8/9/11

LA NATIVIDAD DE LA SANTISIMA VIRGEN
                           8  de  Septiembre
                                         
8

Himno

Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.

De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

DIOS DEBE SER AMADO POR SÍ MISMO

SAN BERNARDO DE CLARAVAL




         Diría que hay dos razones por las que Dios debe ser amado por sí mismo. Una, porque no hay nada más justo; otra, porque nada se puede amar con más provecho. Preguntarse por qué debe ser amado Dios plantea dos cuestiones, pues podemos dudar radicalmente de dos cosas fundamentales: qué razones presenta Dios para que le amemos y qué ganamos nosotros con amarle. A estos dos planteamientos no encuentro otra respuesta más digna que la siguiente: la razón para amar a Dios es él mismo.

         Fijémonos, primeramente, en las razones para amarle.

DIOS DEBE SER AMADO POR SÍ MISMO

         Mucho merece de nosotros quien se nos dio sin que le mereciéramos. ¿Nos pudo dar algo mejor que a sí mismo? Por eso, cuando nos preguntamos qué razones nos presenta Dios para que le amemos, ésta es la principal: Porque él nos amó primero. Bien merece que le devolvamos el amor, si pensamos quién, a quiénes y cuánto ama. ¿Pues quién es él? Aquel a quien todo ser dice: Tú eres mi Dios y ninguna necesidad tienes de mis bienes.
¡Qué amor tan perfecto el de su Majestad, que no busca sus propios intereses! ¿Y en quién se vuelca este amor tan puro? Cuando éramos enemigos nos reconcilió con Dios. Luego quien ama gratuitamente es Dios, y además, a sus enemigos. ¿Cuánto? Nos lo dice Juan: Tanto amó Dios al mundo, que nos dio a su Hijo único. Y Pablo: No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros. Y lo afirma él mismo: Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Por eso mereció el Justo que le amen los impíos y el Omnipotente que le amen los más débiles. Podría objetarse: “se comportó así con los hombre, mas no con los ángeles”. Es cierto; pero porque no fue necesario. Por lo demás, el mismo que socorrió a los hombres en tan apretada situación libró a los ángeles de ella. Y el que, por amor a los hombres, los salvó del estado en que se hallaban, por ese mismo amor libró a los ángeles de caer en él.


            II. 2. Los que tienen claro esto, comprenderán con la misma claridad por qué debe amarse a Dios, esto es, por qué se merece nuestro amor. Si los incrédulos se empeñan en serlo, es justo que Dios los confunda por ingratos a los dones son que abruma al hombre para bien suyo y los tiene tan a su alcance.

         ¿De quién, sino de Él, recibimos el alimento que comemos, la luz que contemplamos y el aire que respiramos? Sería de necios pretender hacer una lista completa de lo que es incontable, como acabo de decir. Baste con haber citado los más imprescindibles: el pan, la luz y el aire. Los más imprescindibles, no porque sean los más trascendentes, sino los más necesarios al cuerpo.

         El hombre maneja una escala de valores más decisiva para ese plano superior de su ser, que es su alma: su dignidad, su ciencia, su virtud. Su dignidad radica en su libre albedrío, distintivo por el que se destaca sobre las demás criaturas y domina a los simples animales. Su inteligencia le permite, a su vez, reconocer su dignidad, no como algo propio, sino como don recibido. Finalmente, la virtud le impulsa a buscar con afán a su Creador y adherirse estrechamente a Él cuando lo ha encontrado.


         3. Cada uno de estos tres valores contiene una doble realidad. La dignidad se manifiesta en sí misma y en la capacidad de dominar y atemorizar a todos los animales de la tierra. La inteligencia humana asimismo en aceptar esta dignidad y cualquier otra como algo que radica en nosotros, pero que no nace de nosotros. La virtud, por su parte, se abre en dos direcciones: la búsqueda del Creador y la adhesión apasionada a Él una vez hallado. En consecuencia, la dignidad sin la inteligencia no sirve para nada; la inteligencia sin la virtud es más bien un obstáculo. Ambas cosas quedan al descubierto cuando ponemos la razón a nuestro servicio. ¿Qué gloria puede aportarte poseer algo sin saber que lo posees? Saber que posees una cosa, ignorando que no la tienes por ti mismo, implica por supuesto su gloria, pero no delante de Dios. Dirigiéndose a los que se glorían en sí mismo, dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si de hecho lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo como si nadie te lo hubiera dado? No pregunta solamente: ¿De qué te glorías?, sino que añade: Como si nadie te lo hubiera dado. Con lo cual aclara que es reprensible, no el que se gloría de lo que tiene, sino el que no reconoce que lo ha recibido de otro. Con razón se la llama a eso vanagloria, porque no se basa en el sólido cimiento de la verdad. La auténtica gloria es de otro signo: El que esté orgulloso, que esté orgulloso en el Señor, es decir, en la verdad. Y la verdad es el Señor.


         4. Debes recordar siempre dos cosas: qué eres y qué no eres por ti mismo. Así no serás nunca orgulloso; y si te enorgulleces, no lo harás por vanagloria. Dice la Escritura que si no te conoces a ti mismo, sigas tras las huellas de las ovejas, tus compañeras. Y de hecho es así. El hombre ha sido creado como la criatura más digna. Cuando no reconoce su propia dignidad, se asemeja por su ignorancia a los animales y se degrada hasta ser con ellos partícipe de su corrupción y de su mortalidad. El que no vive como noble criatura, dotada de inteligencia, se identifica con los brutos animales. Olvida la grandeza que lleva dentro de sí, para configurarse con las cosas sensibles de fuera y terminar por convertirse en una de ellas, por ignorar que todo lo ha recibido por encima de los demás seres.

