8/8/11

22 DE AGOSTO: FIESTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA




El Corazón más próximo al Sagrado Corazón de Jesús


NOVENA AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Por la señal...

Oración Preparatoria:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y Redentor mío, que por amor a los hombres tomasteis la naturaleza humana, escogiendo por Madre a la Purísima, Inmaculada y siempre Virgen María, y disponiendo su Corazón con todo género de perfecciones, para que de su sangre preciosa se formase esa Humanidad santísima en que padecisteis la más afrentosa de las muertes para hacernos vivir de vuestra gracia y así librarnos de la servidumbre del demonio y del pecado: os amo, Dios mío, con todas mis fuerzas, sobre todas las cosas, por esta bondad que para con nosotros habéis mostrado y me pesa de haberos ofendido. Espero que, por los méritos de vuestra preciosísima sangre y los del Corazón sacratísimo de vuestra Madre, me concederéis la gracia que necesito para hacer bien esta novena, a fin de amaros y seros fiel hasta el fin. Amén.

(1) Día Primero: La Grandeza del Corazón de María

¡Oh Corazón de María, cuya grandeza admira el universo! Hacednos igualmente grandes de corazón y alcanzadnos valor, Madre querida, para olvidar toda Suerte de injurias, y ser todo para todos, a fin de ganarlos para Jesucristo.

(2) Día segundo: Amabilidad del Corazón de María

¡Oh María! ¡Oh Madre nuestra! Vos tenéis un Corazón digno de amor, porque dominasteis con toda perfección las pasiones: alcanzadnos fortaleza para sobreponernos a ellas y para recordar y guardar siempre la ley de la caridad, con la cual seremos también imagen de vuestra dulzura.

(3) Día tercero: Compasión del Corazón de María

¡Madre llena de compasión hacednos compasivos! Vuestro Corazón no puede ver sin conmoverse el dolor y la miseria; encended el nuestro en la más ardiente caridad, que nos mueva a remediar las necesidades espirituales y temporales, propias y de nuestro prójimo.

(4) Día cuarto: Fervor del Corazón de María

¡Amabilísima Madre! Vos obrasteis siempre con el mayor fervor; y Vos conocéis mi flojedad, pereza y apatía, con las cuales no puedo agradar a Dios a quien produce náuseas la tibieza. Yo acudo, Madre mía, a Vos, para que me saquéis de tan miserable estado. Así como comunicasteis vuestro fervor a Isabel y a Juan, dispensadme la misma gracia.

(5) Día quinto: Pureza del Corazón de María

¡Santísima Madre mía! Vos, incomparablemente más que ninguna otra criatura, fuisteis limpia de corazón; Vos resplandecéis más en pureza que todos los justos y Ángeles; Vos por la hermosura de vuestro Corazón enamorasteis al Altísimo y lo atrajisteis a vuestro seno. Alcanzadnos, Señora esa pureza de corazón; rogad por nosotros para que sepamos vencer nuestras malas inclinaciones y vivir en el candor con que Vos fuisteis adornada, a fin de que podamos ver a Dios y morar con El eternamente.

(6) Día sexto: Mansedumbre del Corazón de María

¡Virgen soberana, Reina y Madre llena de mansedumbre! Vuestro corazón mansísimo reprende al nuestro tan inmortificado: queremos imitaros; desde hoy nos proponemos reprimir los movimientos de la ira y practicar la mansedumbre: alcanzadnos, Señora, la gracia que para ello necesitamos.

(7) Día séptimo: Humildad del Corazón de María

¡Oh Virgen humildísima! Vos sois Señora, y os llamáis esclava; Vos sois elegida para el lugar más distinguido, y pretendéis el último; Vos conocéis el mérito de la humildad, y por eso la arraigáis constantemente: alcanzadme esos sentimientos de humildad de que Vos estáis animada; haced que os imite en esta humildad de corazón de que me dais tan brillante ejemplo.

(8) Día octavo: Fortaleza del Corazón de María

Madre mía! Vos conocéis mi cobardía y debilidad, que por desgracia me han acompañado casi siempre: por el admirable valor que tanto os distinguió, os ruego que infundáis en mi corazón la fortaleza necesaria para confesar la fe, para guardar la santa Ley de Dios y para prescindir de todo respeto humano en la práctica de la virtudes.

(9) Día noveno: Paciencia del Corazón de María

¡Madre siempre paciente! Por la multitud y vehemencia de vuestros dolores, os suplicamos nos alcancéis la paciencia y la resignación que necesitamos para sufrir con mérito las amarguras y penalidades que nos afligen. Señora la paciencia nos es necesaria. Vos nos disteis el ejemplo más admirable de ella: interceded por nosotros para que sepamos imitaros.

--------- Oración final ---------

¡Oh Corazón dulcísimo de María de quien he recibido continuamente tantas gracias, tantos beneficios y favores! yo os venero y os doy gracias, y con ternura de hijo os estrecho contra mi pobre corazón. ¡Ah!, permitidme, Madre mía, que con toda confianza os lo entregue; santificadlo con vuestra bendición y trocadlo en bello jardín donde pueda recrearse vuestro Santísimo Hijo. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN INDIVIDUAL (San Juan Eudes)

Amabilísima y admirabilísima Virgen María, Madre del Salvador y Madre mí, postrado a vuestros pies, y uniéndome a todos los actos de humildad, de amor y de devoción de todos los corazones que os aman en el cielo y en la tierra, os saludo, os venero y os elijo por mi Soberana y Reina de mi Corazón, mi queridísima Madre, la guía de mi vida, mi Protectora, mi Abogada, y mi refugio en todas mis necesidades, espirituales y corporales.

Yo os ofrezco y consagro mi cuerpo, mi alma, y todo lo que pertenece a mis ser. Deseo también que todos mis pensamientos, palabras y acciones y todo lo que hay en mí, en el presente y en el futuro, sean otros tantos actos de alabanza a la Santísima Trinidad por todas las gracias que os ha otorgado.

¡Oh, Virgen Amabilísima!, Yo deposito en vuestras manos todos mis designios, proyectos e intereses, y no quiero jamás tener otros que nos sean los de Vuestro Hijo, y los Vuestros.

Recibidme, os lo ruego, mi queridísima Madre, en el número de los servidores e hijos de Vuestro Corazón Inmaculado. Miradme, y tratadme como una cosa absolutamente vuestra, disponed de mi, y conducidme en todo lugar, no según mis inclinaciones, sino según vuestro beneplácito.

De mi parte, Virgen Santa, yo tomo hoy la firme resolución de honraros, serviros, consolaros, y amaros y, de atraer a todos los que pueda a hacer lo mismo.

Especialmente, quiero honrar con una devoción muy particular Vuestro Admirable Corazón (como lo habéis pedido en Fátima). Por eso, con Vuestra asistencia, trataré de imitar tanto como pueda las principales virtudes que lo adornan.

