22/6/11

CORPUS CHRISTI

Los santos y la devoción eucarística

Por el padre norbertino Alfred McBride
Publicado en DOMINGO CATEQUÉTICO





Alguien una vez le dijo a Santa Teresa de Ávila: “Si yo hubiera simplemente vivido durante la época de Jesús . . Si sólo hubiera visto a Jesús . . Si sólo hubiera hablado con Jesús”. Teresa respondió: “Pero, ¿no tenemos ante nosotros en la Eucaristía a Jesús vivo, verdadero y real? ¿Para qué buscar más?”

Santo Tomás de Aquino nos dice: “¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?” (Solemnidad de Corpus Christi. Citado en la Liturgia de las Horas).

Estos santos, entre muchos otros, eran devotos de la Misa y también de las devociones asociadas con la Eucaristía. Las devociones a la Eucaristía son invitaciones a la oración y la contemplación. El Jueves Santo, una vez que Jesús había transformado el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre y había dado a los apóstoles su Primera Comunión, procedió a invitarlos a una unión orante con él. Los apóstoles, al mirarlo a él y al cáliz que estaba frente a él, lo escucharon decir: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15:5). Habían recibido el Sacramento pero todavía tenían que vivir en una unión, llena de fe, con Cristo para poder servir a los demás. La oración les ayudaría a hacer esto.
Las devociones eucarísticas, como la adoración del Santísimo, las horas santas, las visitas al Santísimo Sacramento y los congresos eucarísticos, son maneras de rezar que aumentan nuestra unión interior con Cristo. Nos ayudan a beneficiarnos aún más de la Misa y a profundizar en nuestro deseo de servir a los demás. El presentarnos ante el sagrario es un compromiso a ser un sarmiento de la vid más fuerte, un miembro del Cuerpo de Cristo más sano, un corazón abierto al poder invisible de la oración. Michael McDevitt escribe: “El poder de la oración no tiene que ver con tu poder, sino con el poder que has permitido que entre en ti. Cristo mismo es el poder invisible. Recibes un poder mucho mayor de lo que te podrías imaginar.
San Pablo nos exhorta a vivir según esta fe: ‘Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo se ve es transitorio y lo que no se e es eterno’” (2 Cor 4:18).
La participación orante en la Misa necesita del apoyo de la oración devocional eucarística para mantener viva la relación continua con Cristo. Los sarmientos necesitan a la vid. La oración devocional, meditativa es una manera de hacer esto. La Beata Teresa de Calcuta lo dijo de esta manera: “Estás llamado a hacer algo más que decir: ‘Te amo, Jesús’. Estas llamado a ser el guardián de tu hermano y de tu hermana”. Esta motivación y poder para hacer esto surge de la oración, a menudo realizada ante el Santísimo Sacramento, tal y como lo hacía cada día la Beata Teresa de Calcuta. Ella dijo: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio” (McDevitt, 137 [v.d.t]).
El arzobispo Fulton J. Sheen creía que su hora diaria de oración ante el Santísimo Sacramento era esencial para su ministerio como sacerdote. “La Hora Santa se convirtió como en un tanque de oxígeno para reavivar el aliento del Espíritu Santo”. Sheen promovía constantemente la oración meditativa ante el Santísimo Sacramento. “Nos convertimos en aquello en que fijamos la mirada. Al observar una puesta de sol el rostro toma tonos dorados. Observar al Señor sacramentado durante una hora transforma el corazón de una manera misteriosa”.
La procesión eucarística que acompaña la festividad del Corpus Christi es una devoción que conmueve el corazón de muchos a sentir más vividamente la presencia amorosa de Cristo. El esplendor y pompa que lleva a la Eucaristía por las calles de las ciudades comunica la afectuosidad y la intimidad de este misterio. En 1264 el Papa Urbano IV extendió la fiesta del Corpus Christi de Lieja, Bélgica, a toda la Iglesia y encargó a Tomás de Aquino componer la liturgia para ese día. El papa esperaba que la festividad aumentara la fe del pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y que contrarrestara la herejía que la negaba. Los himnos, oraciones y sermones que Tomás compuso eran herramientas catequéticas sólidas que hicieron que cambiara el panorama a favor de una fe exhaustiva de la Eucaristía.
