28/10/12

EN LA FIESTA DE CRISTO REY


Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús

(para ser rezada en la Fiesta de Cristo Rey)
Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar: vuestros somos y vuestros queremos ser: y afin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás os han conocido: muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón santísimo.
Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, porque no perezcan de hambre y de miseria.
Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del Islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto; descienda también sobre ellos bautismo de redención y de vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron.
Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confin de la tierra no resuene sino esta voz: “Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud; a El se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así sea.

21/10/12

EL CORAZÓN


Corazón


Fuente: www.Almundi.org


Aunque el corazón es un símbolo de extraordinaria riqueza, los diversos conceptos que hay de él podrían resumirse básicamente en dos: uno que llamaremos “débil” o moderno, y otro “fuerte” o clásico.

a) Concepto débil


Consiste en tomar al corazón como símbolo de la “afectividad” en general, entendida ésta como “conjunto de estados anímicos”, sin más precisiones. Es una noción cómoda y poco crítica, pues engloba por igual experiencias muy heterogéneas sin necesidad de distinguirlas. Por sus connotaciones psicológicas, además, tendría la ventaja de librar a la palabra “corazón” de romanticismos y fantasías, que la Modernidad desdeña como cosa de mujeres y niños. Este “corazón psicológico” está en consonancia con el racionalismo liberal, rasgo dominante de nuestra cultura, y también es típico de aquellas doctrinas éticas excesivamente ligadas a la Medicina. Así, cuando se habla del corazón como “sede de los sentimientos” se suele hacer abstracción de la realidad que éstos revelan, del fin a que apuntan o del fondo de que nacen; los sentimientos serían aprovechables pero no descifrables; cabría usarlos pero no leerlos; domesticarlos, pero no entenderlos. Este corazón-afectividad supone a los sentimientos mudos y opacos de por sí, “masa psíquica humanamente neutra”, cuyo valor ético les sobrevendría desde fuera por parte de la razón, como mano que modela la arcilla. Vistos así, lo importante sería su ductilidad más que su autenticidad, es decir, su aptitud para ser modelados más que su grado de transparencia: habría que usarlos como herramienta más que como ventana, pues a través de ellos no cabría ver más que espejismos o frivolidades.

En este planteamiento subyace una antropología dualista, cuyas raíces modernas son básicamente el racionalismo cartesiano y el puritanismo protestante, aunque también se debe al intelectualismo de fondo propio de toda la cultura occidental desde sus albores. Me refiero a la proverbial oposición entre cabeza y corazón, que en la práctica suele traducirse en discriminación hacia la mujer. En este sentido escribe Rafael Alvira: “La dialéctica entre la cabeza y el corazón está documentada en la historia del pensamiento al menos desde el siglo V antes de Jesucristo... La filosofía ha sido siempre construida y desarrollada en forma predominantemente ‘masculina’, puesto que, en la mencionada disputa, la simbología ha colocado también al hombre en la cabeza y a la mujer en el corazón” (Filosofía de la vida cotidiana, p. 100).
Este corazón entendido como afectividad se revela problemático apenas lo relacionamos con las dos potencias del alma, entendimiento y voluntad. Respecto a ellas nos vemos abocados a una disyuntiva: o bien relegamos la afectividad a la esfera de lo físico, como quiere el racionalismo, o bien la erigimos como una “tercera potencia” espiritual, que entiende y quiere a su manera. Esta última es la postura de insignes autores como Hildebrand, Stein, Guardini y Haecker, que siguen la línea de Pascal (“el corazón tiene razones que la razón no conoce”).

Parece más acertado, sin embargo, y más acorde con la tradición literaria, patrística y bíblica, entender el corazón no como una “tercera potencia” sino como un modo peculiar de entender y querer, más aún, el modo plenamente humano, en la misma medida en que es integrador, concreto, personalista y existencial. Estas son precisamente las notas que caracterizan al que hemos llamado “concepto fuerte” de corazón.

b) Concepto fuerte


El concepto débil descrito anteriormente es extraño a la gran tradición literaria de todos los tiempos, que es tanto como decir a la experiencia amorosa del hombre concreto. Para esta tradición y en particular para la Biblia, el corazón no es tanto afectividad como intimidad, siendo la intimidad el sentido de la afectividad: su verdad, su lógica, su fin. Ello implica reconocer en los sentimientos cierta “transparencia”, fundada en la unión substancial (córpore et ánima unus), por la cual las realidades más netamente espirituales comparecen sensiblemente: la vocación, la gracia, la fe, el compromiso, el pecado, etc. Esta misteriosa compenetración entre cuerpo y espíritu está al servicio del amor: en ella nos vivimos completamente libres para el don total de nuestra persona. En otras palabras, el corazón es tanto más auténtico cuanto más orientado a la comunión amorosa, pues el amor lo acrisola y afina. Obviamente el pecado empaña esta transparencia, y su amenaza es constante e insidiosa.

Desde el punto de vista ético, por consiguiente, es menester combinar la ascesis de los sentimientos con su atenta “lectura” a la luz de la reflexión, el diálogo, la oración y el acompañamiento espiritual: en una palabra, cultivando la interioridad. Este nexo entre dominio e interpretación de los sentimientos se encuadra en la gran tradición espiritual del cristianismo –que en este punto diverge netamente de la oriental– según la cual la lucha interior se abre de modo natural a la contemplación, y la ascética, a la mística.

Sólo en esta perspectiva es posible un sutilísimo discernimiento, imprescindible en la buena amistad, para deslindar nociones aparentemente afines, pero realmente distantes, tales como sensibilidad y sensiblería, intimidad y privacidad, franqueza e insolencia, ternura e infantilismo, fortaleza y dureza, romanticismo y cursilería, elegancia y afectación, misericordia y debilidad, lo femenino y lo mujeril, etc. Son matices de extraordinaria importancia para la convivencia, cuyo descuido torna incompresible el misterio de la mujer y obstruye su labor humanizadora.

A continuación proponemos, sin pretensiones de exhaustividad, algunos aspectos de este corazón-intimidad o “concepto fuerte”: Morada interior y lugar del encuentro.