¡Oh, Reina de mi Corazón!, imprimid Vos misma en mi corazón, una imagen perfecta de las virtudes del Vuestro, a fin de que el corazón de tu hijo, sea un retrato viviente del Corazón de su Madre.

Unid de tal manera mi corazón al de mi Jesús – que es Vuestro Corazón – que ya no tenga en mi otros sentimientos y voluntades que los Vuestros, y que no haga nunca sino lo que sea más agradable al Santísimo Corazón de Jesús y de María. Amen.

1/8/11

SANTO CURA DE ARS: SERMÓN SOBRE LA COMUNIÓN

LA ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

“No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos” (Sto. Cura de Ars)

Educación de los fieles en la comunión

            Para hacer una buena comunión es preciso tener una viva fe en lo que concierne a este gran misterio; siendo este sacramento un misterio de fe,  hemos de creer con firmeza que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y que está allí vivo y glorioso como en el Cielo.
            Antiguamente, el sacerdote, antes de dar la Sagrada Comunión, sosteniendo en sus dedos la santa Hostia, decía en alta voz: “¿Creéis que el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo están verdaderamente en este sacramento?” Y entonces respondían a coro los fieles: “Sí, lo creemos”.
            Digo también que debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser descuidados y estropeados; a menos que no tengáis otro vestido, habéis de presentaros limpios y aseados. Algunos no tienen con qué cambiarse; otros no se cambian por negligencia. Los primeros, en nada faltan, ya que no es suya la culpa; pero los otros obran mal, ya que ello es una falta de respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su corazón. Habéis de venir bien peinados, con el rostro y las manos limpias.
            Es necesario que todo nuestro porte exterior dé, a los que nos ven, la sensación de que nos preparamos para algo grande.
            Habréis de convenir conmigo en que, si para comulgar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mucho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernos merecedores de las gracias que Jesucristo nos trae al venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en buenas disposiciones, es preciso que nuestra conciencia no nos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecados graves se refiere.
            Después de haber rezado las oraciones indicadas, ofreced la Comunión por vosotros y por los demás, según vuestras particulares intenciones; para acercaros a la Sagrada Mesa, os levantaréis con gran modestia, indicando así que vais a hacer algo grande; os arrodillaréis y, en presencia de Jesús sacramentado, pondréis todo vuestro esfuerzo en avivar la fe, a fin de que por ella sintáis la grandeza y plenitud de vuestra dicha. Vuestra mente y vuestro corazón deben estar sumidos en el Señor. Cuidad de no volver la cabeza a uno y otro lado […]. Si aún debieseis aguardar algunos instantes, excitad en vuestro corazón un ferviente amor a Jesucristo, suplicándole con humildad que se digne venir a vuestro corazón miserable.
            Después que hayáis tenido la inmensa dicha de comulgar, os levantaréis con modestia, volveréis a vuestro sitio y os pondréis de rodillas…; ante todo, deberéis conversar unos momentos con Jesucristo, al que tenéis la dicha de albergar en vuestro corazón, donde, durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal.
            Habiendo ya rezado las oraciones para después de la Comunión, llamaréis en vuestra ayuda a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos, para dar juntos gracias a Dios por el favor que acaba de dispensaros.
            No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos[…].
            ¿Estáis allí con las mismas disposiciones que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio?
¿A quién recibimos?
           
            Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamás por lugar alguno sin derramar sus bendiciones en abundancia, de lo cual deduciremos cuán grandes y preciosos deben ser los dones de que participan quienes tienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión; o mejor dicho, que toda nuestra felicidad en este mundo consiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión.
            Todos los Santos Padres están conformes en reconocer que, al recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, recibimos todo género de bendiciones para el tiempo y para la eternidad. En efecto, si pregunto a un niño: ¿Debemos tener ardientes deseos de comulgar? –Sí, Padre, me responderá. –Y por qué? –Por los excelentes efectos que la comunión causa en nosotros. –Mas, ¿cuáles son estos efectos? –Y el me dirá: La Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús, debilita nuestra inclinación al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia, y es para los que la reciben un comienzo y una prenda eterna.
            Recibiendo a Jesucristo, nuestro espíritu se fortalece, en nuestras luchas somos más firmes, nuestros actos están inspirados por la más pura intención,  y nuestro amor va inflamándose cada vez más y más.
            La Sagrada Comunión es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo; estas son las arras que nos envía el Cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el Suyo en la Comunión.
(Boletín San Pío V N° 26, Córdoba, 2011))

26/7/11

FUENTE DE VIDA




HOMILÍA
San Buenaventura, El árbol de la vida (Opúsculo 3, 29-30.47: Opera omnia 8, 79)
En ti está la fuente viva
Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande es este que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!
Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán al que atravesaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna.
Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella tus labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es la fuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra.
Corre, con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama:
«¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora fulguran ante el trono de tu divinidad!
¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada y su pureza imperturbable! De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz».

Ciclo B: In 19, 31-37
HOMILÍA
San Agustín de Hipona, Sermón 213 (18: Edit Maurist 5, 942)
La lanza traspasó el costado de Cristo
y manó nuestro precio
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso.
Que nadie diga: no me puede perdonar los pecados. ¿Cómo no va a poder el todopoderoso? Pero insistes: he pecado mucho. Y yo te replico: pero es todopoderoso. Y tú vuelves a la carga: He cometido tales pecados, que nunca podré ser liberado o purificado. Respondo: y sin embargo, él es todopoderoso.
En el Símbolo decimos también: en el perdón de los pecados. Si esto no se diese en la Iglesia, no habría ninguna esperanza. Si en la Iglesia no hubiera perdón de los pecados, no habría ninguna esperanza de vida futura y de eterna liberación. Damos gracias a Dios por haber otorgado a la Iglesia este don.
He aquí que pronto os acercaréis a la fuente santa, seréis purificados en el bautismo, quedaréis renovados por el saludable baño del segundo nacimiento; al salir de aquel baño, estaréis limpios de todo pecado.
Todo el pasado que os perseguía será allí cancelado. Vuestros pecados eran semejantes a los egipcios que salieron en persecución de los israelitas: los persiguieron, pero hasta el mar Rojo. ¿Qué significa hasta el mar Rojo? Hasta la fuente bautismal consagrada por la cruz y la sangre de Cristo. Pues lo que es rojo, enrojece. ¿No ves cómo enrojece la heredad de Cristo? Pregunta a los ojos de la fe. Si ves la cruz, fíjate también en la sangre; si ves lo que cuelga, fijate en lo que derramó. La lanza traspasó el costado de Cristo y manó nuestro precio. Por eso, el bautismo, es decir, el agua en que sois inmersos, va marcado con el signo de Cristo, y es como si atravesareis el mar Rojo. Vuestros pecados son vuestros enemigos: os siguen, pero hasta el mar.
Una vez que hayáis entrado, vosotros saldréis, pero ellos serán aniquilados: lo mismo que ocurrió con los israelitas: ellos caminaban a pie enjuto, mientras que a los egipcios los cubrió el agua. Y ¿qué dice la Escritura?