            Evitemos, por tanto, esa doble ignorancia de la que podemos ser víctimas. Una nos incita a buscar nuestra gloria a niveles más bajos que los nuestros. Y por la otra pretendemos atribuirnos cosas que superan nuestra capacidad; podemos encontrarlas en nosotros, pero no debemos pensar que son exclusivamente nuestras. Y con mayor cautela todavía tienes que huir de esa presunción execrable, por consciente y deliberada, que te invita a buscar la gloria propia en bienes que no son tuyos; de los que estás plenamente cierto que no te corresponden y, sin embargo, tienes el valor de usurpar la gloria ajena. La primera ignorancia carece de gloria; la segunda sí que la tiene, pero no según Dios. Y la presunción, que es un vicio plenamente consciente, se apropia de la gloria del mismo Dios. Arrogancia mucho más grave y perniciosa que las anteriores; porque en ellas no se reconoce a Dios, pero en ésta se le desprecia. Es peor y más detestable, porque, además de rebajarnos a nivel de los brutos animales, nos equiparamos a los mismos demonios. Pecado enorme la soberbia: se apropia de la gloria de su bienhechor en los dones que recibe y los considera como connaturales a sí mismo.


         5. En consecuencia, a la dignidad y a la inteligencia debe acompañarle la virtud, que es su fruto. Por ellas se busca y se posee al que, como dueño y distribuidor de todo bien, merece ser glorificado en todo. El que sabe y no hace lo que debe, recibirá muchos palos. ¿Por qué? Pues porque no quiso conocer el bien y practicarlo, sino al contrario, acostado, planeó el crimen. Como siervo infiel, intenta apropiarse e incluso arrebatatarle la gloria de su Señor en aquellos bienes que sabe perfectamente que no son suyos. Son, por tanto, evidentes dos cosas: que la dignidad propia es inútil si no se reconoce, y que su conocimiento sólo servirá de castigo si no le acompaña la virtud. Es verdaderamente virtuoso aquel a quien ni su propio conocimiento le hace daño, ni su dignidad personal le adormece, y por eso confiesa sencillamente delante del Señor: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Como si dijera: Señor, no nos pertenece a nosotros mismos absolutamente nada; ni nuestro propio conocimiento, ni nuestra propia dignidad; todo lo atribuimos a ti, de quien todo procede.


         6. Pero con esta digresión hemos ido demasiado lejos. Queríamos explicar cómo aun los que desconocen a Cristo saben por ley natural que deben amar a Dios por sí mismos, a través de los dones naturales que poseen en su cuerpo y en su alma. Resumiendo lo que hasta aquí hemos dicho: ¿quién ignora, aunque carezca de fe, que hemos recibido de él todo lo necesario para nuestra vida corporal? El alimento, la respiración, la vista, todo procede del que sustenta a todo viviente, haciendo salir el sol sobre buenos y malos y enviando la lluvia a justos y pecadores.

         ¿Quién, por impío que sea, podrá siquiera concebir que la dignidad humana, tan refulgente en el alma, haya podido ser creada por otro ser distinto al que dice en el Génesis: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza? ¿Quién puede pensar que el hombre pudiera haber recibido la sabiduría de otro que no sea justamente el mismo que se la enseña?, de quién, sino del Señor de las virtudes, ha podido recibir el don de la virtud que le ha dado o está dispuesto a darle?

            Con razón, pues, merece Dios ser amado por sí mismo, incluso por el que no tiene fe. Desconoce a Cristo, pero se conoce a sí mismo. Por eso nadie, ni el mismo infiel, tiene excusa si no ama al Señor su Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda su fuerza. Clama en su interior una justicia innata y no desconocida por la razón. Ésta le impulsa interiormente a amar con todo su ser a quien reconoce como autor de todo cuanto ha recibido. Pero es difícil, por no decir imposible, que el hombre sólo por sus propias fuerzas o por su libre voluntad sea capaz de atribuir a Dios plenamente todo lo que de Él ha recibido. Más fácil es que se lo atribuya a sí mismo y lo retenga como suyo. Así lo confirma la Escritura: Todos sin excepción buscan sus intereses. Y también: Los deseos del corazón humano tienden al mal.


         III. 7. En cambio, los verdaderos creyentes saben por experiencia cuán vinculados están con Jesús, sobre todo con Jesús crucificado. Admiran y se abrazan a su amor, que supera todo conocimiento, y se siente contrariados si no le entregan lo poquísimo que son a cambio de tanto amor y condescendencia. Los que se creen más amados son los más inclinados a amar; y al que menos se le da, menos ama. El judío y el pagano no vibran tanto ante el estímulo del amor como la Iglesia, que exclama: Estoy herida de amor. Y en otro lugar: Dadme fuerzas con pasas y vigor con manzanas: ¡Desfallezco de amor!

         Ve al divino Salomón con la diadema con que le coronó su madre; al Único del Padre, cargado con la cruz; cubierto de llagas y salivazos al Señor de la majestad; al autor de la vida y de la gloria, traspasado con clavos, harto de oprobios y dando la vida por sus amigos. Al contemplar este cuadro, se le clava en lo más hondo de su alma el dardo del amor y exclama: Dadme fuerzas con pasas y vigor con manzanas: ¡Desfallezco de amor!

1/9/11

UN GRAN MILAGRO



Publicado en CORAZONES

LANCIANO, ITALIA - AÑO 700

Lanciano es una pequeña ciudad medieval, que se encuentra en la costa del Mar Adriático de Italia, en la carretera entre San Giovanni Rotondo y Loreto. Lanciano significa - "Lanza". Se trata de la antigua Anxanum, de los pueblos Fretanos. Aquí se conserva desde hace más de 12 siglos el primero y más grande de los milagros Eucarísticos.