Con la analogía de la “profundidad”, “ahondamiento”, etc., a que alude la palabra intimidad (de ‘intimus’, superlativo del latín ‘interior’) evocamos aquella distancia que hay entre el ser y el aparecer: siempre soy más de lo que parezco, aún no soy quien debo, mi espíritu redunda más allá de mi cuerpo, etc. En este sentido necesitamos hablar de un “dentro” o “centro escondido” para referirnos a la verdad de la persona: eso es el corazón. De ahí que el Catecismo de la Iglesia, recogiendo una tradición milenaria, lo describa como “morada donde habito y me adentro” (cfr n. 2563). Se trata de una interioridad vivificante, como la del corazón fisiológico: no se ve pero da vida a lo que se ve. Es, pues, el lugar donde la persona late y mana, desde donde vive. También lo llama el Catecismo “lugar del encuentro” porque permite a los amigos ser morada el uno para el otro, inhabitar recíprocamente, hasta el punto de exclamar: “¡qué alegría vivir sintiéndose vivido!” (Pedro Salinas). La traducción externa de esta vivencia íntima la constituye el arte de la hospitalidad, que es una cierta plasmación visible del propio corazón.

De lo dicho deducimos que el corazón realiza en su sentido más puro el concepto de “habitar”. ¿Qué significa esta palabra sino “existir para adentro y desde dentro”? No en vano su etimología latina (frecuentativo de ‘habeo’, haber) pone en relación las siguientes palabras: a) ‘habitación’, como creación de la arquitectura y la decoración; b) ‘haber’, como sinónimo de ‘tener’, por ejemplo utensilios y herramientas; c) ‘hábito’, como sinónimo de vestido, indumentaria; d) ‘hábito’ como virtud, autodominio, fuerza moral. Estos haberes proceden todos de la habitación última y radical que es el corazón.

Órgano de la integración.


A diferencia del concepto débil o psicologista, el fuerte se inserta en una verdadera teoría del amor, pues es el amor el que revela la intimidad, la ahonda y la orienta al don de sí. A la luz del amor, fuerza integradora y reveladora por excelencia, el hombre aparece en su concreción y singularidad, en su proyección histórica y en su dramatismo. La vida, en efecto, se hace intensa cuando se vive de corazón. Esta plenitud o excelencia viene dada por tres movimientos, que constituyen su latido: integrarse por las virtudes, conocerse por el diálogo, darse por el amor. En estos tres actos, simultáneos e interdependientes, se afianza el totum humano: carne y espíritu, memoria y proyecto, tiempo y eternidad.

A partir de este proceso de integración “hacia dentro” se abre de modo natural otro “hacia fuera”, configurando la convivencia y la cultura. En efecto, el temple ético, la lucha ascética, la finura de espíritu (integración hacia dentro), hacen a la persona capaz de conciliar categorías y órdenes aparentemente incompatibles (integración hacia fuera): lo abstracto y lo imaginario, lo femenino y masculino, lo público y lo privado, lo familiar y lo profesional, el trabajo y el descanso, lo práctico y lo teórico, etc. Y lo logra además actuando “de corazón”, mediante una bien entrenada espontaneidad, que es al mismo tiempo dominio de sí y don de Dios.



Organo del sentido.


En el corazón la verdad comparece en forma de sentido, que no es lo mismo que sentimiento. El sentido es “lo que las cosas quieren decir”: a qué llaman, qué preguntan, adónde llevan. Ciertamente está expuesto a ofuscaciones y engaños, consecuencia del pecado, pero eso no impide al corazón ser el órgano del sentido. Con él alcanzamos niveles de verdad inaccesibles a la razón abstracta: hay cosas, en efecto, que sólo entendemos cuando lloramos, reímos, contemplamos, besamos, jugamos, descansamos, soñamos...; y son, además, las fundamentales de la vida.

Para captar el sentido hay que tomarse en serio la realidad, lo cual no es tan fácil como parece: hay que aceptarla como viene, asumirla sin deformarla, arriesgarse a ella, responderla con honradez. Sólo un corazón bien templado es capaz de sentir la verdad, que es el modo más perfecto de comprenderla: si no hiere ni acaricia ni apremia, en una palabra, si no es dramática, apenas es una verdad sino un dato.

Pero pocas veces sentido y sentimiento coinciden. Se requiere, además de un severo ejercicio de sinceridad, cierta conversión interior. A esto se refiere la antítesis carne/piedra de la que habla la Sagrada Escritura (Ezequiel 11, 19; 36, 26). La expresión “corazón de piedra”, en contra de lo que parece, no se refiere al hombre de carácter frío y duro sino al embotado por el vicio, insensible para el misterio, aunque sea psicológicamente emocionable y sentimental. E inversamente ocurre con el “corazón de carne”, imagen que profetiza la perfecta Humanidad de Cristo en la que estamos llamados a participar.

Es de notar que la plenitud de lo humano se expresa aquí en términos de ternura para el sentido, netamente diversa de la “ternura sentimental”. En efecto, la experiencia sensible de la verdad es señal de cierta integración cuerpo-espíritu, aunque sea esporádica e imperfecta, que experimentamos como un don. Así ocurre en la contemplación mística (“conocimiento sabroso e intuitivo de la verdad”, “simplex intuitus veritatis”), a la que está llamado el cristiano corriente.

La distinción entre “ternura para el sentido” y “ternura sentimental” es de capital importancia para apreciar la perspectiva femenina de la ética, librándola de prejuicios inveterados. Esta perspectiva se caracteriza por: a) La mujer discierne mejor entre “dato” y “sentido”, verdad de algo y verdad de alguien; el varón en cambio suele interpretar la “ternura para el sentido” como “blandura emocional”. b) La mujer comprende de manera más honda y espontánea la dimensión estética de la vida y por tanto su ingrediente contemplativo.

Como resumen de todo lo expuesto transcribimos el punto n. 2563 del Catecismo de la Iglesia Católica, que formula con excepcional claridad lo que aquí hemos llamado “concepto fuerte” de corazón:

“El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza”.