Ciclo C: Lc 15, 3-7
HOMILÍA
San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 22, 3.27-30: CSEL 62, 489-490.502-504; PL 15, 1512.1520-1521)
Ven, Señor, busca a tu oveja
En su evangelio, el mismo Señor Jesús aseguró que el pastor deja las noventa y nueve ovejas y va en busca de la descarriada. Es la oveja centésima de la que se dice que se había descarriado: que la misma perfección y plenitud del número te instruya y te informe. No sin razón se le da la preferencia sobre las demás, pues es más valioso un consciente retorno del mal que un casi total desconocimiento de los mismos vicios. Pues el haber enmendado el alma enfangada en el vicio, liberándola de las trabas de la concupiscencia, no solamente es indicio de una virtud consumada, sino que es, además, signo eficaz de la presencia de la divina gracia. Ahora bien, enmendar el futuro es incumbencia de la atención humana; condonar el pretérito es competencia del divino poder.
Una vez encontrada la oveja, el pastor la carga sobre sus hombros. Considera atentamente el misterio: la oveja cansada halla el reposo, pues la extenuada condición humana no puede recuperar las fuerzas sino en el sacramento de la pasión del Señor y de la sangre de Jesucristo, que lleva a hombros el principado; de hecho, en la cruz cargó con nuestras enfermedades, para aniquilar en ella los pecados de todos. Con razón se alegran los ángeles, porque el que antes erró, ya no yerra, se ha olvidado ya de su error.
Me extravié como oveja perdida: busca a tu siervo, que no olvida tus mandatos.
Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja extenuada; ven, pastor, guía a José como a un rebaño. Se extravió una oveja tuya mientras tú te detenías, mientras discurrías por los montes. Deja tus noventa y nueve ovejas y ven en busca de la descarriada. Ven, pero no con la vara, sino con la caridad y la mansedumbre del Espíritu.
Búscame, pues yo te busco. Búscame, hállame, recíbeme, llévame. Puedes hallar al que tú buscas; te dignas recibir al que hubieres encontrado, y cargar sobre tus hombros al que hubieras acogido. No te es enojosa esta piadosa carga, no te es oneroso transportar la justicia. Ven, pues, Señor, pues si es verdad que me extravié, sin embargo
Ven, pues, y busca a tu oveja, no ya por mediación de tus siervos o por medio de mercenarios, sino personalmente. Recíbeme en la carne, que decayó en Adán. Recíbeme como hijo no de Sara, sino de María, para que sea una virgen incorrupta, pero virgen de toda mancha de pecado por la gracia. Llévame sobre la cruz, que es salvación para los extraviados: sólo en ella encuentran descanso los fatigados, sólo en ella tienen vida todos los que mueren.
Busca a tu siervo, pues la oveja descarriada ha de ser buscada por el pastor, para que no perezca. Ahora bien: el que se extravió puede volver al camino, puede ser reconducido al camino. Ven, pues,
Fíjate lo poco que cuesta pronunciar estas palabras y lo profundo que es su significado. Es Dios y es Padre: Dios por el poder, Padre por su bondad. ¡Qué felices somos los que en Dios hemos hallado a nuestro Padre! Creamos, pues, en él y prometámonos todo de su misericordia, porque es todopoderoso: por eso creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso.Y ni uno solo se salvó. Sean muchos o pocos tus pecados, sean graves o leves: ni el más pequeño se salvó. Pero como quiera que nuestra victoria se sitúa en este mundo, en el que nadie puede vivir sin pecado, el perdón de los pecados no es exclusivo de la sola ablución bautismal, sino que está también vinculado a la oración dominical y cotidiana, que recibiréis a los ocho días. En ella encontraréis algoasí como vuestro bautismo de cada día, para que podáis dar gracias a Dios, que otorgó a su Iglesia este don.no olvidé tus mandatos; tengo mi esperanza puesta en la medicina. Ven, Señor, pues eres el único capaz de reconducir la oveja extraviada; y a los que dejares, no les causarás tristeza, y a tu regreso ellos mismos mostrarán a los pecadores su alegría. Ven a traer la salvación a la tierra y alegría al cielo.

27/6/11

VIERNES 1° DE JULIO: FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

LETANÍAS AL SAGRADO CORAZÓN

-Señor, ten piedad de nosotros.
-Cristo, ten piedad de nosotros.
-Señor, ten piedad de nosotros.
-Cristo, óyenos.
-Cristo, escúchanos.
-Dios, Padre Celestial, ten piedad de nosotros (idem en adelante)
-Dios Hijo, Redentor del mundo,
-Dios, Espíritu Santo,
-Santísima Trinidad, que eres un solo Dios,

-Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre,
-Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo,
-Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios,
-Corazón de Jesús, de infinita majestad,
-Corazón de Jesús, templo santo de Dios,
-Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo,
-Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo,
-Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad,
-Corazón de Jesús, santuario de la justicia y del amor,
-Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,
-Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,
-Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,
-Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,
-Corazón de Jesús, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría, y de la ciencia,
-Corazón de Jesús, en quien reside toda la plenitud de la divinidad,
-Corazón de Jesús, en quien el Padre se complace,
-Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido,
-Corazón de Jesús, deseado de los eternos collados,
-Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia,
-Corazón de Jesús, generoso para todos los que te invocan,
-Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad,
-Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,
-Corazón de Jesús, colmado de oprobios,
-Corazón de Jesús, triturado por nuestros pecados,
-Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte,
-Corazón de Jesús, traspasado por una lanza,
-Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,
-Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,
-Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,
-Corazón de Jesús, víctima por los pecadores,
-Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan,
-Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren,
-Corazón de Jesús, delicia de todos los santos, 
-Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos Señor.
-Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, òyenos Señor.
-Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
-Jesús, manso y humilde de Corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo.

Oración
Oh Dios todopoderoso y eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a éstos que piden misericordia en el nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

22/6/11

CORPUS CHRISTI

Los santos y la devoción eucarística

Por el padre norbertino Alfred McBride
Publicado en DOMINGO CATEQUÉTICO





Alguien una vez le dijo a Santa Teresa de Ávila: “Si yo hubiera simplemente vivido durante la época de Jesús . . Si sólo hubiera visto a Jesús . . Si sólo hubiera hablado con Jesús”. Teresa respondió: “Pero, ¿no tenemos ante nosotros en la Eucaristía a Jesús vivo, verdadero y real? ¿Para qué buscar más?”

Santo Tomás de Aquino nos dice: “¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?” (Solemnidad de Corpus Christi. Citado en la Liturgia de las Horas).