Descripción del Milagro

La parte de la Hostia en el centro del círculo de carne, aunque era verdaderamente la Carne de Jesucristo, siguió teniendo los accidentes de pan sin levadura después del milagro, tal como ocurre en cada Consagración. Se mantuvo por muchos años, pero se desintegró porque la luneta que la contenía no había sido herméticamente cerrada.

La Carne y la Sangre actualmente visibles no solo son la Carne y la Sangre de Jesús como en toda Hostia consagrada, sino que mantiene hasta la actualidad los accidentes propios de carne y sangre humana. La Carne, desde 1713, se conserva en un artístico Ostensorio de plata, de la escuela napolitana, finamente cincelado.

La Sangre está contenida en una rica y antigua ampolla de cristal de Roca.La Hostia-Carne aún se conserva muy bien. El tamaño de la hostia es como las hostias que el sacerdote eleva en las misas hoy día. Es ligeramente parda y adquiere un tinte rosáceo si se ilumina por el lado posterior. La sangre coagulada tiene un color terroso que tiende al amarillo ocre.

29/8/11

"VENI SPONSA MEA"



Alma ¿cuál es tu camino?
El camino del amor.
¿Qué medios son los que tomas?
Los que sugiere el amor.
¿Do se dirigen tus ansias?
Donde descansa mi amor.
¿Qué piensas cuando estás sola?
Pienso siempre en el amor.
Mas dime, alma enamorada
¿cómo se llama tu amor?
Es el amor Encarnado
de Cristo Nuestro Señor.
¡Ay alma! Dichosa eres,
pues tu gran Amador,
es la Belleza increada.

12/8/11

SAN JUAN EUDES Y EL SAGRADO CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS


Elevación a Dios para el comienzo de la misa

¡Mi Dios y Señor soberano! Me postro ante tu divina
misericordia; dígnate echar una mirada de bondad sobre esta
criatura tuya que se reconoce la más indigna e ingrata de todas.
Me acuso ante ti, Padre de las misericordias, ante tus ángeles y
santos, de las vanidades de mi vida pasada, de las ofensas
cometidas contra tu divina Majestad, de mi frialdad en tu santo
amor, de mi negligencia en tu servicio y en seguir tus
inspiraciones, y de infinidad de faltas que tú conoces. Y, sobre
todo, Dios mío, al pensar que tu Hijo amadísimo, al que vengo a
adorar, me ha dado aún el primer instante de su vida, me
considero inmensamente culpable por no haberte consagrado el
primer uso de la razón que recibí de tu Majestad.
Tú, Señor Jesús, pasaste todos tus días en la pobreza y en el
sufrimiento y los terminaste en la cruz por mi amor. Dedicaste
tu vida a obras y ejercicios continuos de ardiente y excesiva
caridad hacia mí. Yo, en cambio, creyendo que mis días y mi
tiempo eran plenamente míos. los vivo de ordinario inútilmente,
con despreocupación. y a menudo ofendiendo a tu divina
Majestad. Detesto, Salvador mío, todas mis fallas. la menor de
las cuales te ha hecho nacer en un establo y morir en una cruz
para expiarla ante la justicia del Padre.
La menor de tus acciones humanamente divinas y divinamente
humanas amado Jesús. que has hecho y reiterado tantas veces por
mi bien mientras vivías en la tierra. tiene tanto valor y mérito
que aunque sólo hubiera sido realizada una vez. reclamaría
justamente como reconocimiento y acción de gracias y a manera
de reciprocidad. el empleo y la dedicación de mi vida a cumplir tu
voluntad. Y eso nunca lo hago: al contrario. parece que no he
nacido sino para ofenderte y afrentarle. Me arrepiento de haber
sido tan infiel y tan ingrato y de haber pagado tan mal tu
inmenso amor por mí. Dios mío. arrojo todos mis pecados en tu
preciosa sangre. en el piélago de tus misericordias y en el fuego
de tu divino amor. Bórralos y consúmelos enteramente. Repara
todas mis fallas. oh Jesús. y acepta en satisfacción este santo
sacrificio de tu cuerpo y sangre que ofreciste en la cruz y que
ahora te ofrezco con el mismo fin. El amor desordenado a mí
mismo y al mundo han sido el origen de todas mis ofensas:
renuncio a él para siempre y con todas mis fuerzas. amadísimo
Jesús: destrúyelo en mí y establece el reino de tu divino amor.

Elevación a Jesús durante la misa

¡Oh Jesús. mi Señor y mi Dios! Tú te haces presente en este
altar para que yo te contemple y adore. te ame y glorifique y
para comunicarme y aplicarme tus méritos. También para
recordarme el gran amor que te hizo padecer y morir por mí en
una cruz. Te adoro. te bendigo y glorifico en todas las formas
posibles. ¡Cuánto deseo ser todo amor por ti y amarte
perfectamente! ¿Quién me concediera verme transformado en
fuego ardiente y en purísima llama de amor a ti? Ángeles. santos
y santas del paraíso. dadme vuestro amor para emplearlo en amar
a mi Jesús. Oh hombres. criaturas todas capaces de amar. dadme
vuestros corazones para sacrificarlos a mi Salvador. Si yo
tuviera, Salvador dulcísimo. todo el amor del cielo y de la tierra
gustoso lo dirigiría hacia ti. ¡Cuán adorado. amado y glorificado
eres sobre este altar. tú el Hijo amadísimo del Padre eterno, por
los millares de ángeles que te rodean! ¡Pero cuánto más deberían
honrarte, alabarte y amarte los hombres, ya que es por ellos y no
por los ángeles que allí te haces presente! Que todos los ángeles
y los hombres. todas las criaturas del cielo y de la tierra se
conviertan en adoración, glorificación y amor a ti. Y que todos
los poderes de tu divinidad y humanidad te magnifiquen y amen
eternamente.
Adoro, Jesús poderosísimo, el poder de tus palabras que cambian
la naturaleza grosera y terrestre del pan y del vino en la sustancia
de tu precioso cuerpo y sangre. Me entrego totalmente a ese
mismo poder para que cambie la pesadez, frialdad y aridez de mi
corazón terrestre y árido por el ardor, la ternura y agilidad de los
afectos y disposiciones de tu Corazón celestial y divino. Que me
transforme de tal manera en ti que ya no tenga sino un corazón,
un espíritu, una voluntad, un alma y una vida contigo.
Tú, mi Redentor, estás presente sobre este altar para recordarnos
y hacer presente tu dolorosa pasión y tu santa muerte.
Concédeme hacer memoria continua y tener un vivo sentimiento
de lo que has hecho y padecido por mí; concédeme sufrir con
humildad, sumisión y amor a ti las contrariedades que me
ocurrirán hoy yen toda mi vida. Tú, buen Jesús, odias tanto el
pecado, que mueres para darle muerte; y tanto aprecias y amas mi
alma, que pierdes tu vida para devolverle la vida. Te pido,
Salvador mío, no temer ni aborrecer ya nada fuera del pecado y no
buscar y estimar cosa distinta de tu gloria.

