; ni tampoco sólo su persona, sino que deseamos honrar en ella la fuente
y el origen de la santidad y de la dignidad de todos sus misterios, de todas
sus acciones, de todas sus cualidades y de su misma persona, es decir, su amor
y su caridad, que son la medida del mérito y el principio de toda la
santidad". Hoy, cuando todavía se intenta determinar el objeto de la
devoción a los Corazones de Jesús y de María y perduran muchas incertidumbres,
es necesario volver a san Juan Eudes para encontrar la verdadera solución.
LAS
APARICIONES DE FÁTIMA. REFUERZAN SU INTUICION y ANTICIPACION
En la
historia de la devoción al Corazón de María no se puede prescindir hoy del
mensaje aportado posteriormente por las apariciones de Fátima. Es verdad que
San Juan Eudes recibió la influencia de las revelaciones de María des Vallées,
pero no las utilizó nunca en apoyo de sus afirmaciones ni aludió a ellas en sus
obras. Quiso hacer una obra rigurosamente teológica, cuyos únicos fundamentos
fueran la Escritura, la tradición y el magisterio. Los escritores que
gravitaban en torno al ambiente de Paray-le-Monial se atuvieron un tanto
unilateralmente por las revelaciones de santa Margarita María de Alacoque,
olvidando en parte los argumentos teológicos. Hoy la devoción al Corazón de
María se ha visto reforzada por las apariciones de Fátima. El ángel de Fátima
afirma a los Niños: que "Los sagrados Corazones de Jesús y de María tienen
sobre vosotros proyectos de misericordia". Y une la reparación al Corazón
de Jesús con la reparación al Corazón de María. La Virgen declara a Lucía
apóstol de la devoción a su corazón con estas palabras: "Jesús quiere
servirse de ti para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la
devoción a mi Inmaculado Corazón. Prometo la salvación a quien la practique;
esas almas serán amadas por Dios como flores puestas por mí para adornar su
trono. En la aparición de julio de 1917 el mensaje sobre el Corazón de María se
enriquece con una serie de elementos importantes: la visión del infierno, el
futuro de Rusia, los sufrimientos del mundo, de la iglesia y del papa, el
triunfo final del Corazón de María. En aquella aparición la Virgen prometió
venir de nuevo para pedir la comunión reparadora de los primeros sábados y la
consagración de Rusia. Las apariciones de Fátima constituyen el núcleo de todo
el mensaje cordimariano, las apariciones de Pontevedra y de Tuy son una especie
de Pentecostés y de Apocalipsis de las apariciones de Cova da Iria. Son un
complemento necesario sin el cual Fátima no habría superado un radio de
influencia puramente regional y limitado. De esta manera el mensaje
cordimariano no sólo asumió una dimensión mundial y eclesial, sino que se vio
profundizado e interiorizado. Cuando en los años 1942 y siguientes se difunden
las dos primeras partes del secreto de Fátima, Fátima se convierte en un
fenómeno carismático eclesial de primer orden; desde aquel momento comienza
como una nueva era en la historia de la devoción al Corazón de María.
EL CORAZON
A LA LUZ DE LA
ESCRITURA
A la luz de
la Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio
mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo
más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita,
principio de salvación y de santificación para toda la humanidad… El
"Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador,
intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia
el Padre y hacia los hombres, sus hermanos. Como han recordado los Romanos
Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura. Jesús ,
que es uno con el Padre (Jn 10, 30), invita a sus discípulos a vivir en íntima
comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se
presenta como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). La
devoción al Corazón de Cristo es la traducción de la mirada que, según las
palabras proféticas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido
traspasado, (Jn 19,37; Zc 12, 10), de cuya herida brotó sangre y agua (Jn
19,34), símbolo del "sacramento admirable de la Iglesia". El texto de
San Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los
discípulos (Jn 20, 20), y la invitación de Cristo a Tomás, para que metiera su
mano en su costado (Jn 20, 27), han tenido también influjo en el origen y en el
desarrollo de la piedad eclesial al Sagrado Corazón. Estos textos, y otros que
presentan a Cristo como Cordero pascua!, vivo, aunque inmolado (Ap 5, 6),
fueron objeto de meditación de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas
doctrinales e invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de Cristo por la
puerta abierta de su costado.
A LA LUZ DE LOS SANTOS
PADRES Y DE LOS SANTOS
San Agustín
dice: "La entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se
abrió para ti cuando fue abierto por la lanza. Recuerda
qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que
colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está
tu purificación, en la sangre tu redención". Recuérdese el himno con que
San Ignacio comienza sus Ejercicios: “Alma de Cristo, santifícame, Agua del
costado de Cristo, lávame”.
EL CULTO AL
CORAZON DE JESUS EN LA EDAD
MEDIA
La devoción
al Corazón de Jesús se desarrolló en la Edad Media. Personas
insignes por su doctrina y santidad, como San Bernardo, San Buenaventura, y
místicos, como Santa Lutgarda, Santa Matilde de Magdeburgo, las santas Matilde
y Gertrudis del monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia, Santa Catalina de
Siena, profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el
"refugio" donde acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del
encuentro con Él, la fuente del amor infinito del Señor, de la cual brota el
agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida y el verdadero paraíso.