Estos santos, entre muchos otros, eran devotos de la Misa y también de las devociones asociadas con la Eucaristía. Las devociones a la Eucaristía son invitaciones a la oración y la contemplación. El Jueves Santo, una vez que Jesús había transformado el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre y había dado a los apóstoles su Primera Comunión, procedió a invitarlos a una unión orante con él. Los apóstoles, al mirarlo a él y al cáliz que estaba frente a él, lo escucharon decir: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15:5). Habían recibido el Sacramento pero todavía tenían que vivir en una unión, llena de fe, con Cristo para poder servir a los demás. La oración les ayudaría a hacer esto.
Las devociones eucarísticas, como la adoración del Santísimo, las horas santas, las visitas al Santísimo Sacramento y los congresos eucarísticos, son maneras de rezar que aumentan nuestra unión interior con Cristo. Nos ayudan a beneficiarnos aún más de la Misa y a profundizar en nuestro deseo de servir a los demás. El presentarnos ante el sagrario es un compromiso a ser un sarmiento de la vid más fuerte, un miembro del Cuerpo de Cristo más sano, un corazón abierto al poder invisible de la oración. Michael McDevitt escribe: “El poder de la oración no tiene que ver con tu poder, sino con el poder que has permitido que entre en ti. Cristo mismo es el poder invisible. Recibes un poder mucho mayor de lo que te podrías imaginar.
San Pablo nos exhorta a vivir según esta fe: ‘Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo se ve es transitorio y lo que no se e es eterno’” (2 Cor 4:18).
La participación orante en la Misa necesita del apoyo de la oración devocional eucarística para mantener viva la relación continua con Cristo. Los sarmientos necesitan a la vid. La oración devocional, meditativa es una manera de hacer esto. La Beata Teresa de Calcuta lo dijo de esta manera: “Estás llamado a hacer algo más que decir: ‘Te amo, Jesús’. Estas llamado a ser el guardián de tu hermano y de tu hermana”. Esta motivación y poder para hacer esto surge de la oración, a menudo realizada ante el Santísimo Sacramento, tal y como lo hacía cada día la Beata Teresa de Calcuta. Ella dijo: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio” (McDevitt, 137 [v.d.t]).
El arzobispo Fulton J. Sheen creía que su hora diaria de oración ante el Santísimo Sacramento era esencial para su ministerio como sacerdote. “La Hora Santa se convirtió como en un tanque de oxígeno para reavivar el aliento del Espíritu Santo”. Sheen promovía constantemente la oración meditativa ante el Santísimo Sacramento. “Nos convertimos en aquello en que fijamos la mirada. Al observar una puesta de sol el rostro toma tonos dorados. Observar al Señor sacramentado durante una hora transforma el corazón de una manera misteriosa”.
La procesión eucarística que acompaña la festividad del Corpus Christi es una devoción que conmueve el corazón de muchos a sentir más vividamente la presencia amorosa de Cristo. El esplendor y pompa que lleva a la Eucaristía por las calles de las ciudades comunica la afectuosidad y la intimidad de este misterio. En 1264 el Papa Urbano IV extendió la fiesta del Corpus Christi de Lieja, Bélgica, a toda la Iglesia y encargó a Tomás de Aquino componer la liturgia para ese día. El papa esperaba que la festividad aumentara la fe del pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y que contrarrestara la herejía que la negaba. Los himnos, oraciones y sermones que Tomás compuso eran herramientas catequéticas sólidas que hicieron que cambiara el panorama a favor de una fe exhaustiva de la Eucaristía.
Todos estos testimonios ponen de relieve la fe de la Iglesia en la doctrina de la presencia real del Cuerpo, Sangre, alma y divinidad de Cristo en la Eucaristía. Fue Jesús mismo quien defendió este don y misterio cuando lo anticipó en su discurso del Pan de Vida: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo . . El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6:51, 56). Quienes lo escucharon protestaron: “Este modo de hablar es intolerante, ¿quién puede admitir eso?” (Jn 6:60). Jesús no se retractó. Retó a los apóstoles a que lo creyeran. Pedro habló en nombre de todos: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6:68). En la comida sagrada de la Última Cena Jesús cumplió su promesa al transformar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre. En la Misa y en las devociones eucarísticas tenemos este tesoro de gracia y oración que es la cumbre y fuente de la vida cristiana. En el siglo XVI volvió a surgir la negación de la presencia real, junto con un rechazo de la Misa como acto que hace presente el sacrificio redentor de Jesús. La respuesta de la Iglesia mediante el Concilio de Trento refirmó contundentemente estas verdades eucarísticas y promovió el resurgimiento de las devociones eucarísticas iniciadas en la Edad Media. Quizá la mayor obra de arte eucarístico de este periodo es el cuadro al óleo de Pedro Pablo Rubens titulado Los defensores de la Eucaristía, creado en 1625. Rubens se remontó a la edad dorada de los Padres de la Iglesia así como a los grandes santos de la Edad Media y realizó una composición de siete de ellos en una sola escena, unidos en la fe única de la Iglesia, dando testimonio de su unidad a lo largo de los siglos de fe en la presencia eucarística de Cristo.
Este cuado se encuentra hoy expuesto en el Ringling Museum of Art en Sarasota, Florida. Comenzando por la derecha del lienzo, Rubens retrata a San Jerónimo, vestido de cardenal mientras recibe la Comunión. Junto a él está San Norberto con su hábito blanco, portando la Eucaristía bajo su túnica. En el centro se encuentra Santo Tomás de Aquino, sujetando un libro y extendiendo su otra mano hacia el cielo, un gesto que proclama su defensa de la Eucaristía. Junto a él está Santa Clara de Asís, portando una custodia que exhibe la sagrada hostia consagrada. A su izquierda está San Gregorio Magno, quien escribió acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Rubens termina esta composición de defensores de la Eucaristía con San Agustín, quien incluyó en su famoso tratado sobre la Santísima Trinidad reflexiones acerca de este sacramento.
Rubens pintó esta obra durante los intentos de la contrarreforma de la Iglesia de defender y reclamar las enseñanzas verdaderas acerca de la Eucaristía y las devociones que ayudaban a los creyentes a profundizar en su compromiso con este misterio de fe. Los siete santos representados en este cuadro resumen nuestra creencia en la Eucaristía. Es un sacrificio, el sacrificio de Jesús hecho presente de forma sacramental. Es un sacramento de la presencia permanente de Cristo en el pan y el vino transformados y convertidos en su Cuerpo y Sangre. Es un banquete sacramental que comenzó el Jueves Santo y que está a nuestra disposición en la Sagrada Comunión.
Este sacramento está disponible a los miembros de la Iglesia que están en estado de gracia. Es un sacramento transformador. El vocablo “transubstanciación” significa que la substancia del pan y el vino se transforma en la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Al recibir la Comunión nosotros también experimentamos una transformación gradual en Cristo y somos llamados a propagar por todo el mundo el amor que hemos recibido de él. Concluyo con unas pocas sugerencias prácticas para padres de familia y catequistas para promover las devociones eucarísticas:
1. Asista con asiduidad y en familia a la Misa dominical. Dediquen tiempo a la oración antes o después de la Misa.
2. Adoren el Cuerpo y la Sangre de Cristo elevado durante la Misa, rezando en silencio la frase: “Señor mío, Dios mío”.
3. Participen cuando les sea posible en la adoración del Santísimo Sacramento.
4. Hagan con reverencia una genuflexión ante el Santísimo Sacramento.
5. Visiten al Santísimo Sacramento, tanto individualmente como en familia.
6. Estudien en familia con asiduidad la Sagrada Escritura y lleven a cabo catequesis familiar sobre la Eucaristía.
7. Lean las vidas de santos eucarísticos, como Santa Catalina Drexel o San Juan Neumann.
En ti degustamos el pan de vida y aun así deseamos saciarnos de ti. Bebemos de ti, manantial nuestro, nuestras almas sedientas en busca de saciedad y reboso.