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"Corazón sacratísimo de Jesús, paciente y de infinita misericordia, ten piedad de nosotros. Corazón sacratísimo de Jesús, lleno de bondad y de amor, ten piedad de nosotros. Corazón sacratísimo de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, ten piedad de nosotros. Corazón sacratísimo de Jesús, esperanza de los que en Ti mueren, ten piedad de nosotros...».

4/10/12

SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LA ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA

Leído en FRANCISCANOS
LA ESPIRITUALIDAD DE SAN FRANCISCO
DE ASÍS
por Gratien de París, o.f.m.cap.


Advertimos al lector que, del amplio aparato de notas que lleva el libro, aquí suprimimos muchas de ellas, así como las numerosas referencias bibliográficas.
Al descender la gracia divina sobre una naturaleza tan bien provista de dones intelectuales y tan adornada de cualidades físicas y morales como la de Francisco, debía producir una espiritualidad en extremo fecunda. Fue tal la influencia ejercida por esta espiritualidad en el movimiento franciscano y por él en la vida religiosa de los siglos posteriores, que es indispensable conocerla bien a fondo.
Elementos esenciales de toda vida espiritual son: 1.º, un ideal particular; 2.°, un conjunto de ideas y sentimientos que de él derivan; 3.°, caracteres que la especifiquen; 4.°, frutos que le sean propios.
Nuestra vida espiritual consiste en tender a la perfección, o lo que es lo mismo, en esforzarnos por conseguir nuestro fin mediante la unión con Dios según la doctrina de Jesucristo. Desde los primeros días de la Iglesia no han cesado sus obispos y doctores de presentarnos a Jesús como el modelo acabado del cristianismo, y de explicarnos en sus sermones y en sus comentarios a la Santa Escritura las funciones y los fundamentos de la vida espiritual. Difícilmente se hallará algo más variado que la aplicación de estos principios, porque aun cuando la doctrina predicada y practicada por Cristo es necesariamente el ideal a que todas las almas cristianas deben aspirar, ni todas se inspiran en ella de la misma manera, ni todas beben el amor de Dios en la misma fuente principal, ni producen todas idénticos frutos. De ahí esa maravillosa diversidad de espiritualidades en el seno de la Iglesia Católica.
I. Ideal de San Francisco
Las diversas fases de la conversión de San Francisco nos hicieron ya asistir a la génesis de su ideal. Primeramente, una fe viva y sencilla iluminó su alma, no bien el sentimiento religioso se hubo despertado en ella; bajo los rayos de esta luz, el temor de Dios y el arrepentimiento se apoderaron de él. Más tarde, la visión de Jesús Crucificado enciende en su corazón un amor ardiente, que le comunica la valentía necesaria para someterse a las purificadoras pruebas del propio renunciamiento, ineludible preliminar de toda vida perfectamente cristiana. Y, por último, este encendido amor le lleva a la imitación de Cristo. El amor fue quien reveló a Francisco -que no había cursado las escuelas teológicas- las excelencias y grandezas del dogma de la Encarnación. Que de él estaba plenamente penetrado, nos lo dicen sus cartas, sus reglas, sus admoniciones casi en cada una de sus páginas. El Verbo hecho carne es el centro de su vida: Jesús, el Hijo de Dios, es para él en verdad el mediador entre Dios y los hombres, el autor de nuestra salvación, el fundamento de nuestra esperanza, Aquel por quien y en quien es necesario orar, el camino, la verdad y la vida, la luz del mundo... nuestro modelo.
Imitar a Cristo, será, pues, el ideal de San Francisco de Asís. Su principal deseo, dice Tomás de Celano, su intención más elevada y su resolución suprema, era el observar en todas las cosas el santo Evangelio, practicar la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, seguir sus huellas e imitar sus ejemplos (1 Cel 84). «¡Oh, cristianísimo varón -exclama San Buenaventura-, que en su vida trató de configurarse en todo con Cristo viviente, que en su muerte quiso asemejarse a Cristo moribundo y que después de su muerte se pareció a Cristo muerto! ¡Bien mereció ser honrado con una tal explícita semejanza!» (1).
San Francisco no se contenta ni con una imitación parcial o puramente externa, ni con una fácil y remota semejanza. Su constante ambición fue la de evitar el fariseísmo y profesar una religión verdaderamente interior. «El espíritu de la carne -decía- quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras; y no busca la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente a los hombres» (1 R 17). «¡Ay de aquellos que se contentan de solas las apariencias de vida religiosa!» (2 Cel 157). Para él, imitar a Cristo no consiste solamente en regular su conducta tomando por norma de vida los preceptos y consejos evangélicos más o menos mitigados por los consejos de la prudencia humana, sino en hacer suyas propias las ideas de Cristo, en sentir y pensar como Él pensaba y sentía y obrar como Él obraba.

14/9/12

HOY 14 DE SEPTIEMBRE


Visto en BLOG DE RADIO SAN MIGUEL ARCÁNGEL

EXALTACIÒN DE LA SANTA CRUZ





Crux mihi certa salus

Crux est quam semper adoro

Crux Dómini mecum

Crux mihi refugium

Orémus
Deus, qui nos hodierna die exaltationis Sanctae Crucis annua solemnitate laetificas: praesta, quaesumus; ut cuius mysterium in terra cognovimus, eius redemptionis praemia in coelo mereamur.
Per eúmdem Christum Dominum nostrum...Amen

8/9/12

CUMPLEAÑOS DE NUESTRA SEÑORA SANTÍSIMA, NUESTRA MADRE DEL CIELO


Leído en MILES CHRISTI

MARÍA SANTÍSIMA HABLA SOBRE SU NATIVIDAD

 Natividad de Santa María (anónimo)

A un alma escogida, llamada Agustín del Divino Corazón, la Santísima Virgen le reveló detalles desconocidos de Su vida. Y hoy, con motivo de la fiesta de su Natividad, los queremos compartir con vosotros. (Tomado del libro "MARÍA, ARCA DE LA SALVACIÓN")

Mi madre, Ana, sufrió desplantes, agravios y burlas por su infertilidad; mi padre padeció el desprecio de uno de los sacerdotes cuando llegó al templo a presentar una ofrenda.Mis padres, siendo tan buenos sufrieron al verse señalados, al sentirse criticados, relegados.