Elevación a Jesucristo, sumo sacerdote que se
sacrifica a sí mismo en la misa

Te adoro, oh Jesús, como sumo sacerdote. De continuo estás
ejerciendo ese ministerio, así en el cielo como en la tierra,
sacrificándote a ti mismo por la gloria de tu Padre y por amor
nuestro. Bendito seas mil veces por el honor infinito que das a
tu Padre y por el extremado amor que nos testimonias en este
divino sacrificio. No te contentas con sacrificarte tantas veces
por nosotros: quieres, además, asociamos contigo a esta obra
egregia al hacemos a todos partícipes de tu cualidad de sumo
sacerdote y al confiarnos el poder de sacrificarte contigo y con tus
santos sacerdotes a la gloria del Padre y por nuestra salvación.
Úneme, pues, a ti, pues te agrada que yo te ofrezca ahora contigo
este santo sacrificio. Haz que lo ofrezca también con tus
disposiciones santas y divinas. ¡Con qué devoción, pureza y
santidad, con qué caridad hacia nosotros y con cuánta aplicación y
amor hacia tu Padre realizas esta acción! Dígnate imprimir en mí
esas disposiciones, para hacer contigo, y como tú, lo que haces
tan santa y divinamente.
Oh Padre de Jesús: tú nos has dado a tu Hijo y lo has puesto en
nuestras manos mediante este misterio. Te lo ofrezco, pues,
como algo que es verdaderamente mío, en unión con la humildad,
la pureza, la caridad, el amor y demás disposiciones con que él se
ofrece a ti.
Deseo también ofrecértelo por las mismas intenciones con que él
se sacrifica. Te lo ofrezco, pues:
l. En honor de lo que eres, Dios mío, en tu esencia divina, en tus
perfecciones, en tus Personas eternas, y en todo lo que realizas
fuera de ti mismo. Te lo ofrezco en honor de cuanto tu Hijo
Jesús es en sí mismo, en sus estados, misterios, cualidades,
virtudes, acciones y sufrimientos, de cuanto realiza fuera de sí
mismo, por misericordia o por justicia, en el cielo, en la tierra y
en el infierno.
2. Te lo ofrezco en acción de gracias por los bienes temporales y
eternos que has comunicado siempre a la humanidad sagrada de tu
Hijo, a su santa Madre, a los ángeles y a los hombres y
especialmente a mí la más indigna de tus criaturas.
3. Te lo ofrezco en satisfacción por la afrenta que te han causado
y te causarán los pecados pasados, presentes y futuros,
especialmente los míos y los de aquellas personas por quienes
estoy particularmente obligado a orar, tanto vivos como difuntos.
4. Te lo ofrezco para que se cumplan tus designios,
especialmente los que tienes sobre mí y sobre aquellos que me
atañen. No permitas que pongamos el menor obstáculo a ellos.
S. Te suplico, Dios mío, que por el aprecio y la virtud de esta
santa oblación, de este don precioso que te ofrezco y te devuelvo,
nos otorgues las gracias espirituales y corporales que necesitamos
para servirte y amarte perfectamente y para ser entera y
eternamente tuyos.

Elevación a Jesús como a hostia que se sacrifica a
Dios en la misa

Te contemplo y adoro, oh Jesús, en este misterio, como hostia
santa que toma sobre sí y borra los pecados del mundo y que tú
mismo aquí sacrificas para gloria de Dios y la salvación de los
hombres. Tu apóstol me ha dado a conocer tus deseos de que
seamos hostias vivas y santas y dignas de ser sacrificadas contigo
a la gloria de tu Padre•
En honor y unión de la oblación y sacrificio que de ti mismo
haces a tu Padre, me ofrezco a ti para ser por siempre víctima
inmolada a tu gloria y a la gloria de tu Padre. Úneme a ti en esta
condición, inclúyeme dentro de tu sacrificio, para que me
sacrifiques contigo.
y pues es preciso que la hostia que se sacrifica sea muerta y
consumida por el fuego, hazme morir a mí mismo, a mis vicios
y pasiones y a cuanto te desagrada. Consúmeme enteramente en
el sagrado fuego de tu divino amor y haz que, en adelante, toda
mi vida sea un sacrificio continuo de alabanza y de amor a tu
Padre y a ti.

