27/8/12

LA COMUNIÓN QUE SANTIFICA EL ALMA


La Comunión que santifica el alma y la que la deja indiferente
"El fruto de una buena comunión consiste en el temor al pecado, al interior;
en la bondad para todos, en lo exterior”
La comunión es por sí sola santificante; pero no produce estos efectos más que cuando el alma está bien dispuesta. El fuego, por naturaleza es consumidor y abrasador; pero no produce estos efectos sino cuando los cuerpos donde se arroja pueden ser consumidos o abrasados. Echadlo sobre el mármol, no se consumirá; echadlo en el agua se apagará…
El alma a quien santifica la comunión es:
El alma fervorosa que se afianza observando los mandamientos de Dios con la práctica habitual de sencillos consejos, que no vacila jamás cuando se trata de cumplir un deber.
El alma que con frecuencia se da cuenta de lo que está permitido, a fin de precaverse contra lo prohibido.
El alma que no trata de averiguar si lo que le prohiben es pecado, pues se contenta con saber que no puede hacerlo, o sencillamente que tal acto o tal pensamiento pueden desagradar a Dios.
El alma a quien la gracia encuentra dócil a su voz, y casi insensible a los encantos del mundo; que se habitúa en los momentos de duda a volverse rápidamente a Dios, y que por santa costumbre, tiene su corazón constantemente levantado hacia Dios.
El alma caritativa y pacífica que se compadece fácilmente de todo lo que sufren las almas que la rodean; que olvida pronto lo que la hacen sufrir; a quien edifican las virtudes de los demás; que no se escandaliza de las flaquezas de que se da cuenta.
El alma humilde y modesta que da buen ejemplo sin pretender ser alabada; que en todo anhela agradar a Dios y vivir ignorada de todos; que no le atormenta ver que se engrandecen los demás, mientras ella permanece en la esfera modesta en donde Dios la ha colocado.
El alma que sigue rectamente su camino llorando algunas veces, sufriendo otras, a menudo, pero sin inquietarse jamás, porque está en manos de Dios.
El alma que después de una falta grave, se humilla, se mortifica, se vuelve más vigilante, se confiesa, y torna a reanudar su vida tranquila y habitual.
*
El alma a quien la comunión deja indiferente; es el alma disipada que está llena de frivolidades y que ocupa su espíritu en bagatelas y vanidades, que se divierte en conversaciones fútiles, y que no encuentra momento para recogerse; alma curiosa, indiscreta, satírica, que emplea su caridad en censura de los vicios y todo su celo en publicarlos.
Alma tan acostumbrada a juzgar mal al prójimo como bien a sí misma, demasiado modesta para ver en ella algún defecto que reprocharse, y excesivamente envidiosa al hallar algún mérito que tener que elogiar en las otras.
Alma floja, ociosa, delicada, vanidosa, pronta, impaciente, caprichosa, que deja siempre por donde pasa, una idea falsa de lo que es la devoción.
Alma presuntuosa que no estima santo más que lo que ella quiere, bueno lo que ella hace, juicioso lo que ella piensa, prudente lo que ella aconseja.
Alma cuya devoción es completamente externa, que multiplica las prácticas piadosas sin pensar en reformar su interior; cuya devociónes afectuosa, más que nada, no deseando ni buscando sino sentimientos tiernos y conmovedores, y desesperándose cuando no se siente emocionada.
Alma rutinaria, que comulga por que las demás comulgan, que hace una cosa porque la ha hecho siempre, y que se jacta de ser siempre la misma, porque no altera ni el número de sus oraciones ni las veces que comulga.
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Examínate, hija mía; no es preciso tener todas las virtudes indicadas, para que la comunión santifique; uno solo de estos actos que acabas de leer, practicados fielmente durante mucho tiempo bastará para preparar tu alma  y para que saque frutos copiosos de la comunión.
FUENTE: Abate Silvano. “El libro de piedad de la juventud femenina en el colegio y en la familia”. Aviñon. Aubanel Hermanos, editores. Págs.504-507

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