Joaquín, mi Padre, se dirigió al lugar más alejado de sus rebaños, cerca de la montaña del Hermón, montaña hermosa, adornada de verdes pastizales, sembrada de esplendidos árboles frutales. Allí permaneció triste y apesadumbrado por algún tiempo.La angustia de Ana, mi madre, fue extrema al ver que no regresaba. 

Mi madre sumida en la aflicción, rogaba a Dios que al menos su buen esposo volviera, así quedara estéril, pero se le apareció un Ángel diciéndole que el Señor había oído su oración, oración que subió como incienso a la Casa de Padre, oración que le cambiaría la vida porque en Jerusalén a la entrada del Templo, bajo la puerta dorada, del lado del valle de Josafat encontraría a Joaquín, oración que allí sería escuchada, ofrenda que ahora sí sería bien recibida, porque en su vientre empezaba a florecer una azucena pura de hermosura sin igual. 

Mi madre agradeció a Dios por sus beneficios, regresó a su casa con su corazón rebosante de alegría. Después de mucho orar se quedó dormida pero un rostro luminoso, junto a ella, le hizo despertar; ser celestial que escribía con letras de oro y letras rojas brillantes que su fruto sería único, que la fuente de esa concepción era la bendición recibida de Abraham. Su vientre contenía el vaso más purísimo, su vientre se abría para recibir un fruto santísimo, fruto que de capullo pasaría a ser la rosa más preciosa de cualquier jardín, rosa que perfumaría el mundo entero con la exquisitez de su aroma.

Como se acercaba mi alumbramiento, mi madre se arrodilló y recitó un cántico, y oró profunda y largamente. De pronto un resplandor celestial llenó la habitación, moviéndose alrededor de Ana, mi madre. La luz tomó la forma de la zarza que ardía junto a Moisés sobre el monte Horeb. La llama penetraba el interior de mi madre. Al instante ella me recibía en sus brazos, me envolvió en su manto y me apretó contra su pecho. Y las mujeres que la acompañaban entonaron juntas un canto de acción de gracias. Mi madre me levantó en el aire para ofrecerme a Dios y la habitación se inundó de luces multicolores y se escuchaba a los Ángeles que cantaban.

Más tarde entró Joaquín, mi padre, y arrodillándose lloró de alegría porque sabía que la recién nacida era un portento de Dios para la humanidad. Me tomó en sus brazos y entonó un cántico de alabanza, cántico que resonaba armoniosamente, cántico de júbilo porque su corazón estaba rebosado de la presencia de Dios, cántico acompañado de las flautas y de las cítaras de los Santos Ángeles, Ángeles que sabían que la niña acabada de nacer era un prodigio de la mano de Dios porque cambiaría el transcurso de la historia. De ella se hablaría por generaciones sin fin.

Hijos míos, os narro parte de mi vida para que comprendáis la elección que hizo Dios en Mí desde mucho antes de nacer. Abrid vuestros ojos y reconoced el gran misterio de mi Inmaculada Concepción.

27/8/12

LA COMUNIÓN QUE SANTIFICA EL ALMA


La Comunión que santifica el alma y la que la deja indiferente
"El fruto de una buena comunión consiste en el temor al pecado, al interior;
en la bondad para todos, en lo exterior”
La comunión es por sí sola santificante; pero no produce estos efectos más que cuando el alma está bien dispuesta. El fuego, por naturaleza es consumidor y abrasador; pero no produce estos efectos sino cuando los cuerpos donde se arroja pueden ser consumidos o abrasados. Echadlo sobre el mármol, no se consumirá; echadlo en el agua se apagará…
El alma a quien santifica la comunión es:
El alma fervorosa que se afianza observando los mandamientos de Dios con la práctica habitual de sencillos consejos, que no vacila jamás cuando se trata de cumplir un deber.
El alma que con frecuencia se da cuenta de lo que está permitido, a fin de precaverse contra lo prohibido.
El alma que no trata de averiguar si lo que le prohiben es pecado, pues se contenta con saber que no puede hacerlo, o sencillamente que tal acto o tal pensamiento pueden desagradar a Dios.
El alma a quien la gracia encuentra dócil a su voz, y casi insensible a los encantos del mundo; que se habitúa en los momentos de duda a volverse rápidamente a Dios, y que por santa costumbre, tiene su corazón constantemente levantado hacia Dios.
El alma caritativa y pacífica que se compadece fácilmente de todo lo que sufren las almas que la rodean; que olvida pronto lo que la hacen sufrir; a quien edifican las virtudes de los demás; que no se escandaliza de las flaquezas de que se da cuenta.
El alma humilde y modesta que da buen ejemplo sin pretender ser alabada; que en todo anhela agradar a Dios y vivir ignorada de todos; que no le atormenta ver que se engrandecen los demás, mientras ella permanece en la esfera modesta en donde Dios la ha colocado.
El alma que sigue rectamente su camino llorando algunas veces, sufriendo otras, a menudo, pero sin inquietarse jamás, porque está en manos de Dios.
El alma que después de una falta grave, se humilla, se mortifica, se vuelve más vigilante, se confiesa, y torna a reanudar su vida tranquila y habitual.
*
El alma a quien la comunión deja indiferente; es el alma disipada que está llena de frivolidades y que ocupa su espíritu en bagatelas y vanidades, que se divierte en conversaciones fútiles, y que no encuentra momento para recogerse; alma curiosa, indiscreta, satírica, que emplea su caridad en censura de los vicios y todo su celo en publicarlos.
Alma tan acostumbrada a juzgar mal al prójimo como bien a sí misma, demasiado modesta para ver en ella algún defecto que reprocharse, y excesivamente envidiosa al hallar algún mérito que tener que elogiar en las otras.
Alma floja, ociosa, delicada, vanidosa, pronta, impaciente, caprichosa, que deja siempre por donde pasa, una idea falsa de lo que es la devoción.
Alma presuntuosa que no estima santo más que lo que ella quiere, bueno lo que ella hace, juicioso lo que ella piensa, prudente lo que ella aconseja.
Alma cuya devoción es completamente externa, que multiplica las prácticas piadosas sin pensar en reformar su interior; cuya devociónes afectuosa, más que nada, no deseando ni buscando sino sentimientos tiernos y conmovedores, y desesperándose cuando no se siente emocionada.
Alma rutinaria, que comulga por que las demás comulgan, que hace una cosa porque la ha hecho siempre, y que se jacta de ser siempre la misma, porque no altera ni el número de sus oraciones ni las veces que comulga.
*
Examínate, hija mía; no es preciso tener todas las virtudes indicadas, para que la comunión santifique; uno solo de estos actos que acabas de leer, practicados fielmente durante mucho tiempo bastará para preparar tu alma  y para que saque frutos copiosos de la comunión.
FUENTE: Abate Silvano. “El libro de piedad de la juventud femenina en el colegio y en la familia”. Aviñon. Aubanel Hermanos, editores. Págs.504-507

