SERMÓN DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL SOBRE EL MISTERIO DE LA NAVIDAD
Publicado en SERMONES DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL
Sobre el anuncio litúrgico del
nacimiento del Señor:
Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén
de Judá
CAPÍTULO 1
Un grito de júbilo resuena en
nuestra tierra; un grito de alegría y de salvación en las riendas de los
pecadores. Hemos oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una frase
rezumante de gozo, digna de todo nuestro aprecio.
Exultad, montañas; aplaudid,
árboles silvestres, delante del Señor porque llega. Oíd cielos; escucha,
tierra; enmudece y alaba, coro de las criaturas; pero más que nadie, tú,
hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién tendrá
corazón tan de piedra que, al oír este grito, no se le derrita el alma? ¿Se
podría anunciar mensaje más consolador? ¿Se podría confiar noticia más
agradable? ¿Cuándo se ha oído algo semejante? ¿Cuándo ha sentido el mundo cosa
parecida? Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Expresión
concisa sobre la Palabra condensada, pero henchida de celeste fragancia! El
afecto se fatiga intentando expandir un mayor derroche de esta meliflua
dulzura, pero no encuentra palabras. Tanta gracia destila esta expresión, que,
si se altera una simple coma, se siente de inmediato una merma de sabor.
Jesucristo, el Hijo de Dios, nace
en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento esclarecido en santidad, glorioso para el
mundo, querido por la humanidad a causa de incomparable beneficio que le
confiere, insondable incluso para los ángeles en la profundidad de su misterio
sagrado! Y bajo cualquier aspecto, admirable por la grandeza exclusiva de su novedad;
jamás se ha visto cosa parecida, ni antes ni después. ¡Oh alumbramiento único,
sin dolor, cándido, incorruptible; que consagra el templo del seno virginal sin
profanarlo! ¡Oh nacimiento que rebasa las leyes de la naturaleza, si bien la
transforma; inimaginable en el ámbito de lo milagroso, pero subsanador por la
energía de su misterio!
Hermanos: ¿Quién podrá proclamar
esta generación? El ángel anuncia. La fuerza de Dios cubre con la sombra. Baja el
Espíritu. La Virgen cree. La Virgen concibe en la fe. La Virgen
alumbra y permanece virgen. ¿Quién no se asombrará? Nace el Hijo del Altísimo,
Dios de Dios, engendrado antes de todos los siglos. Nace la Palabra-niño. Imposible
admirarlo cual se merece.
CAPÍTULO 2
Tampoco es inútil este
nacimiento, ni queda estéril tal condescendencia de la majestad divina.
Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Los que yacéis en el polvo,
levantaos exultantes. Mirad al Señor de la salvación. Trae la
salvación y viene con ungüentos y con gloria. Es inconcebible un Jesús sin
salvación, como lo es un Cristo sin unción y un Hijo de Dios sin gloria. El es
la salvación; él, la unción y la gloria, como está escrito: El Hijo sensato es
la gloria del padre.
Dichosa el alma que ha gustado
del fruto de la salvación, porque le atrae y corre tras el olor de los perfumes
para contemplar su gloria, gloria del Hijo único del Padre. Reanimaos los que
os sentís desahuciados: Jesús viene a buscar lo que estaba perdido.
Reconfortaos los que os sentís enfermos : Cristo viene para sanar a los
oprimidos con el ungüento de su misericordia. Alborozaos todos los que soñáis
con altos ideales: el Hijo de Dios baja hasta vosotros para haceros partícipes
de su reino. Por eso imploro: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame, y quedaré
a salvo; dame tu gloria, y seré glorificado. Y mi alma bendecirá al Señor, y
todo mi interior a su santo nombre, cuando perdones todas mis culpas, cures
todas mis enfermedades y sacies de bienes mis anhelos.
Estas tres cosas, queridísimos
míos, saboreo en mi alma cuando oigo la buena noticia del nacimiento de
Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Por qué le llamamos Jesús? Unicamente porque
salvará a su pueblo de todos sus pecados. ¿Y por qué le llamamos Cristo? Porque
hará pudrir el yugo de tu cuello con la efusión del aceite. ¿Por qué e Hijo de
Dios se hace hombre? Para que los hombres se vuelvan hijos de Dios. ¿ Quién
puede resistir a su voluntad? Si Jesús es el que perdona, ¿quién se atreverá a
condenar? Si es Cristo el que cura, ¿quién podrá herir? Si el Hijo de Dios es el
que enaltece, ¿a quién se le ocurrirá humillar?
CAPÍTULO 3
Nace Jesús. Alégrese incluso el
que siente en su conciencia de pecador el peso de una condena eterna. Porque la
misericordia de Jesús sobrepuja el número y gravedad de los delitos. Nace
Cristo. Gócense todos los que han sufrido la violencia de los vicios que
dominan al hombre, pues ante la realidad de la unción de Cristo no puede quedar
rastro alguno de enfermedad en el alma, por muy arraigada que esté. Nace el
Hijo de Dios.