Elevación a Jesús para la comunión espiritual

Oh Jesús, no soy digno de pensar en ti ni de que pienses en mí y
mucho menos de comparecer ante ti y de que te hagas presente a
mí. Sin embargo, no solamente piensas en mí y te presentas a
mí sino quieres darte a mí con el deseo infinito de hacer tu
morada en mi corazón.
¡Cuán admirables son tus misericordias, Señor! ¡Cuán excesivas
tus bondades! ¿Qué hay en mí que pueda atraerte? Ciertamente a
ello sólo te lleva el exceso de tu caridad. ¡ Ven, ven, pues, mi
amadísimo Jesús, porque te amo y te deseo infinitas veces!
¡Ojala me viera convertido en deseo y en amor por ti! Ven, mi
dulce luz, ven, mi queridísimo amor, apresúrate a venir a mi
corazón que renuncia a todo lo demás y nada quiere ya sino a ti.
¡Rey de mi corazón, vida de mi alma, mi precioso tesoro, mi
única alegría!
Tú que eres mi todo, ven dentro de mi espíritu, de mi corazón y
de mi alma para destruir mi orgullo, mi amor propio, mi propia
voluntad y mis demás vicios e imperfecciones. Ven a establecer
en mí tu humildad, tu caridad, dulzura, paciencia obediencia, tu
celo y demás virtudes. Ven a mí para amarte y glorificarle
dignamente y para unir perfectamente mi espíritu con tu divino
Espíritu, mi corazón con su sagrado Corazón, mi alma con tu
alma santa, y para que este corazón, este cuerpo y esta alma que
están a menudo tan cercanos y unidos con tu corazón, tu cuerpo
y tu alma por la santa Eucaristía, no tengan jamás otros
sentimientos, afectos, deseos y pasiones que los de tu santo
Corazón, de tu sagrado cuerpo y de tu alma divina. Finalmente,
ven, oh mi Jesús, ven a mí para vivir y reinar en mí en forma
absoluta y para siempre. Ven, Señor Jesús.

Elevación a Jesús para el final de la misa

Te alabo, amabilísimo Jesús, y sin cesar te doy gracias y ruego a
los ángeles, a los santos y a todas las criaturas que te bendigan y
glorifiquen conmigo por las gracias que me has concedido en este
divino sacrificio.
Te pido que conserves y aumentes en mí los deseos,
pensamientos, afectos y sentimientos que has suscitado en mí
durante esta misa y que me des la gracia de producir los efectos
que esperas de mí.
Tú te has rebajado y te has hecho presenta a mí por este santo
misterio. Concédeme que durante el día de hoy no deje pasar una
hora sin elevarme y hacerme presente a ti por los afectos de mi
corazón. Tú has venido a este altar para tomar posesión de
nuestros corazones y para recibir de nosotros el homenaje que te
debemos como a nuestro Señor soberano. Toma, pues, posesión
de mi corazón: te lo entrego y consagro para siempre. Te
reconozco y adoro como a mi rey y soberano. Te hago el
homenaje de mi ser, de mi vida y de todas mis acciones,
especialmente de las que realizaré en el día de hoy. Dispón de
todo ello según tu beneplácito. Dame la gracia de morir antes
que ofenderte: que sea yo una hostia muerta y viva al mismo
tiempo: muerta a lo que no eres tú, viva en ti y para ti. Que toda
mi vida sea un perpetuo sacrificio de alabanza y de amor a ti.
Que, finalmente, me inmole y consuma por tu pura gloria y por
tu santo amor. Dame para ello, te lo ruego, oh buen Jesús, tu
santa bendición.

Extracto de sus OBRAS ESCOGIDAS

10/8/11

LA PERFECCIÓN CRISTIANA

133 (2006) 417-446
Manuel Ángel Martínez Juan, O.P.
Facultad de Teología San Esteban-Salamanca




Introducción

Orador dotado de cualidades excepcionales, el dominico Antonio Royo Marín, una vez acabada su formación, fue enviado, muy a su pesar, a la Facultad Pontifica de San Esteban de Salamanca para regentar allí la cátedra de Teología Moral, que se encontraba vacante a causa de la enfermedad de su predecesor en dicha cátedra. Después de la decepción inicial, por creer que su vocación más arraigada se vería frustrada, pudo reconocer más tarde con gratitud que de no haber sido por esas circunstancias jamás habría escrito un solo libro.

Hoy podemos congratularnos de sus numerosas obras, así como de las diversas ediciones y traducciones que se han hecho de muchas de ellas y del gran número de ejemplares difundidos. A través de sus escritos su predicación ha llegado a más gente de lo que lo hubiera hecho con su sola presencia y su voz. En todos ellos late la preocupación por informar y formar en la fe cristiana, y desde ahí influir positivamente en el comportamiento.

No se trata, pues, de la teoría por la teoría, o de la información por la información, sino de hacer que el conocimiento desemboque en la práctica de una vida cristiana acorde con el evangelio. Para ello, a veces desciende minuciosamente hasta los gestos elementales de la vida cotidiana, tratando de iluminarlos a la luz del evangelio y de la mejor tradición espiritual cristiana.

                                                 TEXTO COMPLETO
 
La perfección cristiana en el pensamiento
de Antonio Royo Marín

Ciencia Tomista

8/8/11

22 DE AGOSTO: FIESTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA




El Corazón más próximo al Sagrado Corazón de Jesús


NOVENA AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Por la señal...

Oración Preparatoria:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y Redentor mío, que por amor a los hombres tomasteis la naturaleza humana, escogiendo por Madre a la Purísima, Inmaculada y siempre Virgen María, y disponiendo su Corazón con todo género de perfecciones, para que de su sangre preciosa se formase esa Humanidad santísima en que padecisteis la más afrentosa de las muertes para hacernos vivir de vuestra gracia y así librarnos de la servidumbre del demonio y del pecado: os amo, Dios mío, con todas mis fuerzas, sobre todas las cosas, por esta bondad que para con nosotros habéis mostrado y me pesa de haberos ofendido. Espero que, por los méritos de vuestra preciosísima sangre y los del Corazón sacratísimo de vuestra Madre, me concederéis la gracia que necesito para hacer bien esta novena, a fin de amaros y seros fiel hasta el fin. Amén.