25/8/12

A NUESTRO SEÑOR EN EL CALVARIO




En esta tarde, Cristo del Calvario, 
vine a rogarte por mi carne enferma; 
pero, al verte, mis ojos van y vienen 
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados, 
cuando veo los tuyos destrozados? 
¿Cómo mostrarte mis manos vacías, 
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad, 
cuando en la cruz alzado y solo estás? 
¿Cómo explicarte que no tengo amor, 
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada, 
huyeron de mí todas mis dolencias. 
El ímpetu del ruego que traía 
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada, 
estar aquí, junto a tu imagen muerta, 
ir aprendiendo que el dolor es sólo 
la llave santa de tu santa puerta.

22/8/12

DEVOCIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA




Por devoción al Inmaculado Corazón de María, en latín cor immaculatum, los católicos entienden una especial consagración (devoción viene del latín devovere que significa consagrarse, ofrecerse) que está relacionada con las apariciones - que la Iglesia Católica considera verdaderas - que se produjeron en la localidad portuguesa de Fátima.

Sin embargo, hay indicios y menciones al corazón de la madre de Jesús de Nazaret en diversos padres de la Iglesia, textos que son retomados en el siglo XVII, como consecuencia del movimiento espiritual que procedía de San Juan Eudes (1601-1680), misionero francés fundador de los Eudistas.

Historia de la devoción al Inmaculado Corazón de María


Tres pastores de Portugal llamaron la atención declarando que la Virgen María se les presentó dejando mensajes que luego serían dados a conocer al mundo entero de boca de Sor Lucía, estas presentaciones de la Virgen fueron en seis oportunidades.

En diciembre del año 1925 la Virgen Santísima se le apareció a Lucía dos Santos, vidente de Fátima, y le prometió asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos, se confesasen, recibieran la Sagrada Comunión, rezasen una tercera parte del Rosario, con la intención de darle reparación.

En la tercera aparición, la Virgen de Fátima le dijo a Lucía:
Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra... Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes... Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz... Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz.

La pequeña Jacinta presentía que llegaría su final en el mundo y, en una conversación con Lucía, ella, que apenas contaba con diez años, dijo:
A mí me queda poco tiempo para ir al Cielo, pero tú te vas a quedar aquí abajo para dar a conocer al mundo que nuestro Señor desea que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Diles a todos que pidan esta gracia por medio de ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado juntamente con el Corazón de su Madre. Insísteles en que pidan la paz por medio del Inmaculado Corazón de María, pues el Señor ha puesto en sus manos la paz del mundo.

Consagración del mundo e institución de la fiesta


El 31 de octubre de 1942 cuando estaba en pleno auge la II Guerra Mundial, el papa Pío XII, al clausurarse la solemne celebración en honor de las apariciones de Fátima, conforme al mensaje de éstas, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María.

Ante tu trono nos postramos suplicantes, seguros de alcanzar misericordia, de recibir gracias y el auxilio oportuno... Obtén paz y libertad completa a la Iglesia santa de Dios; detén el diluvio del neopaganismo; fomenta en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo apostólico, para que los que sirven a Dios aumenten en mérito y número.

San Juan Eudes fue quien promovió la celebración litúrgica del Inmaculado Corazón de María; los papas León XIII y Pío X dieron a este santo el nombre de padre, doctor y primer apóstol de la devoción, en especial al culto litúrgico de a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Este santo consagró de manera particular a los religiosos de su congregación.

La fiesta del Corazón de María se celebró de manera pública y por primera vez en la historia el 8 de febrero de 1648 en la catedral de la ciudad de Autun: la misa y los oficios fueron compuestos por Juan Eudes y aprobados por el obispo diocesano. Varios obispos de Francia aprobaron los textos litúrgicos pero los jansenistas estaban en completo desacuerdo.

Para el año 1668, el día 2 de junio la fiesta y también los textos litúrgicos tuvieron la aprobación del cardenal legado para Francia, aunque al año siguiente se pidió a Roma la ratificación, pero la Congregación de Ritos dio una respuesta negativa.

En diferentes ocasiones se pidió a la Santa Sede la aprobación de la fiesta, una de ellas fue hecha como petición formal por el padre jesuita Gallifet en el 1726; esta causa fue tratada por Prospero Lambertini. La Congregación de Ritos llegó a responder por primera vez en 1727 con un non proposita, pues presentaba dificultades doctrinales. Luego de esta respuesta, Gallifet sin perder esperanzas vuelve a enviar la petición, pero para esta ocasión la respuesta fue oficialmente tajante y negativa, era el 30 de julio de 1729.

Siendo papa Pío IX, en 1855, la Congregación de Ritos aprobó para la celebración del Corazón de María nuevos textos para la misa y el oficio, utilizando algunas partes de los de san Juan Eudes. En 1914, con ocasión de la reforma del misal romano, la fiesta del Corazón de María fue trasladada del cuerpo del misal a un apéndice del mismo, entre las fiestas pro aliquibus locis.