Alborócense cuantos sueñan con sublimes objetivos, porque es un generoso galardonador.
Alborócense cuantos sueñan con sublimes objetivos, porque es un generoso galardonador.
Hermanos, he aquí al heredero.
Acojámosle con devoción, y recibiremos su misma herencia. Aquel que entregó a
su mismo Hijo por nosotros, ¿cómo nos negará los demás dones con el don de
Hijo? Rechacemos la desconfianza y la duda. Tenemos un firme apoyo : La Palabra se ha
hecho carne y acampó entre nosotros. El Hijo único de Dios quiso tener muchos
hermanos para ser entre todos ellos el primero. No tiene por qué dudar el
apocamiento de la debilidad humana. Fue el primero en hacerse hermano de los
hombres, hijo del hombre, hombre. Y, aunque el hombre opine que esto es
imposible, los ojos confirman la fe.
CAPÍTULO 4
Jesucristo, el Hijo de Dios, nace
en Belén de judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los
reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres
insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande
que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones
resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no
envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre? Tu nombre se ha
hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las
generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios.
En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.
En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.
Y no en vano se añade de judá,
pues la expresión nos insinúa que la promesa se hizo a nuestros padres. No se
le quitará a Judá el cetro, no dejará de salir el caudillo de entre sus muslos,
basta que llegue el que tiene que venir. El mismo será la esperanza de todas
las naciones. Es cierto que la salvación viene de los judíos, pero se extiende
hasta los confines de la
tierra. Está escrito: A ti, judá, te alabarán tus hermanos;
pondrás tus manos sobre las nucas de tus enemigos; y otras cosas que leemos,
pero que nunca se cumplieron en la persona de Judá, sino únicamente en Cristo:
él es el león de la tribu de Judá. Sobre esto mismo está también escrito: Judá
es un cachorrillo de león; te has abalanzado hacia la presa, hijo mío. Cristo
es el hábil cazador que, antes de saber decir mamá o papá, se llevó el botín de
Samaria. Diestro conquistador que, subiendo a lo alto, llevó cautiva a la misma
cautividad. Y, sin robar nada, distribuyó dones a los hombres.
La expresión Belén de
Judá nos recuerda estas profecías y otras parecidas que se cumplieron en
Cristo, porque se referían a su persona. Ya no nos interesa saber si de Belén
puede salir algo bueno.
CAPÍTULO 5
Lo que sí nos interesa saber es
la manera como quiere ser acogido el que quiso nacer en Belén. Quizá alguno
hubiera pensado prepararle fastuosos palacios, para acoger con realce al rey de
la gloria. No
es ése el motivo de su venida desde el trono real. En la izquierda trae honor y
riquezas, y en la derecha largos años. En el cielo había abundancia eterna de
todas estas cosas, pero no pobreza.
Precisamente abundaba y sobreabundaba esto
en la tierra, y el hombre ignoraba su valor. El Hijo de Dios se prendó de ella,
bajó, se la escogió, y revalorizó su encanto para nosotros. Engalana tu lecho,
Sión; pero con humildad y con pobreza. i.e agradan estos pañales. María nos
asegura que le gusta envolverse con estas telas. Sacrifica a tu Dios las
abominaciones de los egipcios.
CAPÍTULO 6
Por último, fíjate que nace en
Belén de Judá. Procura tú mismo llegar a ser Belén de Judá. Entonces no
desdeñará tu acogida. Belén es la "casa del pan". Judá significa
confesión. Tú sacia tu alma con el alimento de la palabra divina. Y aunque
indigno, recibe con fidelidad y con la mayor devoción posible ese pan que baja
del cielo y que da la vida al mundo: el cuerpo del Señor Jesús. De este modo,
la carne de la resurrección renovará y confortará al viejo odre de tu cuerpo.
Así, mejorado por este sedimento, podrá contener el vino nuevo que está en el
interior. Y si, en fin, vives de la fe, nunca te lamentarás de haber olvidado
de comer tu pan. Te has convertido en Belén, y digno, por tanto, de acoger al
Señor; contando siempre con tu confesión. Sea, pues, Judá tu misma
santificación. Revístete de confesión y de gala; condición indispensable que
Cristo exige a sus ministros.
Para concluir, el Apóstol te pide
estas dos cosas en breves palabras: gue la fe interior alcance la justicia y
que la confesión pública logre la salvación. La justicia en el corazón, y el pan en
la casa. Ese
es el pan que santifica. Dichosos los que tienen hambre de justicia, porque
quedarán saciados. Haya justicia en el corazón, pero que sea la justicia que
brota de la fe. Únicamente ésta merece gloria ante Dios. Afore también la
confesión en los labios para la
salvación. Y ya, con toda confianza, recibe a aquel que nace
en Belén de Judá, Jesucristo, el Hijo de Dios.