Todos estos testimonios ponen de relieve la fe de la Iglesia en la doctrina de la presencia real del Cuerpo, Sangre, alma y divinidad de Cristo en la Eucaristía. Fue Jesús mismo quien defendió este don y misterio cuando lo anticipó en su discurso del Pan de Vida: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo . . El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6:51, 56). Quienes lo escucharon protestaron: “Este modo de hablar es intolerante, ¿quién puede admitir eso?” (Jn 6:60). Jesús no se retractó. Retó a los apóstoles a que lo creyeran. Pedro habló en nombre de todos: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6:68). En la comida sagrada de la Última Cena Jesús cumplió su promesa al transformar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre. En la Misa y en las devociones eucarísticas tenemos este tesoro de gracia y oración que es la cumbre y fuente de la vida cristiana. En el siglo XVI volvió a surgir la negación de la presencia real, junto con un rechazo de la Misa como acto que hace presente el sacrificio redentor de Jesús. La respuesta de la Iglesia mediante el Concilio de Trento refirmó contundentemente estas verdades eucarísticas y promovió el resurgimiento de las devociones eucarísticas iniciadas en la Edad Media. Quizá la mayor obra de arte eucarístico de este periodo es el cuadro al óleo de Pedro Pablo Rubens titulado Los defensores de la Eucaristía, creado en 1625. Rubens se remontó a la edad dorada de los Padres de la Iglesia así como a los grandes santos de la Edad Media y realizó una composición de siete de ellos en una sola escena, unidos en la fe única de la Iglesia, dando testimonio de su unidad a lo largo de los siglos de fe en la presencia eucarística de Cristo.
Este cuado se encuentra hoy expuesto en el Ringling Museum of Art en Sarasota, Florida. Comenzando por la derecha del lienzo, Rubens retrata a San Jerónimo, vestido de cardenal mientras recibe la Comunión. Junto a él está San Norberto con su hábito blanco, portando la Eucaristía bajo su túnica. En el centro se encuentra Santo Tomás de Aquino, sujetando un libro y extendiendo su otra mano hacia el cielo, un gesto que proclama su defensa de la Eucaristía. Junto a él está Santa Clara de Asís, portando una custodia que exhibe la sagrada hostia consagrada. A su izquierda está San Gregorio Magno, quien escribió acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Rubens termina esta composición de defensores de la Eucaristía con San Agustín, quien incluyó en su famoso tratado sobre la Santísima Trinidad reflexiones acerca de este sacramento.
Rubens pintó esta obra durante los intentos de la contrarreforma de la Iglesia de defender y reclamar las enseñanzas verdaderas acerca de la Eucaristía y las devociones que ayudaban a los creyentes a profundizar en su compromiso con este misterio de fe. Los siete santos representados en este cuadro resumen nuestra creencia en la Eucaristía. Es un sacrificio, el sacrificio de Jesús hecho presente de forma sacramental. Es un sacramento de la presencia permanente de Cristo en el pan y el vino transformados y convertidos en su Cuerpo y Sangre. Es un banquete sacramental que comenzó el Jueves Santo y que está a nuestra disposición en la Sagrada Comunión.
Este sacramento está disponible a los miembros de la Iglesia que están en estado de gracia. Es un sacramento transformador. El vocablo “transubstanciación” significa que la substancia del pan y el vino se transforma en la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Al recibir la Comunión nosotros también experimentamos una transformación gradual en Cristo y somos llamados a propagar por todo el mundo el amor que hemos recibido de él. Concluyo con unas pocas sugerencias prácticas para padres de familia y catequistas para promover las devociones eucarísticas:
1. Asista con asiduidad y en familia a la Misa dominical. Dediquen tiempo a la oración antes o después de la Misa.
2. Adoren el Cuerpo y la Sangre de Cristo elevado durante la Misa, rezando en silencio la frase: “Señor mío, Dios mío”.
3. Participen cuando les sea posible en la adoración del Santísimo Sacramento.
4. Hagan con reverencia una genuflexión ante el Santísimo Sacramento.
5. Visiten al Santísimo Sacramento, tanto individualmente como en familia.
6. Estudien en familia con asiduidad la Sagrada Escritura y lleven a cabo catequesis familiar sobre la Eucaristía.
7. Lean las vidas de santos eucarísticos, como Santa Catalina Drexel o San Juan Neumann.
En ti degustamos el pan de vida y aun así deseamos saciarnos de ti. Bebemos de ti, manantial nuestro, nuestras almas sedientas en busca de saciedad y reboso.

Copyright © 2011, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Washington , D.C. Todos los derechos reservados. Se permite la reproducción de esta obra sin adaptación alguna para uso no comercial. Las citas de la Sagrada Escritura han sido tomados del Leccionario © 1976, 1985, 1987, 1992, 1993, 2004, Conferencia Episcopal Mexicana; y de la Nueva Biblia de Jerusalén © 1998 Editorial Desclée De Brouwer, S.A., Bilbao. Las citas de la Liturgia de las Horas © 2001, Conferencia Episcopal Mexicana. Reproducidas con permiso. Todos los derechos reservados

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