Copyright © 2011, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Washington , D.C. Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción de esta obra sin adaptación alguna para uso no comercial. Las citas de la Sagrada Escritura han sido tomados del Leccionario © 1976, 1985, 1987, 1992, 1993, 2004, Conferencia Episcopal Mexicana; y de la Nueva Biblia de Jerusalén © 1998 Editorial Desclée De Brouwer, S.A., Bilbao. Las citas de la Liturgia de las Horas © 2001, Conferencia Episcopal Mexicana. Reproducidas con permiso. Todos los derechos reservados

19/6/11

ORACIÓN

NO ME MUEVE, MI DIOS, PARA QUERERTE


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No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.



Han sido muchos los intentos de atribución de este soneto a uno u otro autor, sin que la crítica se haya sentido suficientemente comprometida a corroborar una autoría, falta de argumentos probatorios suficientes. San Juan de la Cruz, santa Teresa, el P. Torres, capuchino, y el P. Antonio Panes, franciscano perteneciente a la Provincia de Valencia, figuran entre otros de probabilidad más dudosa. La atribución a los dos carmelitas responde al tema del amor desinteresado, que anticipa la mística franciscana, de donde bebe santa Teresa, al menos. El estilo que muestra el soneto, rico en juegos formales, no nos recuerda la riqueza imaginativa que singulariza al de Fontiveros, ni el más simple y llano de la santa abulense. Consta, además, en cartas que conserva la Orden, que antes de las fechas en que vive el P. Torres, los misioneros franciscanos enseñaban este soneto y el Bendita sea tu pureza, del P. Panes, a sus indios americanos, como oraciones cotidianas de la propia devoción seráfica.
El soneto, por su perfecta factura, figura como modélico en todas las antologías que se precien, desde que lo incluyó en la suya de las Cien Mejores Poesías de la lengua castellana don Marcelino Menéndez Pelayo.
Nunca el amor a Cristo crucificado había alcanzado tal grado de pureza e intensidad en la sensibilidad de la expresión poética. En fechas en que la superficialidad cifraba en el temor al destino dudoso del hombre en el más allá, la moción de la piedad popular, este poeta acierta a olvidar premios y castigos para suscitar un amor que, por verdadero, no necesita del acicate del correctivo interesado, sino que nace limpio y hondo de la dolorosa contemplación del martirio con que Cristo rescata al hombre. Esa es la única razón eficaz que puede mover a apartarse de la ingratitud del ultraje a quien llega a amarte de manera tan extrema.
Concluido el desarrollo del tema en el espacio de los dos cuartetos, trazada la preceptiva línea de simetría armoniosa que distingue y define la bondad del soneto clásico, vuelven a retomar el desarrollo temático las dos estrofas restantes, mediante cambios sintácticos que encadenan sucesivas concesiones ponderativas, tendentes a reforzar de manera excluyente y convencida el propósito de amar a Cristo por encima de cualquiera otra consideración espúrea y cicatera.
El estilo es directo, enérgico, casi penitencial por lo desnudo de figuras y recursos ornamentales. No es la belleza imaginativa del lenguaje lo que define a este soneto, sino la fuerza con que se renuncia a todo lo que no sea amar a cuerpo descubierto a quien, por amor, dejó destrozar el suyo. El lenguaje, renunciando a los afeites del lenguaje figurado, se atiene y acopla, en admirable conjunción, desde la forma recia y musculosa, a la mística desnudez del contenido. (Fr. Ángel Martín, o.f.m.)