Hubo muchas peticiones para que esta fiesta se extendiera a toda la Iglesia, en especial las peticiones de los Claretianos.

El 31 de octubre de 1942 y luego, de manera solemne, el 8 de diciembre en la Basílica de San Pedro, cumpliéndose el 25 aniversario de las apariciones de Fátima, Pío XII consagró la Iglesia y el género humano al Inmaculado Corazón de María.

El 4 de marzo de 1944, con el decreto Cultus liturgicus, el pontífice extendió a toda la Iglesia latina la fiesta litúrgica del Inmaculado Corazón de María, y asigno como día propio el 22 de agosto, que es la octava de la Asunción, y elevándola a rito doble de segunda clase.

Oración (acto de consagración al Inmaculado Corazón de María)


Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía, yo me ofrezco enteramente a tu Inmaculado Corazón
y te consagro mi cuerpo y mi alma, mis pensamientos y mis acciones.
Quiero ser como tú quieres que sea, hacer lo que tú quieres que haga.
No temo, pues siempre estás conmigo.
Ayúdame a amar a tu hijo Jesús, con todo mi corazón y sobre todas las cosas.
Pon mi mano en la tuya para que esté siempre contigo. Amén.


Visto en WIKIPEDIA 

16/8/12

EXCELENCIA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Del libro "El Sagrado Corazón de Jesús", del P. Julio Chevalier MSC

EXCELENCIA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



Resumen del capítulo

 I. Resumen de las maravillas percibidas en el Corazón de Jesús. - Corazón de un Dios, abismo de perfecciones, sede y órgano de su amor, fuente de sacramentos, causa meritoria de la redención, parte eminentemente noble de la sagrada Humanidad del Salvador, principio de su vida natural, propulsor de la sangre que lavó nuestros pecados, sede de la Caridad infinita, de todas las virtudes, como también de dolores inexpresables, tal es el Sagrado Corazón, donde todo es incomprensible, puesto que es el Corazón de un Dios.- Es María que lo formó de su propia sangre, y es allí que ella consigue, de donde obtiene todas las gracias que reparte entre nosotros.- Bendita seas Nuestra Señora del Sagrado Corazón! 

 II. Atribuimos gran importancia el demostrar que el Sagrado Corazón de Jesús, es verdaderamente la sede del amor.- Razón de esta importancia.- Influencia desastrosa de la filosofía de Descartes.- Esta filosofía rehúsa al corazón cualquier injerencia en la virtud.- Según él, el hombre no podría ser virtuoso sin la ciencia.- La doctrina cartesiana hace del cerebro el centro de las afecciones.- Los partidarios de esta doctrina, protestan contra la devoción al Sagrado Corazón, que afirman lo contrario.- Hicieron rechazar la proposición de los obispos y fieles piadosos que pedían a la Santa Sede la aprobación de esta devoción y causaron el retardo en la beatificación de la bienaventurada Margarita-María.- ¿Por qué se realizó durante el Pontificado de Benedicto XV (1914-1922). Más tarde Pío XI, puso su fiesta en el calendario universal) 



I. Excelencia del Corazón de Jesús

(Terminemos este Capítulo, recopilando las maravillas que he­mos contemplado en el Corazón de Jesús).
Este Corazón, unido indisoluble e íntimamente al alma y a la Persona sagrada del Salvador, es el Corazón de un Dios, donde re­side, en su plenitud la caridad divina; y que merece las adoraciones de los ángeles y de los hombres. Es un abismo insondable de todas las perfecciones y de todas las virtudes posibles, el tesoro inexhaustible de todas las gracias. Está lleno de inteligencia, de sentimiento y de vida; se le considera como el principal órgano de los afectos del Verbo Encarnado, la sede de su amor y de sus misericordias, el centro de todos los sufrimientos interiores que soportó para nuestra salvación, la fuente de donde la Iglesia y los Sacramentos han emanado' y la causa meritoria de la Redención.2 Este es el objeto que se ofrece a nuestro culto! No puede haber otro más santo, más sublime, más divino y al mismo tiempo más dulce, más amable y más tierno.

Lo propio del corazón es difundir en todo el cuerpo una dulce y saludable influencia, que aporta a todos los tejidos el calor, el movimiento y la vida. Si cesa esa influencia del corazón, todo cesa en el hombre; si el corazón languidece, todo languidece. La fun­ción del Corazón de Nuestro Señor, en su vida mortal, fue pues la de sostener, por una acción continua, el cuerpo del Hombre-Dios, de comunicar a todos sus órganos, a todos sus sentidos, el calor, la vida, el movimiento y el vigor necesarios a sus funciones. La vida de Jesús dependía necesariamente de la influencia perpetua de su Corazón sagrado, y, en consecuencia, todas las acciones de este divino Salvador, todas sus palabras, todas sus miradas, todos sus pasos, todas sus sensaciones, todas sus operaciones, todas sus alegrías y penas, tenían por principio natural su Corazón adorable.

Jesucristo, como hombre, fue en todo semejante a nosotros, menos en el pecado3. El amó pues a la manera de los otros hom­bres y conforme a la naturaleza del hombre; su Corazón partici­pó por lo tanto en su amor; y tuvo que sufrir sus impresiones, co­mo los otros corazones, y aún más vivamente, si uno juzga por el sudor de sangre, en el huerto de los Olivos.