EN LA ÉPOCA MODERNA
El culto
del Corazón del Salvador tuvo un nuevo desarrollo en la Edad moderna. Cuando el
jansenismo propagaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón
de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y
la confianza en su infinita misericordia, de la cual el Corazón es prenda y
símbolo. San Francisco de Sales, que adoptó como norma de vida y apostolado la
actitud fundamental del Corazón de Cristo, la humildad, la mansedumbre, el amor
tierno y misericordioso; Santa Margarita María de Alacoque, a quien el Señor
mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes, promotor del
culto litúrgico al Sagrado Corazón; San Claudio de la Colombiere, San Juan
Bosco y otros santos, han sido insignes
apóstoles de la devoción al Sagrado Corazón. Juan Pablo II ha confirmado
definitivamente el misterio de la Divina Misericordia ,
canonizando a Faustina Kodowazska,
contemporánea y amiga suya, escribiendo la Enciclica DIVES IN
MISERICORDIA e instituyendo la fiesta litúrgica al mismo misterio. Sublima con
ello el culto al Divino Corazón, Sede de la Misericordia, iniciado por Juan
Eudes.
EN LA
EDAD DE HOY , BENEDICTO XVI
Las
palabras del profeta Isaías, «sacaréis agua con gozo de los hontanares de
salvación» (Isaías 12, 3), con que inicia Pío XII la encíclica con la que
recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de la fiesta
del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su significado hoy,
cincuenta años después. Al promover el culto al Corazón de Jesús, la encíclica
«Haurietis aquas» exhortaba a los creyentes a abrirse al misterio de Dios y de
su amor, dejándose transformar por él. Cincuenta años después, sigue en pie la
tarea siempre actual de los cristianos de continuar profundizando en su
relación con el Corazón de Jesús para reavivar la fe en el amor salvífico de
Dios, acogiéndolo mejor en su propia vida.
El costado
traspasado del Redentor es el manantial al que nos invita a acudir la encíclica
«Haurietis aquas»: debemos recurrir a este manantial para alcanzar el verdadero
conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. De este modo,
podremos comprender mejor qué significa «conocer» en Jesucristo el amor de
Dios, experimentarlo, manteniendo fija la mirada en Él, hasta vivir de la
experiencia de su amor, para poder testimoniarlo a los demás. De hecho,
retomando una expresión de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, «junto al
Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el auténtico y único
sentido de la vida y de su propio destino, el valor de una vida auténticamente
cristiana, a permanecer alejado de ciertas perversiones del corazón, a unir el
amor filial a Dios con el amor al prójimo. De este modo – y ésta es la
verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador – sobre las ruinas
acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del
Corazón de Cristo».
CONOCER EL
AMOR DE DIOS EN JESUCRISTO
En la encíclica «Deus caritas est» he citado
la afirmación de la primera carta de san Juan: «Nosotros hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creído en él» para subrayar que en el origen de la
vida cristiana está el encuentro con una Persona. Ya que Dios se ha manifestado
de la manera más profunda a través de la encarnación de su Hijo haciéndose
«visible» en Él, en la relación con Cristo podemos reconocer quién es
verdaderamente Dios («Haurietis aquas», encíclica «Deus caritas est»,). Es más,
puesto que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la
entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la Cruz, al contemplar su
sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin
límites de Dios por nosotros: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,
16).
CONTENIDO
DE TODA VERDADERA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
Este
misterio del amor de Dios por nosotros no constituye sólo el contenido del
culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido
de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Es importante subrayar
que el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el mismo cristianismo.
De hecho sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro
Redentor, «a quien traspasaron» (Jn 19, 37; Zc 12, 10). La encíclica «Haurietis
aquas» recuerda que la herida del costado y las de los clavos han sido para
innumerables almas los signos de un amor que ha transformado incisivamente su
vida. Reconocer el amor de Dios en el Crucificado ha sido para ellas una
experiencia interior que les ha llevado a confesar, con Tomás: «¡Señor mío y
Dios mío!» (Jn 20, 28), permitiéndoles alcanzar una fe más profunda en la
acogida sin reservas del amor de Dios («Haurietis aquas»).
EXPERIMENTAR
EL AMOR DE DIOS MIRANDO AL CORAZÓN DE JESUCRISTO
El
significado más profundo del culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se
considera más atentamente su contribución no sólo al conocimiento sino también
y sobre todo a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su
servicio («Haurietis aquas»). Obviamente, experiencia y conocimiento no pueden
separarse. Además, es necesario subrayar que un auténtico conocimiento del amor
de Dios sólo es posible en el contexto de una actitud de oración humilde y de
generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta
en el costado traspasado de la lanza se transforma en silenciosa adoración. La
mirada en el costado traspasado del Señor, del que salen «sangre y agua», nos
ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de ahí proceden
(«Haurietis aquas») y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana
que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.
La semilla
que con tanto ardor y fatiga sembró Juan Eudes, caída en tierra buena, ha dado
fruto centuplicado. Pudo morir pronunciando el “Comsumatum est” gozoso y así
ocurrió el 19 de agosto de 1680. El gran deseo de su alma era que de su vida y
de su comportamiento se pudiera repetir siempre lo que decía Jesús: "Mi
Padre celestial me ama, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada".
JESUS MARTI
BALLESTER
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