16/6/11

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS ANTE EL SANHEDRÍN

Por San Ambrosio

El juicio del Señor


Lc 22,66 y 23,25.
97. Sigue a continuación un pasaje admirable que infunde en el corazón de los hombres una disposición de paciencia para sopor­tar, con igualdad de ánimo, las injurias. El Señor es acusado y calla. Con razón calla el que no necesita defenderse: querer de­fenderse es propio de los que temen ser vencidos. Y no es que, callando, apruebe la acusación, sino que el no protestar es una señal de que la desprecia. Porque ¿qué puede temer aquel que no desea salvarse? Por ser la salvación de todos, sacrifica la suya para obtener la de todos. Pero ¿qué podré decir yo de Dios? Susana calló y venció (Dan 13,35). En verdad, la mejor causa es la que se justifica sin defenderse. También Pilato absolvió en este caso, pero absolvió según su juicio, y le crucificó porque estaba de por medio el misterio. Verdaderamente esto era en parte propio de Cristo y en parte algo también humano, para que los jueces inicuos vieran que no es que no hubiera podido defenderse, sino que no había querido.
98. La razón del silencio del Señor la dio El mismo más adelante, diciendo: Si os lo digo, no me creeréis y, si os preguntare, no me responderéis, Lo más admirable es que El puso más interés en aprobar que era Rey que en afirmarlo con palabras, para que quienes confesaban eso mismo de los que le acusaban, no pu-diesen tener motivo para condenarle.
99. Ante Herodes, que deseaba ver de El algún portento, calló y no dijo nada, y fue porque su crueldad no merecía ver las cosas divinas, y así el Señor confundía su vanidad. Tal vez Herodes sea el prototipo de todos los impíos, los cuales, si no creen en la Ley y en los Profetas, no pueden, ciertamente, ver las obras de Cristo que se encuentran narradas en el Evangelio.
100. Después es enviado a Herodes y de nuevo devuelto a Pilato. Aunque ninguno de los dos lo declaran culpable, sin em­bargo, ambos secundan los deseos de la crueldad ajena. Es cierto que Pilato se lavó las manos, pero no lavó su conducta; ya que, siendo juez, no debió haber cedido ni ante la envidia ni ante el miedo, de manera que debía haber salvado la sangre inocente. Su misma esposa le avisaba, la gracia brillaba en la noche, la di­vinidad se imponía; pero ni aun así se abstuvo de una sacrílega entrega.
101. También me parece ver en él una figura anticipada de todos aquellos jueces que habrían de condenar a aquellos que juzgaron inocentes. Y esa persona unida a Pilato nos muestra que los gentiles son mucho más dignos de perdón que los judíos y pueden ser atraídos a la fe mucho más fácilmente por las obras divinas. Porque ¿cómo podrán serlo aquellos que crucificaron al Dios de toda majestad?
102. Verdaderamente es justo que quienes reclamaban la muerte del inocente, pidiesen la absolución del homicida. Estas son las leyes de la iniquidad: odiar la inocencia y amar el crimen. En este pasaje, la interpretación del nombre nos diseña una figura, ya que el nombre de Barrabás, en latín, quiere decir “hijo de padre”. Y aquellos de quienes se dice: Vosotros tenéis por padre el diablo (Io 8,44) son denunciados como gente que da más importancia al hijo de su padre, es decir, al anticristo, que al Hi­jo de Dios.
103. Y habíendole puesto una vestidura blanca, se lo devol­vió. No sin razón Herodes le cubrió con una vestidura blanca, para significar que su pasión no tiene mancha alguna; y es que el Cordero de Dios inmaculado había tomado gloriosamente sobre sí los pecados del mundo. También en Herodes y Pilato, los cua­les, por medio de Jesús, se hicieron amigos de enemigos que eran, se puede ver una figura del pueblo israelita y del pueblo gentil, ya que, por medio de la pasión del Señor, ambos llegarían a una concordia, aunque en el siguiente orden: primero el pueblo gentil recibiría la palabra de Dios, y después, por medio de la entrega devota a esa fe, la trasmitiría al pueblo judío, para que también éstos tengan la posibilidad de revestir, con la gloria de su majestad, el cuerpo de ese mismo Cristo al que antes despre­ciaron.
104. Después los soldados le pusieron un manto rojo y una túnica de púrpura, la primera como un símbolo de victoria de los mártires, y la otra como una insignia de su majestad regia, y todo porque su carne debía recoger, para nuestro bien, la sangre derramada por toda la tierra y su pasión debía hacer nacer en nosotros a su reino.
105. En cuanto a la corona de espinas puesta en su cabeza, ¿qué otra cosa nos va a querer mostrar que el don de la acción divina, al devolver a Dios la gloria del triunfo, es decir, a esos pecadores del mundo, que son como las espinas de este siglo? Aun los azotes tienen su significado, ya que fue flagelado El para que no lo fuéremos nosotros, pues este hombre herido y que sabe sopor­tar las enfermedades sufre por nosotros (Is 53,3ss), apartando los azotes de nosotros, que antes huíamos de Dios, el cual es un Señor tan paciente, que llega a ofrecer sus propias manos a las cade­nas y su cuerpo a los látigos de los fugitivos (1). Y así, los judíos, aunque con una disposición de ánimo detestable, presagian un éxito glorioso, ya que, mientras le están hiriendo, le coronan, y, burlándose de El, lo adoran. Y si bien no creen de corazón, con todo, rinden homenaje al que dan muerte. Es cierto que no tenían intención de hacer una buena acción, sin embargo, no le faltó a Dios su honor, ya que fue saludado como rey, coronado como ven­cedor y adorado como Dios y Señor.
106. Además, según Mateo, su mano llevaba cogida una caña con el fin de que la debilidad humana ya no fuese más agitada por el viento como si fuera una caña (Lc 7,24), sino que, enraizada en las obras (2) de Cristo, tuviese una base in­conmovible, y, una vez clavado en la cruz (Col 2,14) todo aquello que antes nos era enemigo, cese de tener valor la antigua senten­cia ; según Marcos, con esa caña le hieren su cabeza, con lo cual se nos indica que nuestra naturaleza, fortificada por el contacto con la divinidad (3), no puede ya jamás irse de un lado para otro.
107. Pero es ya tiempo de que el Vencedor levante su trofeo, porque, ya sea Simón o El mismo quien la llevase, es trofeo. Toma, en verdad, la cruz sobre sus hombros como un Cristo quien la ha llevado en el hombre y el hombre quien la llevó en Cristo. Y no pueden estar discordantes las sentencias de los evangelistas cuando está concorde el misterio; también es cierto que éste es el orden que sigue nuestro progreso: primero El levanta el trofeo de su cruz y después se lo entrega a los már­tires para que, a su vez, lo levanten ellos. Quien lleva la cruz no es un judío, sino un extranjero y peregrino, y otro detalle es que no le precede, sino que lo sigue, según lo que está escrito: To­ma tu cruz y sígueme (Lc 9,23). En realidad, Cristo no subió a su cruz, sino a la nuestra. El no murió según su divinidad, sino según su humanidad. Por eso El mismo dijo: Dios mío, Dios mío, mírame! ¿Por qué me has abandonado?
108. Con hermosa intención, al subir a la cruz, se despojó de sus vestiduras reales, para que comprendas que El no padeció en cuanto Dios Rey, sino en cuanto hombre, y aunque en Cristo estaban ambas realidades, sin embargo, fue clavada en la cruz su humanidad y no su divinidad. Los soldados, no los judíos, son los que saben bien en qué tiempo convienen esos vestidos a Cristo. Al juicio compareció como un vencedor, y se acercó al suplicio como un reo humillado.
Notas:
(1) Se puede ver aquí una doble alusión: a nuestros primeros padres, que se esconden de Dios después de su falta; o a los esclavos tránsfugas que se vengan de su señor.
(2) Las obras de Cristo están figuradas por sus manos, entre las cuales está colocada la caña.
(3) La caña de nuestra naturaleza ha sido puesta en contacto con Dios que es «la cabeza de Cristo» (cf. 1 Cor 11,3; más abajo n.115).