Hecho principalmente para amar, ese Corazón divino debía ser por su naturaleza, más especialmente sensible al amor, que a las otras afecciones del alma; y en consecuencia los efectos del amor sobre él, debían ser normalmente más vivos, que los de la tristeza, por ejemplo. Se puede decir del Corazón de Jesús, más verídicamente que de ningún otro corazón, que se abrasaba de amor. Es que, en realidad, es la función para la que había sido formado; des­de el primer instante de la Encarnación, estaba inflamado de lla­mas, las más puras y ardientes, de la caridad; y no cesaron duran­te toda su vida; y seguirán ardiendo durante toda la eternidad. Hay que comprender cual es la excelencia del amor divino, para com­prender cual debe ser la excelencia de un Corazón, cuya función es la de recibir las impresiones de este amor y de producir actos, de los que uno solo, hemos dicho, honra más a Dios, que el amor de todas las criaturas juntas, incluso las posibles, podrían honrarle durante toda la eternidad. Si, de acuerdo con el sentimiento uni­versal y el lenguaje ordinario de los hombres, dictado por la natu­raleza y sancionado por el Espíritu Santo, el corazón tiene una re­lación tan íntima y real con las virtudes del alma, que esas mismas virtudes son atribuidas al corazón como particularmente propias ¿qué diríamos aplicándolo al Corazón de Jesús?

¿Cuál debió ser la sublimidad de los sentimientos de un Corazón, en el que todo era digno de Dios y dónde está necesariamente reunido todo lo que es exigido por la excelencia de este Ser su­premo?

¡0h Corazón Sagrado de Jesús! ¿Quién comprenderá jamás vuestras grandezas, la inmensidad de vuestro amor, el ardor de vuestro celo por la gloria del Altísimo, vuestra sumisión a su voluntad y vuestro dolor a la vista de los ultrajes cometidos contra la divina Majestad?

Y con relación a los hombres, ¿quién hará conocer las disposi­ciones de este adorable Corazón, quiero decir su Caridad, su bondad, su dulzura, su compasión, su paciencia, su misericordia? Y en cuanto a las virtudes, que tenemos el hábito de admirar más a me­nudo, como el coraje, la fuerza, la constancia, la generosidad, ¿quién podrá jamás expresar en qué grado de perfección las posee todas el Sagrado Corazón de Jesús? Todo es inefable, todo es incomprensible en este divino Corazón, porque es el Corazón de un Dios!

¡Qué magnífica visión nos ha hecho descubrir este estudio! Hemos visto esta cadena misteriosa que une el corazón del hombre al Corazón de Cristo, y el Corazón de Cristo, al Corazón mismo de Dios! Y el anillo sagrado que sirve de eslabón de unión... Es María, la que formó con su propia sangre, por la virtud el Espíritu Santo, el Corazón sagrado de Jesús... Comprendo la grandeza de su dig­nidad y el poder inefable que su divino Hijo le ha dado sobre su Corazón adorable. Comprendo también todo el interés que ella siente hacia los hombres, que son sus hijos.

¡Oh Corazón de Jesús! ¡Qué resplandores no arrojáis sobre los misterios de nuestra humanidad! Vos extraéis vuestra vida divina y vuestras bendiciones del seno del Padre Eterno, de las profundida­des inaccesibles de su esencia, desde lo más recóndito de su perso­na. Esta vida y estas bendiciones, vos las ponéis en manos de Ma­ría, para que de ellas lleguen hasta nosotros.

¡Oh Virgen Inmaculada, vos sois pues a justo título NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN! Seáis por siempre bendita!



II. Conclusión

El lector atento, que nos haya seguido en el curso de este estudio, habrá quedado impresionado por el pensamiento, casi único, que nos ha dominado: Mostrar y probar que el Corazón de Jesús es verdaderamente la sede de sus afectos sensibles y el órgano de su amor. Tal vez se ha sorprendido de nuestra insistencia, y nos habrá recriminado de haber insistido tanto sobre este punto, juzgando que es una cuestión de poca importancia y totalmente secundaria. Sin embargo, no es este nuestro punto de vista.

Hace más de dos siglos que se discute sobre ello. La ciencia moderna, impregnada de la desastrosa doctrina de Descartes, se ha adentrado en un camino deplorable, cuyos resultados tal vez no preveía. Con el célebre filósofo, hizo del cerebro el centro de todo, la sede única de la inteligencia y del amor. Pronto concibió falsos principios. A causa de ello, el alma pronto fue arrinconada y hasta negada; pero ¿cómo explicar las facultades intelectuales? Nada más fácil, dijeron: Es el resultado de una combinación quí­mica, cuyos elementos son fabricados por el cerebro. ¿Y el mismo cerebro, qué es? Dijeron: Una especie de pila eléctrica, que hace brotar en todo el cuerpo la luz de la vida. Desde entonces, el hom­bre no es más, a los ojos de nuestros sabios, que un animal perfeccionado. Atribuyendo al corazón solamente el cometido puro y simple de bomba aspirante-impelente, le niegan con Descartes toda injerencia en la virtud. Para ellos, como para el filósofo, "todos los vicios no proceden más que de la incertidumbre y flaqueza que acompaña a la ignorancia"4. De donde se colige que la ciencia tiene la primacía y que sin ella el hombre no puede ser virtuoso.

¿Quién no quedará aturdido y casi espantado de tales doctri­nas? Y es en nombre del progreso que son enunciadas. La filosofía cartesiana, que pretendía reformar la de nuestros grandes doctores de la Edad Media, debía fatalmente encallar en tan tristes conse­cuencias. A su aparición fue aceptada sin desconfianza; y, no insis­tiré bastante, hasta excitó un apasionamiento universal y acabó por seducir a espíritus eminentes, a menudo animados de las me­jores intenciones. El corazón considerado hasta aquél momento como sede de los afectos, fue dejado de lado. El cerebro, consi­guió todos los honores; se convirtió en el órgano primero, el ór­gano central, en torno del cual se despliega toda la actividad del hombre. Así, cuando el Sagrado Corazón manifestó su Corazón a Sta. Margarita María y que lo ofreció al mundo, como el órgano y símbolo de su amor, hubo protestas numerosas de la parte de los partidarios de la nueva escuela; y cuando los obispos y fieles pidie­ron la aprobación de esta devoción, Roma, teniendo en cuenta la fuerte oposición, denegó la súplica5. Fue bastante más tarde cuan­do accedió a la petición; pero no quiso pronunciarse sobre el fon­do mismo de la cuestión, a causa de la divergencia de opiniones que existían aún entre los fisiólogos. La Iglesia no podía con todo estar en desacuerdo con su divino Fundador. Así, en sus oraciones, en su liturgia, no vacilaba en afirmar que el Corazón de Jesucristo era el horno de su Caridad, el centro de sus afectos6

No cabe duda que estas luchas fueron la causa, en gran parte, del aplazamiento tan largo de la beatificación de la piadosa Visitandina, porque hubiera supuesto dar a las palabras de la Santa, una sanción que la ciencia moderna rechazaba. El gran e inmortal Pío IX compelido por las necesidades de su época, no vaciló ante esta consecuencia y en un documento oficial, afirmó "que debe­mos venerar al Corazón de Jesús, como la sede de la divina Caridad: Ut Cor Illud sacratissimum divinae charitatis sedem omni honoris significatione colerent et venerarentur"7.

