Es muy vulgar - pero a la vez muy claro - comparar nuestra vida con un río que, saltando inquieto y murmurando sin cesar, se precipita en el océano y en él encuentra su descanso.
Si bien lo meditamos, nuestra vida es, en efecto, la actividad que en la tierra busca el descanso y que lo goza plenamente en la eternidad. Pero así como el río tiene en su larga carrera sus remansos en los que encuentra sosiego y deja de saltar y calla; así nuestra vida tiene sus plácidos remansos en los que el alma goza del silencio y de la paz. Pero en tanto que los remansos del río son un sosiego pasajero para sus ondas, los remansos del alma pueden ser permanentes y definitivos, aunque no tengan aún la majestad y la inmutabilidad del remanso eterno.
El océano al que se encamina la actividad de nuestra vida es Dios, el inmenso abismo de luz y de amor en el que ansía perderse el alma, Descansar para nuestro espíritu es unirse a Dios, perderse en Él. "Nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti" , dijo San Agustín, cuya vida fue hasta los treinta años una perpetua inquietud, como lo demuestra en su libro "Las confesiones" .
Descansar es poseer a Dios en la plenitud, en la seguridad, en el sosiego que es posible en la tierra. Es arrojarse en el océano infinito, es perderse totalmente en Él.
Pero Dios siendo la unidad perfecta y la simplicidad absoluta, contiene una riqueza insondable de perfecciones. "Dios es luz" , "Dios es caridad" , dijo el discípulo amado que descansó en el pecho de Jesús. Y Dios es pureza, fecundidad y paz. Por eso el descanso en Dios, siendo único, es prodigiosamente múltiple, tiene matices y formas variadísimas. Descansar en Dios, es descansar en la luz, en el amor, en la pureza, en la fecundidad y paz. La Iglesia pide para las almas que han salido de este mundo el descanso en la luz y en la paz: "Réquiem aeterna dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace" . Nosotros velamos de ordinario la dulzura de esas palabras con el triste crespón de la muerte; pero son palabras de libertad y alegría; son fórmulas de bienaventuranza. Para gozar del divino descanso es preciso morir real o místicamente, porque siempre es la muerte la puerta única del descanso verdadero.
Para descansar en Jesucristo necesitamos el perfecto olvido de todo en el cual consiste la muerte mística. Así describe San Juan de la Cruz el perfecto descanso:
"Quedéme y olvidéme.El rostro recliné sobre el Amado, Cesó todo y dejéme,Dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado".
Hay que dejarlo todo, dejarlo todo "entre las azucenas olvidado", porque el perfecto olvido se alcanza en la región de la pureza; es preciso que cese todo, que se cierna sobre el alma el majestuoso olvido de la muerte para que el alma recline el rostro sobre el Amado y logre el dulcísimo descanso.
¡Ah! No sólo en tal o cual etapa de la vida espiritual, sino en toda l a vida, debemos dejarlo todo y olvidarnos de todo para que podamos descansar en Jesús. Las criaturas nos inquietan y nosotros mismos turbamos nuestro propio descanso; para que haya un divino sosiego en el alma es preciso dejar las criaturas muy lejos, que el "yo" muera para que solamente quede Jesús y el alma y pueda está reclinar su rostro sobre el Amado, en tanto que Él conjura a todas las criaturas para que no despierten a la amada hasta que ella quiera. Ella no querrá jamás despertar del dulcísimo sueño.
Pero no debemos pensar que tal descanso en Dios es ociosidad o inercia; al contrario, no hay actividad comparable a la del alma cuando descansa en Jesús, como no hay actividad en la tierra comparable a la de los bienaventurados en el cielo; como la vida de Dios, que es el descanso inefable y eterno y es también la infinita actividad.
El cuerpo descansa cuando cesa su actividad; el alma descansa cuando su actividad se hace inmensa, porque ha encontrado el término de sus ansias y la sustancia de sus dichas.
Por tal razón el descansar en Dios es sentir que ha desaparecido lo creado, como desaparecieron Moisés y Elías a los ojos de los apóstoles en la cumbre del Tabor; y no ver, como ellos, sino solo a Jesús. Cuando el alma ha llegado a la cumbre de la transformación ya no ve otra cosa sino a Jesús como la única luz de su espíritu, como el único amor de su corazón, como la ' única fecundidad de su vida, como la única razón de su existencia, como la felicidad única de todos sus anhelos, en fin el alma ha encontrado su descanso dulcísimo en Jesús. Entonces puede decir con Tomás de Kempis: "Alma mía descansa siempre en Dios, sobre todas y en todas las cosas, porque Él es el eterno descanso de los santos. Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, descansar en Ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honor; sobre toda potencia y dignidad; sobre toda ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda gloria y gozo; sobre toda fama y loor; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo, sobre toda dádiva y dones que puedes dar e infundir; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y, en fin, sobre todos los ángeles y arcángeles y sobre todo el ejercito del cielo; sobre todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que Tú, Dios mío, no eres.
"Porque Tú, Señor Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú solo altísimo; Tú solo suficientísimo y plenísimo; Tú solo suavísimo y agradable; Tú solo hermosísimo y amantísimo; Tú solo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien. están todos los bienes perfectamente juntos, estuvieron y estarán. Por eso es poco y no me satisface cualquier cosa que me das fuera de Ti, o revelas o prometes de Ti mismo, si no puedo verte ni poseerte cumplida-mente; porque no puede mi corazón descansar verdaderamente ni contenerse del todo, si no des-cansa en Ti, y no se eleva sobre todo lo creado",
San Pablo, hablando de lo mismo, resume todo lo anterior en ésta celebre frase; "Vosotros estáis muertos y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" .
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