9/6/11

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN LA AGONÍA DEL HUERTO


Por San Ambrosio


La agonía en el huerto

Lc. 22, 39-53.
56. Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Existen muchos autores que toman este pasaje como argumento para sostener que la tristeza del Señor fue una prueba de debilidad que El tuvo toda su vida y, por tanto, que no le sobrevino sólo durante este tiempo, y así, parece como si quisieran retorcer el sentido natural de las palabras. Por lo que a mí se refiere, no sólo no creo que haya que excusarle, sino todo lo contrario; para mí no hay otro pasaje en el que admire más su amor y su majestad; y es que su entrega a mí no hubiera sido tan grande si no hubiese tomado mis mismos sentimientos. Así, pues, no hay duda que sufrió por mí Aquel que nada propio tenía por lo que pudiera sufrir, y, dejando a un lado la felicidad de su eterna divinidad, se dejó dominar por el tedio de mi enfermedad. El ha tomado sobre sí mi tristeza para comunicarme su alegría, y descendió sobre nuestros pasos hasta la angustia de la muerte, para llevarnos, so­bre sus pasos, a la vida. Y por eso hablo con plena confianza de la tristeza, ya que predico la cruz; en verdad, no tomó de la encarnación una apariencia, sino la misma realidad. En efecto, El debía tomar sobre sí el dolor para vencer la tristeza, no para aniquilarla, pues, de lo contrario, los que tuvieran que soportar la angustia sin dolor, no podrían ser alabados por su fortaleza.
57. Y así dijo: El varón de dolores sabe soportar los sufri­mientos (Is. 53,3), y nos dio una lección para que aprendiéramos, también con el caso de José, a no temer la cárcel (1), ya que en Cristo hemos aprendido a vencer la muerte, o mejor, el modo de vencer la angustia actual por la muerte futura. Pero ¿cómo te vamos a imitar, Señor Jesús, si no es siguiéndote como hombre, creyendo que has muerto, y contemplando tus heridas? Y, ¿cómo los discípulos habrían creído que Tú habías muerto si no hubiesen sentido la angustia del que está para morir? Así, aquellos por quienes Cristo sufría, se duermen sin conocer el dolor; esto es lo que leemos: El carga sobre sí nuestros pecados y sufre por nosotros (Is 53,4). No son tus heridas, Señor, las que te hacen sufrir, sino las mías; tampoco es tu muerte, sino mi enfermedad ; y te hemos visto en medio de esos dolores cuando estás doliente, no por ti, sino por mí; has enfermado, pero por nuestros pecados (Is 53,5), es decir, no porque hubieras recibido del Padre esa en­fermedad, sino porque la habías aceptado por mí, ya que me traería un gran bien el hecho de que "pudiéramos aprender en ti la paz y de que sanases, con tu sufrimiento, nuestros pecados" (ibid.).
58. Pero ¿qué tiene de maravilloso que el que lloró por uno, aceptara la misión de sufrir por todos? ¿Por qué maravillarse de que sintiera tedio en el momento en que iba a morir por todos, cuando, en el instante de resucitar a Lázaro, comienza a derramar lágrimas? Allí le conmovieron las lágrimas de su piadosa her­mana, ya que le llegaron al fondo de su alma humana, y aquí le impulsaba a obrar el pensamiento profundo de que, al mismo tiempo que aniquilaba nuestros pecados, desterraba de nuestra alma la angustia por medio de la suya. Y quizás por esto se entris­teció, puesto que, después de la caída de Adán, de tal modo estaba dispuesta nuestra salida de este mundo, que nos era necesaria la muerte, pues Dios no creó la muerte ni se alegra de la perdición de los vivos (Sap 1,13), razón por la que a El le repug­naba sufrir aquello que no hizo.
59. Después dijo: Aleja de mí este cáliz. Como hombre El rehúsa morir, pero, en cuanto Dios, El mantiene su sentencia; a nosotros nos resulta del todo imprescindible morir al mundo si queremos resucitar para Dios, con objeto de que, según la sentencia divina, la ley de la maldición sea saldada por el retorno de nuestra naturaleza al limo de la tierra.
60. Y cuando dijo: No se haga ni voluntad, sino la tuya, relacionaba la suya con su humanidad y la del Padre con la divinidad, ya que la voluntad del hombre es temporal, mientras que la de la divinidad es eterna. No es distinta la voluntad del Pa­dre y la del Hijo, pues donde hay unidad de divinidad debe exis­tir unidad de voluntad. Aprende, pues, a estar sometido a Dios para que no elijas tu propio querer, sino que puedas saber qué es lo que agradará a Dios.
61. Y ahora examinemos el valor de las propias palabras: Mi alma está triste, y en otra parte: Mi alma se halla ahora en un estado de turbación extrema —y no es que se arrepienta de haber tomado un alma, sino que es esta alma aceptada la que se turba, ya que el alma está sujeta a las pasiones, mientras que la divinidad está libre de ellas—, y después dijo: El espíritu está pronto, pero la carne es débil. No es El quien está triste, sino su alma. Tam­poco es la Sabiduría la que se entristece, ni la sustancia divina, sino el alma, pues El ha tomado sobre sí mi alma y mi cuerpo. No me engañó de que fuera algo distinto de lo que parecía: El parecía que estaba triste, y lo estaba en realidad, no por sus sufri­mientos, sino por nuestro distanciamiento de El. Por ese motivo dijo: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26,31; Zac 13,7). Sentía profundo dolor porque nos dejaba en estado de infan­cia. Por lo demás, ya nos declara la Escritura con qué arrojo se ofreció a la muerte y cómo salió al encuentro de los que le bus­caban, dando con ello fuerzas a los débiles, excitando a los que dudaban y dignándose recibir el beso del traidor.
62. Nada más concorde con la verdad que aceptar que la tristeza se la causaban sus perseguidores, ya que El sabía que expiarían su sacrilegio en medio de suplicios. Y por eso dijo: Aleja de mí este cáliz; y no era que el Hijo de Dios temiera la muerte, sino que no quería que los malos se condenaran. Por lo que muy bien dijo: Señor, no les imputes este pecado (Lc 23,34), con el fin de que su pasión fuese capaz de comunicar la salvación a todos.
63. Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Ver­daderamente que es grande la manifestación del poder divino, y grande también esta lección de virtud. El proyecto de traición se está llevando a cabo, y la paciencia sigue sin acabarse. Señor, Tú te entregaste al que te traicionaba, mientras pones de mani­fiesto su secreto. También te entregaste al que te traicionaba, cuando le hablaste del Hijo del hombre, ya que lo que se apresaba allí, no era la divinidad, sino la carne. Lo cual resulta una gran confusión para el mayor ingrato que haya existido, puesto que entregó a Aquel que, siendo Hijo de Dios, quiso hacerse por nosotros Hijo del hombre; parece decirle: ¡Por ti, ingrato, he tomado esto que tu ahora entregas! ¡Qué hipocresía! Yo entiendo que hay que leerlo como una pregunta, tal vez, para que se vea cómo corrige al traidor mostrándole un gran sentimiento de amor. Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? En otras palabras: ¿Me entregas al sufrimiento a causa de mi entrega amorosa? ¿Vas a hacer que se derrame mi sangre como pago de mi caridad servicial, y me vas a entregar a la muerte precisamente con el símbolo de la paz? Tú, que eres un siervo, entregas a tu Señor; siendo su discípulo, traicionas a tu Maestro, y tú, que eres un elegido, entregas a tu Creador? Aquí se cumple aquello de: Las heridas de un amigo son de más valor que los besos interesados de un enemigo (Prov 26,6). Esto es lo que se dice del traidor. Y ¿qué es lo que está escrito del hombre leal? Helo aquí: Que él me bese con los ósculos de su boca (Cant 1,1).