(1) Día Primero: La Grandeza del Corazón de María

¡Oh Corazón de María, cuya grandeza admira el universo! Hacednos igualmente grandes de corazón y alcanzadnos valor, Madre querida, para olvidar toda Suerte de injurias, y ser todo para todos, a fin de ganarlos para Jesucristo.

(2) Día segundo: Amabilidad del Corazón de María

¡Oh María! ¡Oh Madre nuestra! Vos tenéis un Corazón digno de amor, porque dominasteis con toda perfección las pasiones: alcanzadnos fortaleza para sobreponernos a ellas y para recordar y guardar siempre la ley de la caridad, con la cual seremos también imagen de vuestra dulzura.

(3) Día tercero: Compasión del Corazón de María

¡Madre llena de compasión hacednos compasivos! Vuestro Corazón no puede ver sin conmoverse el dolor y la miseria; encended el nuestro en la más ardiente caridad, que nos mueva a remediar las necesidades espirituales y temporales, propias y de nuestro prójimo.

(4) Día cuarto: Fervor del Corazón de María

¡Amabilísima Madre! Vos obrasteis siempre con el mayor fervor; y Vos conocéis mi flojedad, pereza y apatía, con las cuales no puedo agradar a Dios a quien produce náuseas la tibieza. Yo acudo, Madre mía, a Vos, para que me saquéis de tan miserable estado. Así como comunicasteis vuestro fervor a Isabel y a Juan, dispensadme la misma gracia.

(5) Día quinto: Pureza del Corazón de María

¡Santísima Madre mía! Vos, incomparablemente más que ninguna otra criatura, fuisteis limpia de corazón; Vos resplandecéis más en pureza que todos los justos y Ángeles; Vos por la hermosura de vuestro Corazón enamorasteis al Altísimo y lo atrajisteis a vuestro seno. Alcanzadnos, Señora esa pureza de corazón; rogad por nosotros para que sepamos vencer nuestras malas inclinaciones y vivir en el candor con que Vos fuisteis adornada, a fin de que podamos ver a Dios y morar con El eternamente.

(6) Día sexto: Mansedumbre del Corazón de María

¡Virgen soberana, Reina y Madre llena de mansedumbre! Vuestro corazón mansísimo reprende al nuestro tan inmortificado: queremos imitaros; desde hoy nos proponemos reprimir los movimientos de la ira y practicar la mansedumbre: alcanzadnos, Señora, la gracia que para ello necesitamos.

(7) Día séptimo: Humildad del Corazón de María

¡Oh Virgen humildísima! Vos sois Señora, y os llamáis esclava; Vos sois elegida para el lugar más distinguido, y pretendéis el último; Vos conocéis el mérito de la humildad, y por eso la arraigáis constantemente: alcanzadme esos sentimientos de humildad de que Vos estáis animada; haced que os imite en esta humildad de corazón de que me dais tan brillante ejemplo.

(8) Día octavo: Fortaleza del Corazón de María

Madre mía! Vos conocéis mi cobardía y debilidad, que por desgracia me han acompañado casi siempre: por el admirable valor que tanto os distinguió, os ruego que infundáis en mi corazón la fortaleza necesaria para confesar la fe, para guardar la santa Ley de Dios y para prescindir de todo respeto humano en la práctica de la virtudes.

(9) Día noveno: Paciencia del Corazón de María

¡Madre siempre paciente! Por la multitud y vehemencia de vuestros dolores, os suplicamos nos alcancéis la paciencia y la resignación que necesitamos para sufrir con mérito las amarguras y penalidades que nos afligen. Señora la paciencia nos es necesaria. Vos nos disteis el ejemplo más admirable de ella: interceded por nosotros para que sepamos imitaros.

--------- Oración final ---------

¡Oh Corazón dulcísimo de María de quien he recibido continuamente tantas gracias, tantos beneficios y favores! yo os venero y os doy gracias, y con ternura de hijo os estrecho contra mi pobre corazón. ¡Ah!, permitidme, Madre mía, que con toda confianza os lo entregue; santificadlo con vuestra bendición y trocadlo en bello jardín donde pueda recrearse vuestro Santísimo Hijo. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN INDIVIDUAL (San Juan Eudes)

Amabilísima y admirabilísima Virgen María, Madre del Salvador y Madre mí, postrado a vuestros pies, y uniéndome a todos los actos de humildad, de amor y de devoción de todos los corazones que os aman en el cielo y en la tierra, os saludo, os venero y os elijo por mi Soberana y Reina de mi Corazón, mi queridísima Madre, la guía de mi vida, mi Protectora, mi Abogada, y mi refugio en todas mis necesidades, espirituales y corporales.

Yo os ofrezco y consagro mi cuerpo, mi alma, y todo lo que pertenece a mis ser. Deseo también que todos mis pensamientos, palabras y acciones y todo lo que hay en mí, en el presente y en el futuro, sean otros tantos actos de alabanza a la Santísima Trinidad por todas las gracias que os ha otorgado.

¡Oh, Virgen Amabilísima!, Yo deposito en vuestras manos todos mis designios, proyectos e intereses, y no quiero jamás tener otros que nos sean los de Vuestro Hijo, y los Vuestros.

Recibidme, os lo ruego, mi queridísima Madre, en el número de los servidores e hijos de Vuestro Corazón Inmaculado. Miradme, y tratadme como una cosa absolutamente vuestra, disponed de mi, y conducidme en todo lugar, no según mis inclinaciones, sino según vuestro beneplácito.

De mi parte, Virgen Santa, yo tomo hoy la firme resolución de honraros, serviros, consolaros, y amaros y, de atraer a todos los que pueda a hacer lo mismo.