La cuestión podía considerarse resuelta, y los fieles esperaban a ver a la Beata, que iba a ser pronto canonizada, recibiendo en toda la Iglesia un culto solemne. La alegría dominaba todos los espíritus, pues entreveían el día no muy lejano cuando la devoción al Sagrado Corazón tomaría su impulso definitivo y se convertiría en el remedio de todos los males, produciendo los frutos de regeneración y de salvación anunciados por Jesucristo y tan impacientemente esperados8
¡Pero no! Aparecieron nuevos adversarios, que pretendían en nombre de la ciencia, que Pío IX no había definido nada, que se daba a las revelaciones de la Bienaventurada, demasiada impor­tancia, que Nuestro Señor, al decir: He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, quería simplemente decir: He aquí el Corazón de Aquel que tanto ha amado a los hombres, y que la Iglesia en su liturgia, toma el Corazón del Salvador únicamente en sentido simbólico o figurado, y entonces hay que atenerse a los últimos descubrimientos de la fisiología, que hacen "del cerebro la sede exclusiva de la sensibilidad afectiva"9
Estas discusiones solo sirvieron para retardar algo más el triunfo de la Bienaventurada Margarita María y el establecimiento del reino social del Sagrado Corazón de Jesús. Pero el gran Papa que gobierna hoy (1900) la Iglesia, acaba de dar a la devoción al Sagrado Corazón su verdadero carácter, como veremos a continuación.

Nuestra pretensión, al tratar de demostrar que el Corazón de Nuestro Señor es verdaderamente la sede de su amor, ha sido la de ponernos de acuerdo con la tradición y los santos doctores, con el mismo Jesucristo y la Bienaventurada, con Pío IX, León XIII y los teólogos que enseñan esta verdad.

Que estas páginas puedan disipar las dudas que podrían existir aún en ciertos espíritus, agrupar todos los católicos en esa doctrina y provocar, bien pronto la canonización de la Virgen de Paray-le­Monial. (Nota del T.= Benedicto XV, la canonizó en su Pontifica­do de 1914 a 1922. Pío XI, elevó la fiesta al rango de la Iglesia Universal).

Notas

  1.     Latus ejus apperuit... ut illic quodammodo vitae ostium panderetur, unde sacramen­ta Ecclesiae manaverunt. (san Agustin in Joan. Evang., c. 19, trat. 120, n. 2). —Exivit sanguis enim et agua. Non sine causa vel casu hae fontes manarunt, sed quia ex hoc utroque Ecclesia constituta est. (san Juan Crisostomo, hom 85, in Joan. n. 3, t. 8, p. 463, éd. Migne).

2.     Ad Opus Redemptionis generis humani Cor Jesu concurrit tanquam causa meritoria per sui vulnerationem. (De SS. Corde Jesu ejusque cultu, a L. Leroy, c. 1, q. 4, n. 56, p. 57).
3.   Heb. 6, 25.
4.     Descartes, cartas Vila y 48a a Madame Elisabeth.
5.   Ver p. 46
6.   Ver p. 47
7.     Decreto Beatificación de santa Margarita María de Alacoque. 1864.
8.   Pío IX. León XIII.
9.   Claude Bemard.
(Nota del Traductor: Benedicto XV, la canonizó durante su Pontificado, de 1914 a 1922 y Pío XI, elevó su fiesta al rango de la Iglesia Universal).

UNA MEDITACIÓN PEQUEÑA ... PERO RICA

Leído en ERMITAÑO URBANO

MIÉRCOLES, 15 DE AGOSTO DE 2012


Pequeña meditación

Sin otro título...




Percibimos el canto que continúa en lo profundo, en lo más hondo, donde los perfiles no se descubren como nuestro antojo lo quisiera.

Dice que no temas... No, amigo que ahora lees o que sospechas, no temas ni te juzgues derrotado. ¿Caíste por allí, por esos senderos perdidos y te pegaste un buen porrazo? Pues levántate sin más preámbulos ni trámite alguno. No te detengas en ningún lugar ni en el tiempo que sea. Deslígate, corta con energía las ataduras y sigue los pasos que llevabas. Te olvidarás del golpe... No lo dudes, eso ya pasó.

Sumérgete, nuevamente, en el silencio de tu corazón. Esto es: retorna a la ermita escondida, en medio de tu desierto. Ya lo conoces, ya estás en él. Desde siempre estás en él. Vive según ese mismo desierto te enseña: DESPRÉNDETE, suelta. Te hallas aún encadenado a un muelle en medio de la tormenta y con el agua agitada. Tu nave golpea una vez y otra vez contra el muro y, sin libertad, acabará por hundirse. Suelta esas amarras. Déjate llevar muy lejos. Abandona el muelle. En el desierto carece de sentido.

No prestes atención a los cantos de las sirenas. Aprende a no escuchar. Eleva los muros de tu jardín y de tu ermita. Son muchos los que se asoman por allí. Tú, nada; recupera el silencio, déjalo resurgir, olvidando y dejando...




¿Novedades?




Tal vez alguna sorpresa... Pero es hora de decir lo de siempre, la verdad de nuestra vida, descubierta en Cristo-Jesús. Desde lo más hondo llega esta palabra de salvación: calla y sufre, fortalécete en el mismo Misterio del Señor... Él es la Resurrección y la Vida.




Fr. Alberto E.