64. Y le besó; y no se hace una justificación en este pasaje del disimulo, sino que se nos quiere hacer ver que no huía de la traición y que seguía amando al traidor a quien no había negado esa manifestación de amor; de ahí que esté escrito: Era pacífico con los que odiaban la paz (Ps 119,6).
65. “Y al signo convenido —sigue diciendo— los que habían venido con los palos le apresaron”. Sin embargo, no son las armas las que son capaces de someter al que es Señor de todo, sino los misterios. Y por eso, cuando El habló, cayeron hacia atrás. ¿Qué necesidad tengo yo de legiones de ángeles y de ejércitos celes­tiales? La sola voz del Señor les produce un terror más fuerte. Eso fue lo que escogió, como indicio evidente de la majestad di­vina, aquel que había reposado sobre el pecho de Cristo (2). Y la turba entonces se dispone a maniatar a Aquel que lo estaba deseando, y así lo cargan de cadenas. ¡Oh insensatos y pérfidos! No es de esa manera como uno se adueña de la Sabiduría, ni es con cadenas como se apresa a la Justicia.
66. Y el celo de los apóstoles no se hizo esperar. Por eso, Pedro, instruido en la Ley, hombre de corazón, pronto, sabiendo que Finees fue tenido como justo por haber matado a los sacrílegos (Ps 105,30ss), hiere al siervo de los príncipes de los sacerdotes. Y poco después el Señor curó la herida sangrante, poniendo en su lugar los misterios divinos, de modo que el siervo del príncipe de este mundo, esclavo del poder terreno, no por derecho de su nacimiento, sino por su caída (3), ha recibido una herida en su oreja por no haber escuchado las palabras de la Sabiduría. En verdad, todo el que comete el pecado, se hace esclavo del pecado (Io 8,34). Habéis sido vendidos —dijo Isaías— por vuestros pe­cados (50,1): Por nuestros pecados hemos sido vendidos, y la re­dención de estos pecados se ha llevado a cabo gracias a la bondad de Dios. Y si Pedro hirió con advertencia plena la oreja, era para enseñarnos que en adelante ellos no debían tener orejas exteriores, sino que las debían tener en el interior. Con todo, el buen Maestro le devolvió la oreja para mostrarles, según las palabras del profeta (Is 6,10), que también pueden ser curados aquellos que, al con­vertirse, participan de las heridas de la pasión del Señor; y eso, porque los misterios de la fe borran cualquier pecado.
67. Así, pues, Pedro cortó una oreja. Y ¿por qué Pedro? Porque él fue quien recibió las llaves del reino de los cielos, y él es quien condena y quien absuelve, puesto que ha recibido las potestades de atar y desatar. El corta la oreja del que escucha con maldad y, por medio de la espada espiritual, corta también la oreja interior que no entiende con rectitud.
68. Tengamos cuidado para que a ninguno haya que cor­tarnos la oreja. Se lee la pasión del Señor: si sostenemos que la debilidad y sufrimiento corporales afectaban a su divinidad, quie­re decir esto que nuestra oreja ha sido seccionada y cortada por Pedro, el cual no soportó que Cristo fuese tenido como un profeta, sino que nos enseñó a proclamarle taxativamente como Hijo de Dios, por medio de una perfecta confesión de fe (Mt 16,14ss). Por tanto, cuando leemos que Cristo fue apresado, pongamos aten­ción para no escuchar y creer a aquel que nos diga que fue apre­sado en cuanto a su divinidad, y sin El quererlo y sin poder para evitarlo. Es cierto que fue cogido, como atestiguó Juan (18,12), en la realidad de su cuerpo, pero ¡ay de aquellos que encadenan al Verbo! Atan a Cristo, al que ven como puro hombre, y no piensan que encadenan al que todo lo sabe ni reconocen en El al que todo lo puede. Tristes cadenas en verdad, las de los judíos, con las cuales no atan a Cristo, sino que se encadenan a sí mismos. Y resulta que es maniatado, no en casa de un hombre piadoso y justo, sino en casa de Caifás, es decir, en una casa impía, donde, como constaba por las profecías, había de morir por todos (Mt 26,57; Io 18,24). ¡Qué insensatos resultan aquellos que recono­cen los beneficios y persiguen al autor de ellos!
69. Puesto que su oído había perdido la sensibilidad, perdie­ron la oreja. En realidad, no son pocos los que no poseen aquello que creen tener. Dentro de la Iglesia todos lo tienen, y todos los que están fuera de ella carecen de ello. Quizás les cortó la oreja para que no cometieran más pecados escuchando aquello que después no podrían cumplir. Así es como el Señor confundió en otro tiempo las lenguas de los que edificaban la torre (Gen 11,7ss), para que, no entendiéndose, no pudiesen seguir constru­yendo su impío proyecto.
70. Comprende, si puedes, cómo al contacto con la mano derecha del Salvador huye el dolor y se curan, sin más medicamen­tos que su contacto, las heridas. El barro reconoce a su obrero, y la carne se pone a disposición de la mano del Señor que la tra­baja; pues el Creador realiza su labor como mejor le place. Así es como El devolvió la vista al ciego aquel, de quien se nos habla en otro lugar, cuando le untó los ojos con lodo (Io 9,6), siendo como un retorno a su primera naturaleza. Había podido mandarlo, pero quiso El mismo realizarlo, para que reconozcamos que es El quien ha formado, del limo de la tierra, los miembros de nues­tro cuerpo, haciéndolos aptos para diversas funciones, y El tam­bién quien les dio vida al infundirles la fuerza del alma.
71. A continuación llegaron y le apresaron, haciendo posible, por causa de esa condescendencia a su pasión no dominada, que su perdición fuese más irremediable, ya que esos infelices no com­prendieron el misterio ni miraron con veneración esa actitud de piedad tan elemental de que El no permitiese ni que sus mismos enemigos fuesen heridos. Ellos se disponían a dar muerte a aquel Justo, que era precisamente el que curaba las heridas de sus perseguidores.
Notas:
(1) Algunos han querido ver una alusión a su tratado De Ioseph; no se descarta la posibilidad de que directamente aluda a la Sagrada Escritura.
(2) San Juan es, en efecto, el único de los cuatro evangelistas que ha relatado la pregunta del Señor a sus enemigos, y el efecto de su palabra sobre la turba le hizo caer en tierra.
(3) Malco es representado aquí como figura de Adán o, más exactamente, de toda la humanidad caída.

3/6/11

INVOCACIÓN


Danos tu luz, Señor, para esta pena,
corta de tu jardín tanta agonía,
tanto oscuro dolor, la sombra fría
que al corazón del hombre ciega y llena.

Aniquila, Señor, corta, cercena
esta angustia del hombre, esta porfía,
danos, Señor, tu Corazón por guía,
tu Sangre que enamora y enajena.

Mas si el sufrir, Señor, es merecido,
no nos quites ni el llanto ni el lamento,
ni el amoroso Corazón herido.

Pero danos también como sustento
tu Corazón, tu vida, tu latido,
tu Divino calor como alimento.

Rafael Morales