Especialmente, quiero honrar con una devoción muy particular Vuestro Admirable Corazón (como lo habéis pedido en Fátima). Por eso, con Vuestra asistencia, trataré de imitar tanto como pueda las principales virtudes que lo adornan.

¡Oh, Reina de mi Corazón!, imprimid Vos misma en mi corazón, una imagen perfecta de las virtudes del Vuestro, a fin de que el corazón de tu hijo, sea un retrato viviente del Corazón de su Madre.

Unid de tal manera mi corazón al de mi Jesús – que es Vuestro Corazón – que ya no tenga en mi otros sentimientos y voluntades que los Vuestros, y que no haga nunca sino lo que sea más agradable al Santísimo Corazón de Jesús y de María. Amen.

1/8/11

SANTO CURA DE ARS: SERMÓN SOBRE LA COMUNIÓN

LA ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

“No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos” (Sto. Cura de Ars)

Educación de los fieles en la comunión

            Para hacer una buena comunión es preciso tener una viva fe en lo que concierne a este gran misterio; siendo este sacramento un misterio de fe,  hemos de creer con firmeza que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y que está allí vivo y glorioso como en el Cielo.
            Antiguamente, el sacerdote, antes de dar la Sagrada Comunión, sosteniendo en sus dedos la santa Hostia, decía en alta voz: “¿Creéis que el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo están verdaderamente en este sacramento?” Y entonces respondían a coro los fieles: “Sí, lo creemos”.
            Digo también que debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser descuidados y estropeados; a menos que no tengáis otro vestido, habéis de presentaros limpios y aseados. Algunos no tienen con qué cambiarse; otros no se cambian por negligencia. Los primeros, en nada faltan, ya que no es suya la culpa; pero los otros obran mal, ya que ello es una falta de respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su corazón. Habéis de venir bien peinados, con el rostro y las manos limpias.
            Es necesario que todo nuestro porte exterior dé, a los que nos ven, la sensación de que nos preparamos para algo grande.
            Habréis de convenir conmigo en que, si para comulgar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mucho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernos merecedores de las gracias que Jesucristo nos trae al venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en buenas disposiciones, es preciso que nuestra conciencia no nos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecados graves se refiere.
            Después de haber rezado las oraciones indicadas, ofreced la Comunión por vosotros y por los demás, según vuestras particulares intenciones; para acercaros a la Sagrada Mesa, os levantaréis con gran modestia, indicando así que vais a hacer algo grande; os arrodillaréis y, en presencia de Jesús sacramentado, pondréis todo vuestro esfuerzo en avivar la fe, a fin de que por ella sintáis la grandeza y plenitud de vuestra dicha. Vuestra mente y vuestro corazón deben estar sumidos en el Señor. Cuidad de no volver la cabeza a uno y otro lado […]. Si aún debieseis aguardar algunos instantes, excitad en vuestro corazón un ferviente amor a Jesucristo, suplicándole con humildad que se digne venir a vuestro corazón miserable.
            Después que hayáis tenido la inmensa dicha de comulgar, os levantaréis con modestia, volveréis a vuestro sitio y os pondréis de rodillas…; ante todo, deberéis conversar unos momentos con Jesucristo, al que tenéis la dicha de albergar en vuestro corazón, donde, durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal.
            Habiendo ya rezado las oraciones para después de la Comunión, llamaréis en vuestra ayuda a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos, para dar juntos gracias a Dios por el favor que acaba de dispensaros.
            No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos[…].
            ¿Estáis allí con las mismas disposiciones que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio?
¿A quién recibimos?
           
            Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamás por lugar alguno sin derramar sus bendiciones en abundancia, de lo cual deduciremos cuán grandes y preciosos deben ser los dones de que participan quienes tienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión; o mejor dicho, que toda nuestra felicidad en este mundo consiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión.
            Todos los Santos Padres están conformes en reconocer que, al recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, recibimos todo género de bendiciones para el tiempo y para la eternidad. En efecto, si pregunto a un niño: ¿Debemos tener ardientes deseos de comulgar? –Sí, Padre, me responderá. –Y por qué? –Por los excelentes efectos que la comunión causa en nosotros. –Mas, ¿cuáles son estos efectos? –Y el me dirá: La Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús, debilita nuestra inclinación al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia, y es para los que la reciben un comienzo y una prenda eterna.
            Recibiendo a Jesucristo, nuestro espíritu se fortalece, en nuestras luchas somos más firmes, nuestros actos están inspirados por la más pura intención,  y nuestro amor va inflamándose cada vez más y más.
            La Sagrada Comunión es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo; estas son las arras que nos envía el Cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el Suyo en la Comunión.
(Boletín San Pío V N° 26, Córdoba, 2011))

26/7/11

FUENTE DE VIDA




HOMILÍA
San Buenaventura, El árbol de la vida (Opúsculo 3, 29-30.47: Opera omnia 8, 79)
En ti está la fuente viva
Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande es este que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!
Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán al que atravesaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna.
Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella tus labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es la fuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra.
Corre, con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama:
«¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora fulguran ante el trono de tu divinidad!
¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada y su pureza imperturbable! De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz».

Ciclo B: In 19, 31-37
HOMILÍA
San Agustín de Hipona, Sermón 213 (18: Edit Maurist 5, 942)
La lanza traspasó el costado de Cristo
y manó nuestro precio
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso.
Que nadie diga: no me puede perdonar los pecados. ¿Cómo no va a poder el todopoderoso? Pero insistes: he pecado mucho. Y yo te replico: pero es todopoderoso. Y tú vuelves a la carga: He cometido tales pecados, que nunca podré ser liberado o purificado. Respondo: y sin embargo, él es todopoderoso.
En el Símbolo decimos también: en el perdón de los pecados. Si esto no se diese en la Iglesia, no habría ninguna esperanza. Si en la Iglesia no hubiera perdón de los pecados, no habría ninguna esperanza de vida futura y de eterna liberación. Damos gracias a Dios por haber otorgado a la Iglesia este don.
He aquí que pronto os acercaréis a la fuente santa, seréis purificados en el bautismo, quedaréis renovados por el saludable baño del segundo nacimiento; al salir de aquel baño, estaréis limpios de todo pecado.
Todo el pasado que os perseguía será allí cancelado. Vuestros pecados eran semejantes a los egipcios que salieron en persecución de los israelitas: los persiguieron, pero hasta el mar Rojo. ¿Qué significa hasta el mar Rojo? Hasta la fuente bautismal consagrada por la cruz y la sangre de Cristo. Pues lo que es rojo, enrojece. ¿No ves cómo enrojece la heredad de Cristo? Pregunta a los ojos de la fe. Si ves la cruz, fíjate también en la sangre; si ves lo que cuelga, fijate en lo que derramó. La lanza traspasó el costado de Cristo y manó nuestro precio. Por eso, el bautismo, es decir, el agua en que sois inmersos, va marcado con el signo de Cristo, y es como si atravesareis el mar Rojo. Vuestros pecados son vuestros enemigos: os siguen, pero hasta el mar.
Una vez que hayáis entrado, vosotros saldréis, pero ellos serán aniquilados: lo mismo que ocurrió con los israelitas: ellos caminaban a pie enjuto, mientras que a los egipcios los cubrió el agua. Y ¿qué dice la Escritura?

Ciclo C: Lc 15, 3-7
HOMILÍA
San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 22, 3.27-30: CSEL 62, 489-490.502-504; PL 15, 1512.1520-1521)
Ven, Señor, busca a tu oveja
En su evangelio, el mismo Señor Jesús aseguró que el pastor deja las noventa y nueve ovejas y va en busca de la descarriada. Es la oveja centésima de la que se dice que se había descarriado: que la misma perfección y plenitud del número te instruya y te informe. No sin razón se le da la preferencia sobre las demás, pues es más valioso un consciente retorno del mal que un casi total desconocimiento de los mismos vicios. Pues el haber enmendado el alma enfangada en el vicio, liberándola de las trabas de la concupiscencia, no solamente es indicio de una virtud consumada, sino que es, además, signo eficaz de la presencia de la divina gracia. Ahora bien, enmendar el futuro es incumbencia de la atención humana; condonar el pretérito es competencia del divino poder.
Una vez encontrada la oveja, el pastor la carga sobre sus hombros. Considera atentamente el misterio: la oveja cansada halla el reposo, pues la extenuada condición humana no puede recuperar las fuerzas sino en el sacramento de la pasión del Señor y de la sangre de Jesucristo, que lleva a hombros el principado; de hecho, en la cruz cargó con nuestras enfermedades, para aniquilar en ella los pecados de todos. Con razón se alegran los ángeles, porque el que antes erró, ya no yerra, se ha olvidado ya de su error.
Me extravié como oveja perdida: busca a tu siervo, que no olvida tus mandatos.
Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja extenuada; ven, pastor, guía a José como a un rebaño. Se extravió una oveja tuya mientras tú te detenías, mientras discurrías por los montes. Deja tus noventa y nueve ovejas y ven en busca de la descarriada. Ven, pero no con la vara, sino con la caridad y la mansedumbre del Espíritu.
Búscame, pues yo te busco. Búscame, hállame, recíbeme, llévame. Puedes hallar al que tú buscas; te dignas recibir al que hubieres encontrado, y cargar sobre tus hombros al que hubieras acogido. No te es enojosa esta piadosa carga, no te es oneroso transportar la justicia. Ven, pues, Señor, pues si es verdad que me extravié, sin embargo
Ven, pues, y busca a tu oveja, no ya por mediación de tus siervos o por medio de mercenarios, sino personalmente. Recíbeme en la carne, que decayó en Adán. Recíbeme como hijo no de Sara, sino de María, para que sea una virgen incorrupta, pero virgen de toda mancha de pecado por la gracia. Llévame sobre la cruz, que es salvación para los extraviados: sólo en ella encuentran descanso los fatigados, sólo en ella tienen vida todos los que mueren.
Busca a tu siervo, pues la oveja descarriada ha de ser buscada por el pastor, para que no perezca. Ahora bien: el que se extravió puede volver al camino, puede ser reconducido al camino. Ven, pues,
Fíjate lo poco que cuesta pronunciar estas palabras y lo profundo que es su significado. Es Dios y es Padre: Dios por el poder, Padre por su bondad. ¡Qué felices somos los que en Dios hemos hallado a nuestro Padre! Creamos, pues, en él y prometámonos todo de su misericordia, porque es todopoderoso: por eso creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso.Y ni uno solo se salvó. Sean muchos o pocos tus pecados, sean graves o leves: ni el más pequeño se salvó. Pero como quiera que nuestra victoria se sitúa en este mundo, en el que nadie puede vivir sin pecado, el perdón de los pecados no es exclusivo de la sola ablución bautismal, sino que está también vinculado a la oración dominical y cotidiana, que recibiréis a los ocho días. En ella encontraréis algoasí como vuestro bautismo de cada día, para que podáis dar gracias a Dios, que otorgó a su Iglesia este don.no olvidé tus mandatos; tengo mi esperanza puesta en la medicina. Ven, Señor, pues eres el único capaz de reconducir la oveja extraviada; y a los que dejares, no les causarás tristeza, y a tu regreso ellos mismos mostrarán a los pecadores su alegría. Ven a traer la salvación a la tierra y alegría al cielo.